Ella solo quería cambiar el mundo. Él… cambiar el suyo por ella. Isabella, CEO de una poderosa farmacéutica, ha construido un imperio con inteligencia, frialdad y secretos que podrían destruirla. Alex, su socio irresistible y ambicioso, no sabe si amarla… o temerla. Un romance prohibido, un experimento olvidado y un enemigo que regresa desde las sombras para vengarse. Mientras el pasado amenaza con estallar, una traición está por romperlo todo. Y cuando el amor se convierte en debilidad… ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para protegerlo todo, incluso si eso significa perderlo todo? Intriga. Poder. Pasión. Una guerra silenciosa donde la mente… también puede ser un arma.
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—¡Esto no puede ser! Isabella despertaba de su inconveniencia, aturdida, con el cuerpo adolorido y conectado a una red de cables que pulsaban al ritmo de las máquinas a las que estaba conectada. El frío metálico del lugar y la sensación de inmovilidad le confirmaban que no era un sueño. Estaba atrapada. Miró a su alrededor con dificultad. Su cuerpo estaba amarrado a una camilla quirúrgica, y las pantallas alrededor mostraban gráficos cerebrales, análisis en tiempo real… y un nombre: Delphi. El mismo proyecto que, cinco años atrás, creyó haber destruido para siempre. El mismo sistema que ella misma ayudó a desmantelar. El mismo, por el que con el corazón destrozado, entregó pruebas irrefutables y logró que Maurice Vellner, CEO de BioLab, su mentor, su guía y su primer amor, fuera condenado a pasar el resto de su vida en una carcel de maxima seguridad. Sintió el pecho comprimido por la traición, como si volviera a revivir el momento en que descubrió que el hombre en quien más confiaba —después de su padre— la estaba usando como conejillo de indias. Él la había implicado en el desarrollo de Delphi, una red de transferencia de memoria que prometía revolucionar la medicina… pero que traspasaba todos los límites de la ética humana. —¿Cómo puedo restablecer todo el proyecto? ¿Cómo pudo atraparme? ¿Alguien me habrá traicionado? Miró una de las pantallas. El proceso de extracción había comenzado. Tenía menos de 24 horas para detenerlo, o solo su memoria quedaría atrapada en un servidor. Su cuerpo moriría, y ella, como persona, dejaría de existir. Cerró los ojos un instante, y los recuerdos comenzaron a desencadenarse. El juicio. La evidencia. La celda de máxima seguridad en la que había visto entrar a Maurice por última vez. Y, sin embargo, allí estaba ella: conectada a Delphi, como si todo hubiese sido parte de un plan mayor y ella había caído en una trampa perfectamente diseñada. ¿Había alguien más detrás de todo esto? ¿Había vuelto a confiar en las personas equivocadas? ¿Podrá salir viva de todo esto y descubrirlo? 6 Meses Atras Cinco años, ese era el tiempo que había pasado desde que Isabela Morel huyó del infierno disfrazado de paraíso: BioLab. Había sido una de las mentes más brillantes detrás del proyecto Delphi, convencida de que estaba contribuyendo a mejorar la vida de miles de pacientes con Alzheimer y otros trastornos neurológicos. ¡Qué ingenua había sido!. La verdad había sido otra. Una más fría, más cruel, más inhumana. Los experimentos, las pruebas encubiertas, las manipulaciones neuronales… y las consecuencias irreversibles en sujetos que jamás consintieron ser parte de algo tan monstruoso. Cuando lo descubrió, ya era demasiado tarde. Pero no tanto como para escapar… y destruirlos desde dentro. Desde entonces, su corazón era un búnker sellado. Dejó atrás las redes neuronales, la inteligencia artificial generativa, y con ellas, la confianza, el amor, las emociones. Todas eran debilidades y ella se había prometido no volver a fallar, no volver a dejar que alguien más controlara su narrativa. Ahora era otra mujer, una fría, analítica e impenetrable. Nova Lab, era su creación, era la farmacéutica número uno del país. Un imperio