El balcón estaba bañado por la luz dorada de la luna, reflejada en la superficie tranquila de la piscina. Isabella apoyó la cabeza en el hombro de Alex, escuchando el compás pausado de su respiración. No había correos que responder, llamadas que atender ni enemigos a la vuelta de la esquina. Por primera vez en mucho tiempo, solo estaban ellos dos.
—¿Lo sientes? —preguntó Alex con voz suave—. Es paz. Y por una vez, creo que la merecemos.
Isabella asintió, sin necesidad de palabras. Habían sobrevivido al sabotaje, al espionaje, a la traición. El medicamento había sido lanzado con éxito, y las primeras proyecciones superaban lo estimado. Los accionistas estaban extasiados. El mercado, expectante. Y ellos… enamorados.
Alex sacó una pequeña caja aterciopelada del bolsillo de su chaqueta. Isabella arqueó una ceja, divertida.
—¿Me vas a proponer matrimonio en este balcón o…?
—No todavía —dijo él, sonriendo con picardía—. Pero estoy practicando.
Dentro, había una delicada cadena de oro blanco