Aún era muy temprano esa mañana cuando Isabella Morel entró en la sala de reuniones de Nova Labs. Nada en ella estaba fuera de lugar, iba vestida con un traje beige que aunque profesional resaltaba cada curva de su escultural cuerpo. Ella poseía una belleza natural, su cabello era marrón y ondulado natural, sus ojos café, era alta estilizada toda ella reflejaba elegancia y sensualidad. Ni un mechón de su moño alto se rebelaba. Era lunes, y como todos los lunes, esperaba eficiencia, cifras y silencio.
Lo que no esperaba al entrar a la sala de reuniones era a Alexander Duvall sentado en la cabecera de la mesa de cristal, con su sonrisa torcida y un café en la mano como si estuviera en su sala personal. —Buenos días, Isabella —dijo él, sin molestarse en levantarse—. Tu secretaria me dejó pasar. Ella se detuvo. Por un instante, solo un segundo, sus ojos reflejaron sorpresa. Luego volvieron a ser hielo. —Esa será la última vez que lo haga —respondió, dejando su portafolio sobre la mesa con un golpe sutil. Alex ignoró la amenaza implícita. Lo había visto antes. Mujeres enojadas, mujeres orgullosas, mujeres que querían domarlo. Pero ninguna con la mirada afilada de Isabella Morel. —¿Qué haces aquí? La reunión es con mi equipo ejecutivo —añadió ella, sentándose sin mirarlo. —Cambio de planes —respondió él, como si eso explicara algo—. Necesitamos afinar algunos detalles de la colaboración con Duvall Pharma. —No acepté eso. —No. Pero tus accionistas sí. Ella se mantuvo en silencio. Él sabía cómo irritarla, y lo estaba disfrutando. —Esto no es una fiesta de relaciones públicas, Alexander. Esto es desarrollo farmacéutico. No se trata de quién sonríe mejor en las fotos. —Yo también sé lo que se necesita para desarrollar un medicamento y lograr un lanzamiento exitoso. Que no te engañe mi cara bonita y toda esta personalidad. Yo dirijo una de las más exitosas farmacéuticas del país y este producto que hemos estado desarrollando en colaboración será otro éxitos para ambas compañias. —replicó él, dejando el café sobre la mesa. Luego se inclinó ligeramente hacia ella—. ¿O es que solo trabajas con gente fea y aburrida? —Acepto resultados no escándalos y lo que he visto de ti son solo relaciones públicas y dramas de faldas. Puede ser mala publicidad para nuestro negocio. Por un segundo, algo oscuro cruzó los ojos de Alex. Pero desapareció tan rápido que Isabella dudó si lo había visto. —No lo has visto todo de mi preciosa. Dijo él en tono juguetón como si no hubiera escuchado el tono venenoso de ella—. Soy muy bueno dando resultados. Los equipos de Nova Labs y Duvall Pharma tomaron asiento alrededor de la elegante mesa de cristal. Isabella apenas levantó la vista de su laptop mientras Alex se acomodaba junto a ella con una sonrisa relajada. —Espero que todos hayan tenido un buen fin de semana —dijo Isabella, profesional y cortante. —Algunos lo pasamos disfrutando del sol, jugando golf y distrayéndonos con los amigos… —intervino Alex, con tono amable pero cargado de intención—. Otros, bueno… probablemente estuvieron planificando cómo dominar el mundo desde sus terrazas privadas. Un par de risas incómodas se escucharon en la sala. Isabella respiró profundamente sin mirarlo. —En mi empresa llamamos a eso “visión estratégica”. Algunos la desarrollan, otros… digamos que por eso no están en primer lugar… —respondió ella sin apartar la mirada del documento proyectado en la pantalla. —Touché —susurró él, lo suficientemente alto para que solo ella lo escuchara—. Pero debo decir, tu estilo de liderazgo estilo militar tiene cierto… encanto. Como un té frío con veneno: refrescante pero letal. —Prefiero eso a un café tibio con exceso de azúcar —replicó ella, girándose lentamente para mirarlo de reojo—. Mucha fachada… cero sustancia. —¿Eso fue una indirecta? —preguntó Alex, fingiendo sorpresa—. Porque si fue directa, me preocuparía. No suelo ser subestimado en salas con CEOs… aunque debo admitir que es más entretenido cuando la rival es tan elegante. —No somos rivales, Alexander —dijo ella, con una sonrisa tan perfectamente calculada que podría haber congelado una guerra—. Solo compartimos una mesa… por obligación. —Y sin embargo, aquí estoy, encantado y feliz. Isabella soltó un leve suspiro, justo cuando la jefa de marketing de su empresa empezó a presentar las diapositivas. —¿Te pasa algo? —susurró él de nuevo, fingiendo preocupación—. Tienes esa cara de alguien que quisiera empujarme por la ventana… con clase, claro. —No te preocupes —le respondió Isabella, sin dejar de mirar al frente—. Si alguna vez me dan ganas de tirarte por la ventana, haré que parezca un accidente…y sin testigos.