erigido sobre decisiones estratégicas, noches sin dormir y un carácter de acero. Y no pensaba permitir que nada—ni nadie—le arrebatara lo que con tanto sacrificio había construido. Sentada en su oficina de ventanales infinitos, donde la ciudad parecía arrodillarse ante ella, se encontraba pensando en lo vivido hace cinco años mientras sobre su escritorio, se encontraba el contrato de colaboración con Duval Pharma. Un simple documento que le tenía los nervios de punta. Sus dedos se detenían cada vez que pasaban la página donde figuraba su nombre: Alexander Duval. Lo había conocido un año atrás, durante una conferencia internacional en Inglaterra. Su presencia había sido como una sombra elegante en una sala de científicos. Inteligente, carismático, guapo… demasiado guapo. Pero fue su mirada la que la desconcertó: una mezcla de desafío y curiosidad. Como si la conociera… o quisiera hacerlo. Ella lo había evitado desde entonces. Lo justo, lo necesario un juego de indiferencia cuidadosamente calculado. Pero ahora, el destino—o el enemigo—había puesto ese contrato sobre su escritorio. Y no firmarlo sería una debilidad que su consejo no perdonaría. Necesitaban esa colaboración. Ella lo necesitaba… profesionalmente. ¿Pero y si no era solo eso? ¿Y si confiar en él fuera el error que lo destruiría todo… de nuevo? Isabela cerró los ojos por un momento. Por un segundo fugaz, sintió el eco de su antiguo yo… vulnerable, ingenua, rota. Luego respiró hondo, levantó la mirada y apretó los labios. Iba a firmarlo. Pero no por él, no por debilidad, no por curiosidad… Lo haría porque tenía un plan. Y si Alexander Duval era quien decía ser… o si no lo era… lo descubriría. Porque esta vez, ella iba a controlar el experimento. Al pulsar la pluma sobre el papel, un leve sonido metálico resonó en la oficina. Y al otro lado del mundo, alguien ya sabía que el juego había comenzado de nuevo…—¡Papá, mira! ¡El robot está bailando!Alex dejó el maletín en el suelo, sin siquiera quitarse el saco, y corrió hasta la sala donde su hijo de cuatro años y medio lo esperaba, con las mejillas sonrojadas y el cabello despeinado por horas de juego.—¿Lo programaste tú? —preguntó Alex, divertido.—Sí. Mamá me enseñó los comandos de voz y Parker me ayudó con el algoritmo del movimiento.—¿Parker vino hoy?—¡En videollamada! Pero me dijo que cuando sea grande puedo trabajar con él.—Tendremos que hablar de eso en unos años. —rió Alex.—¿Y mamá? —preguntó, notando que no estaba en la sala.—En el laboratorio. Dijo que tenía algo importante que mostrarme.—¿Otra sorpresa?—Parece que sí.El niño asintió, serio como su padre, y volvió a enfocarse en su robot.Alex subió las escaleras de la casa. El segundo piso había sido transformado en un pequeño laboratorio personal para Isabella. Una mezcla de hogar y ciencia, con paredes blancas cubiertas de pizarras, estanterías llenas de equipos y un
Tres meses.Eso fue todo lo que Isabella y Alex decidieron esperar desde la propuesta hasta el altar.—¿Tres meses? —le preguntó Dani cuando se enteró—. ¿Estás embarazada?—¡No! —rió Isabella, aunque se sonrojó sin querer.—Entonces ¿por qué tan rápido?—Porque ya esperamos demasiado para estar en paz —respondió ella—. Y porque la vida es corta.La propuesta fue sencilla.Un martes por la tarde, después del trabajo, en el jardín de la casa que ahora compartían. Isabella estaba leyendo en la hamaca cuando Alex salió con dos copas de vino, vestido con camisa arremangada y una sonrisa torpe.—¿Celebramos algo? —preguntó ella, sin levantar la vista del libro.—Sí. Que estás viva. Que estamos juntos. Que es martes.Ella lo miró con una ceja levantada.—Eso suena a excusa barata.Él se arrodilló frente a ella.—¿Y esto?Abrió una pequeña caja con un anillo sencillo, con una piedra de zafiro azul. No era lujoso. No era ostentoso. Era… exacto.Isabella se quedó en silencio. Cerró el libro. De
