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Capítulo 2 – “La máscara de Alex”

La luz del atardecer teñía las ventanas de su ático de color dorado. Alex Duvall estaba solo, por elección, o al menos eso se repetía cada noche.

Se quitó la chaqueta de su traje Armani y la colocó descuidadamente sobre el respaldo del sofá y aflojó la corbata mientras a su alrededor solo había silencio. El silencio, ese que solía llenar con las risas, vinos y charlas triviales de sus amantes cada vez que tenía alguna oportunidad.

—¿Qué haces, Duvall? —murmuró para sí mismo, sirviéndose un whisky.

La imagen de Isabella Morel apareció en su mente. Esa mujer fría, meticulosa, cortante pero brillante. Tan brillante que era imposible ignorarla. Tan distinta a todas las mujeres con las que se había acostado o reído. Tan… peligrosa para su paz mental.

Pero no era solo eso. Había algo más en ella. Algo que lo hacía sentirse desnudo cada vez que lo miraba, era como si ella pudiera ver a través de su sonrisa de seductor profesional.

Se dejó caer en el sillón y abrió su computadora. Tenía 43 correos sin leer, la mayoría de relaciones públicas, marketing, y propuestas de colaboración. Una notificación en su teléfono llamó su atención.

Celeste Rivera: “¿Sigues ignorándome? Se que me extrañas tanto como yo a ti, solo quieres hacerte el dificil para no perder esa fachada de conquistador que tienes pero sabes que te conozco. Sé que este juego del gato y el ratón no te va a durar mucho más tiempo. Hasta entonces, piensa en mí.”

Rodó los ojos y dejó el móvil boca abajo.

Celeste había sido una mala decisión… como muchas. Ella era joven, guapa, divertida y atrevida. Perfecta para un par de noches y nada más. Ella era casi 15 años mas joven, ella con 26 y él con 40 años le ofrecía esa diversión y frescura a su vida que solo la juventud podía aportar, pero era solo eso, diversion y sexo sin compromisos y eso ella no lo queria aceptar.

Pero él tampoco era inocente. Aunque Celeste comenzó con los coqueteos él nunca se resistió, y aunque en un principio le dejó claro como a cada mujer con la que compartía que el no era un hombre de compromisos, las veces que estuvieron juntos se comportaba muy coqueto con ella, como siempre había sido con todas. Amaba las mujeres, no a una, a todas. No le gustaba estar solo, siempre estaba en busca de esos encuentros placenteros pero efímeros que llenaran un poco ese vacío emocional que tuvo desde que su madre lo abandonara siendo aún muy joven.

Pero algo en él había cambiado y lo sabía. Desde que coincidió con Isabella Moret en una conferencia global de la industria Farmacéutica en Inglaterra hacía ya más de un dos años comenzó a sentirse solo, ya los encuentros con sus amantes no le producían placer. Necesitaba algo más…. Isabella, no dejaba de pensar en ella. Quizás se debía al hecho de que por primera vez, una mujer no intentaba impresionarlo. No lo buscaba. No lo necesitaba. Al contrario era como si él fuera invisible, para ella lo único que importaba era su trabajo, más allá de eso, ni siquiera lo notaba y precisamente por eso, él no podía dejar de pensar en ella.

—Mierda —susurró.

Se levantó y caminó hacia la terraza. Las luces de la ciudad se encendían como un tablero de posibilidades. Él que siempre había estado tan seguro que tenía unas metas claras y que se sentía tan bien con la vida que llevaba, por primera vez, se preguntó si su imperio significaba algo si no tenía a alguien con quien compartirlo… o con los acontecimientos de los últimos meses, con quien pelearlo. En ese momento sonrió al pensar en ella.

Isabella Morel, Inalcanzable. Intocable y, por alguna razón, para él, irresistible.

Celeste volvió a escribir. Esta vez un solo mensaje:

“Se que aun me deseas y que tu piel me necesita. Ya necesito revivir esos momentos”

Alex sintió un escalofrío. ¿Esa mujer no aceptaba una negativa?

Entonces Alex comenzó a recordar desde el momento que había cortado con ella, hace algunos meses atrás.

—¿Entonces esto fue solo sexo? —había preguntado ella, apoyada contra el marco de la puerta de su oficina, con los brazos cruzados.

—Si! digo no… claro que no —dijo él, incómodo—. Fue sexo… con diversión. ¿Eso cuenta?

—¡¿Diversion?! Solo diversión Alex, dormimos juntos cinco veces. Fuiste a mi casa. ¡Me ayudaste a montar una repisa! ¡Eso es más que diversión!

—Y lo hice encantado… pero las repisas no son contratos amorosos. Pensé que éramos adultos que la pasabamos bien.

—Sí, adultos… pero yo no acostumbro acostarme con el jefe y que luego me esquive en los pasillos como si tuviera la peste.

Desde entonces, esconderse tras columnas o esperar diez minutos en el baño para no cruzarse con ella se había vuelto rutina. Su peor decisión no fue llevarla a la cama… fue llevarla a su cama dos veces más después de haber querido terminar con ella.

Volvió al presente y pensó: —¿qué haré con ella?

No era tan fácil evitarla cuando trabajaba para él, y ahora menos que ella estaba a cargo de liderar la campaña de mercadeo para la nueva colaboración con Nova Lab.

— Espero que no me vaya a traer problemas…

Que equivocado estaba.

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