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El espejo tripartito frente a Danna devolvía la imagen de una mujer que apenas reconocía. No porque no fuera ella… sino porque lucía demasiado perfecta. Demasiado feliz. Demasiado segura.
—No puedo creer que te vas a casar antes que yo —bromeó Lucía, su mejor amiga desde la universidad, mientras se dejaba caer en un sillón tapizado de terciopelo crema. —Ni yo —añadió Valeria, cruzando las piernas con elegancia—. Aunque, si alguien merecía un amor como el de Tom, eras tú. Danna sonrió, aunque sus manos temblaban ligeramente mientras la estilista abrochaba los últimos botones del corsé. El salón era un pequeño santuario de luz: lámparas de cristal, velas aromáticas de vainilla y paredes cubiertas por vestidos níveos que caían como cascadas desde perchas doradas. Había música suave, casi un susurro, como si el lugar no quisiera interrumpir la magia. —Respira, cariño —dijo la estilista con una sonrisa cálida—. Quiero que sientas cómo el vestido se adapta a ti, no que tú te adaptes a él. Cuando dio un paso atrás, Danna se atrevió a mirarse por completo. El vestido era… un sueño. Una creación de encaje francés que parecía tatuarse sobre su piel, con flores bordadas que ascendían desde la cintura hasta los hombros. La falda, ligera y vaporosa, se movía con cada pequeño gesto como si estuviera hecha de aire. Y la espalda… la espalda desnuda, enmarcada por hilos de perlas diminutas, hacía que cualquier respiración se sintiera demasiado profunda. —Danna… —susurró Valeria, llevándose una mano al pecho—. Pareces salida de un cuento. Lucía se levantó y dio una vuelta a su alrededor, observándola con ojos vidriosos. —Tom va a desmayarse cuando te vea entrar a la iglesia. La mención del nombre la hizo sonreír de verdad. Tom. Siempre tan atento, tan pendiente, tan enamorado. Había organizado flores, menú, música… todo sin que ella tuviera que pedirlo. A veces incluso antes de que ella pensara en ello. Como si pudiera leerle la mente. —¿Qué opinan? —preguntó Danna, girando lentamente frente al espejo. —Opino que no hay otro vestido para ti —respondió Lucía sin dudarlo. —Opino que te ves como una mujer que está a punto de tener una vida perfecta —agregó Valeria. Danna exhaló, sintiendo un calor dulce apoderarse de su pecho. La estilista llevó un pequeño velo, corto y delicado, y lo colocó sobre el moño alto que habían hecho minutos antes. El tul se derramó sobre su rostro como una caricia. Y entonces, por un instante, apenas un parpadeo, algo extraño cruzó su mente. Una figura borrosa detrás de ella. Una sombra en el cristal. Como si alguien la mirara desde muy cerca… demasiado cerca. Parpadeó, y no había nada. Tal vez los nervios. Tal vez las luces. Se obligó a sonreír. —¿Lista para la cata del bufé? —preguntó Valeria, rompiendo el silencio. —Más que lista —dijo Danna, dejándose ayudar para quitarse el velo—. Si no como pronto, voy a terminar desmayada en este salón. La tarde las recibió con una brisa tibia cuando salieron de la boutique. El restaurante donde harían la cata estaba al otro lado de la ciudad, uno de esos lugares elegantes con vidrio ahumado y camareros que parecían modelos. Tom insistió en reservarles una sesión privada para que eligieran el menú perfecto para la boda. “No quiero que te preocupes por nada”, le había dicho. “Solo disfruta.” La cata se convirtió en un pequeño festín. El chef les sirvió los platos con explicaciones detalladas: salmón glaseado con cítricos, risotto de trufa, medallones de ternera en reducción de vino, mini tartaletas de frutos rojos, mousse de chocolate belga. Todo exquisito. Todo perfectamente preparado. Danna probaba cada bocado con una mezcla de placer y emoción. Lucía fotografiaba cada plato. Valeria evaluaba como si fuera una crítica gastronómica. —Definitivamente el risotto va —sentenció Valeria, dejando la cuchara sobre el plato vacío. —Y la tarta de frutos rojos —añadió Lucía—. Eso sabe a bodas bonitas y felicidad. Danna rió, sintiéndose ligera por primera vez en días. Pero cuando sacó su teléfono para enviarle una foto a Tom… ya tenía un mensaje suyo. ¿Dónde estás? Frunció ligeramente el ceño. Él sabía perfectamente dónde estaba, incluso le había dicho a qué hora sería la cata. —Danna, prueba este —dijo Lucía, acercándole otra tartaleta. Pero el teléfono vibró una vez más. ¿Ya llegaste? Mándame una foto. Ella se mordió el labio. Solo está preocupado, se dijo. Eso es todo. Abrió la cámara y tomó una foto del platillo frente a ella. Apenas la envió, llegó la respuesta. Esa no. Una tuya. Quiero ver cómo estás. Danna tragó saliva. Valeria, que la estaba observando, ladeó la cabeza. —¿Todo bien? Danna sonrió, o intentó hacerlo. —Sí… solo Tom. Ya sabes cómo es. Lucía se rió. —El novio más enamorado del mundo. Danna asintió. Sí. Enamorado. Increíblemente atento.






