Mundo ficciónIniciar sesiónEl salón donde se celebraría la recepción estaba iluminado como si el cielo mismo hubiera descendido para bendecir la boda. Cientos de pequeñas luces colgaban del techo, imitando estrellas suspendidas en plena tarde. El aire olía a vainilla, flores blancas y un ligero toque de champaña recién abierta.
Cuando Danna y Tom cruzaron las grandes puertas de cristal, tomados de la mano, los invitados estallaron en aplausos. La felicidad parecía vibrar en cada rincón, en cada mesa decorada con elegancia, en cada mirada que se posaba en la pareja de recién casados. Danna no podía dejar de sonreír. El vestido relucía bajo la iluminación cálida. Tom caminaba junto a ella con una seguridad encantadora. Todo era perfecto. —Bienvenidos, señor y señora Miller —anunció el maestro de ceremonias. Ese apellido cayó sobre ella como un destello. Señora Miller. Su nuevo nombre. Su nueva vida. Tom le apretó la mano con suavidad, como si también sintiera la importancia del momento. El lugar era un sueño: mesas redondas con manteles marfil y centros de mesa compuestos por rosas blancas y ramas plateadas. En las esquinas había cortinas de luces que descendían en cascada. Todo parecía sacado de una revista. El techo estaba adornado con guirnaldas verdes, flores colgantes y lámparas de cristal que proyectaban destellos tenues sobre la pista de baile. La música suave llenaba el ambiente mientras los camareros servían copas de champaña reluciente. —Es precioso —susurró Danna. —No más que tú —respondió Tom, inclinándose apenas para rozarle la sien. Ella sintió un calor agradable en las mejillas. Tom tenía esa habilidad de hacerla sentir la mujer más especial del mundo. Y en ese instante, rodeada de belleza y alegría, no había duda en su corazón. La entrada triunfal Al llegar al centro del salón, la música cambió súbitamente a una melodía alegre. Los invitados aplaudieron con entusiasmo mientras la pareja avanzaba en medio del pasillo creado para ellos. Lucía y Valeria lloraban sin pudor. Marcelo, el hermano de Danna, intentaba disimular una sonrisa orgullosa. Los padres de ella no dejaban de tomar fotos. Tom saludaba y agradecía, perfectamente atento, perfectamente encantador. Cuando llegaron a su mesa principal, él tiró de la silla de Danna y la acomodó con delicadeza. —Bienvenida a nuestro comienzo —dijo con un brillo cálido en los ojos. Danna sintió el corazón elevarse. El primer baile Las luces del salón se atenuaron mientras una melodía lenta comenzaba a sonar. El maestro de ceremonias pidió a los invitados que se acomodaran alrededor de la pista. —Y ahora —anunció—, el primer baile de los esposos Miller. Tom ofreció su mano. Danna la tomó. Caminaron hacia la pista entre murmullos emocionados. Cuando él la abrazó por la cintura, Danna apoyó su mano suavemente sobre el pecho de Tom. Sentía su respiración, su calor, su seguridad. —No puedo creer que seas mía —susurró él. —Siempre lo fui —respondió ella, sonriendo. Comenzaron a moverse. Deslizarse realmente. Tom guiaba con una delicadeza casi artística. La música los envolvía, y las luces cálidas caían sobre ellos como si fueran los únicos en el mundo. Los invitados observaban con sonrisas, cámaras y lágrimas discretas. Lucía sollozaba abiertamente. Valeria sonreía con orgullo. Los padres de Danna se tomaban de la mano, conmovidos. Y Danna… Danna flotaba. El beso final del baile desató aplausos atronadores. La cena y los discursos El menú que habían elegido durante la cata fue servido: risotto de trufa, salmón cítrico y medallones de ternera. Las mesas estallaban en elogios y risas. Las copas sonaban cada vez que alguien brindaba por los recién casados. —Por la novia más hermosa que he visto en mi vida —declaró su padre. —Por un amor que dure para siempre —dijo la madre de Tom con una sonrisa amable. Pero el discurso que hizo llorar a Danna fue el de Lucía. —Danna… —comenzó, con la voz quebrada—. Tú siempre has soñado con este día, y verlo ahora, así, tan perfecto, me hace creer que el amor verdadero existe. Gracias por permitirnos ser parte de tu felicidad. Y Tom… —lo miró con una sonrisa cálida—. Cuídala, porque ella es luz. Y la luz no se encuentra dos veces. Tom asintió con solemnidad y tomó la mano de Danna ante todos. —Prometo hacerlo —respondió. Los invitados suspiraron, encantados. Danna sintió un orgullo inmenso. Un amor profundo. Una certeza dulce de que había elegido al hombre correcto. La fiesta Después llegaron los bailes. Bailó con su padre, quien lloró en silencio mientras giraban al ritmo de una canción antigua. Bailó con Marcelo, que la apretó fuerte como disculpándose por no poder protegerla siempre. Y bailó con amigas, riendo, saltando, dejando que la música la envolviera. Tom también bailó: con la madre de Danna, con Valeria, con la abuela de ella. Era encantador, educado, encantador hasta la perfección. La pista brillaba con luces blancas y doradas. Los invitados reían, brindaban y celebraban. La noche se llenaba de fotografías, abrazos, canciones. Todo era magia. La clase de magia que una mujer recuerda toda la vida. La clase de magia que precede a una tormenta. Pero ese momento… Ese instante... Era perfecto. Y mientras Danna tomaba un sorbo de champaña, observando a Tom al otro lado del salón, rodeado de invitados que lo adoraban, sintió que la vida le sonreía desde todos los ángulos. No sabía que ese sería el último día en que su mundo estaría colmado de luz. El último día en el que el amor no dolía.