El motor del avión vibraba con suavidad, como si respetara el silencio que reinaba dentro de la cabina. Isabella se acurrucaba en el asiento de cuero junto a la ventana, envuelta en una manta, con los ojos medio cerrados. A su lado, Alex la observaba. Como si, en cualquier momento, pudiera desvanecerse de nuevo.—¿Quieres algo más caliente? —preguntó él en voz baja.—No. Solo… esto está bien.Él no insistió. Le acarició la mano con los dedos, en un gesto casi involuntario.—Pensé que no iba a volver a verte —murmuró.—Yo también.—Y cuando te vi… ahí… conectada a ese monstruo de cables…Ella giró lentamente la cabeza hacia él.—¿Sabes lo que pensé cuando abrí los ojos?—¿Qué?—Que me iba a morir con su voz en mi cabeza. Que nunca más iba a escuchar la tuya.Él bajó la mirada.—Lo siento, Isa.—¿Por qué?—Porque debí quedarme. No debí dejarte sola ni un segundo.—Alex…—¡No! Yo debía estar ahí. Si no fuera por ese collar, por ese rastreador…—Fue tu idea —le interrumpió ella—. Fue tu f
—¡Maurice, ríndete! —gritó Alex, con el arma en alto, mientras Isabella seguía apoyada contra él, aún débil, respirando con dificultad.Maurice permanecía de pie, inmóvil, a apenas cinco metros del núcleo central. La luz azul pulsaba detrás de él, reflejándose en sus ojos. Ya no tenía el bisturí en las manos. Solo algo más peligroso: una expresión de serenidad absoluta.—No lo entienden —murmuró con voz grave—. No es cuestión de rendirse. Todo esto… era inevitable.—¡Baja las manos! —ordenó Dani, flanqueándolo por la derecha.Parker se movía con cautela desde el lado opuesto, comunicándose por gestos con los comandos del equipo táctico que rodeaban la sala. Estaban listos para saltar sobre él. Solo faltaba una señal.—Has perdido —dijo Carla, apuntándole al pecho—. Delphi está desconectado. Tu código fue roto. Tus sistemas desactivados. Todo acabó.Maurice inclinó la cabeza levemente.—¿Acabó? —repitió—. ¿Estás segura?—Sí —insistió Carla—. Ni siquiera tu IA pudo defenderte de nosotro
La primera compuerta cedió con un zumbido agudo, luego de tres intentos de descodificación manual. El sistema no respondía a ningún protocolo estándar. Ni huella, ni códigos, ni secuencias eléctricas. Solo la presión medida y calibrada de manos humanas que sabían exactamente qué hacer.—No hay duda de que Maurice rediseñó este lugar para no dejar rastros digitales —murmuró Carla mientras examinaba los sensores de la pared—. Todo está desconectado del mundo.—Eso lo hace más difícil para él también —añadió Dani—. Podemos entrar sin ser vistos, y si algo sale mal aquí, no podrá llamar a nadie.—Perfecto —gruñó Alex, ya con el arma en mano—. Porque lo vamos a destruir todo.El equipo se dividió en tres escuadrones, cada uno con dos comandos de seguridad de confianza, con experiencia en infiltraciones tácticas silenciosas.Parker lideraba el grupo de retaguardia, asegurando los pasillos ya despejados.Carla y Dani iban al frente, con escáneres térmicos y sensores de vibración en mano.Ale
Isabella despertaba de su inconveniencia, aturdida, con el cuerpo adolorido y conectado a una red de cables que pulsaban al ritmo de las máquinas a las que estaba conectada. El frío metálico del lugar y la sensación de inmovilidad le confirmaban que no era un sueño. Estaba atrapada.Miró a su alrededor con dificultad. Su cuerpo estaba amarrado a una camilla quirúrgica, y las pantallas alrededor mostraban gráficos cerebrales, análisis en tiempo real… y un nombre: Delphi.El mismo sistema que creyó haber destruido. El mismo nombre que aún le revolvía el estómago de sólo leerlo.Miró una de las pantallas. El proceso de extracción había comenzado. Tenía menos de veinticuatro horas para detenerlo, o solo su memoria quedaría atrapada en un servidor. Su cuerpo moriría, y ella, como persona, dejaría de existir.Un jadeo se le escapó. Trató de levantar una mano, de girar la cabeza, de gritar… pero su garganta estaba reseca, la lengua pesada. Los músculos no le respondían. Sus pensamientos eran
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