El atardecer pintaba el cielo en tonos naranjas mientras Danna se terminaba de arreglar frente al espejo. Se había puesto un vestido sencillo que Tom le había comprado semanas atrás: azul claro, suave, delicado, “adecuado”, según él. Se lo había puesto porque no quería discutir, porque había aprendido que llevar algo distinto podía desatar problemas.Aun así, se veía bonita, y por un instante, fugaz, casi ilusorio, quiso sentir que esa noche sería normal.El sonido de pasos en el pasillo la obligó a enderezarse.Tom apareció en la puerta del dormitorio, apoyado en el marco, con las manos en los bolsillos y una expresión tan tranquila como estudiada.La observó sin hablar, recorriendo su figura con la mirada lenta, posesiva, como si la estuviera evaluando.—Estás hermosa —dijo al fin. Su tono fue suave, pero tenía un subtexto que Danna conocía demasiado bien: ese era el tipo de frase que ocultaba una advertencia. Un así te quiero ver, un así no me haces quedar mal.Danna le sonrió tenu
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