Me casé con él pensando que el tiempo y mi amor podrían cambiarlo. Pero nuestro matrimonio, lejos de ser un cuento de hadas, se convirtió en una tormenta interminable. Su indiferencia y los constantes desacuerdos eran solo el principio de un dolor más profundo. Intenté ganarme su corazón, luché contra su rechazo, hasta que finalmente descubrí la verdad que lo explicaba todo: su amante. Nunca fui más que una pieza en un juego familiar, un contrato que sellaba su destino para obtener una herencia. Compartimos la misma cama un par de veces, pero nunca el alma. Y ahora, mientras me pide el divorcio, debo decidir si me derrumbo o si encuentro en esta traición la fuerza para continuar sola.
Leer másRolando soltó una carcajada mientras veía la entrevista de Kitty en su teléfono. Estaba sentado en su lujoso sofá de cuero, con un vaso de whisky en la mano. La joven había sido venenosa y precisa, como una serpiente bien entrenada.—Definitivamente se odian —murmuró, divertido.A Rolando le gustaba el caos ajeno, especialmente si no era él quien terminaba salpicado. Esa mañana, antes de dirigirse a su empresa, los medios lo esperaban en la entrada de su edificio. El escándalo por la muerte de Claudia estaba en su punto más alto. Sin detenerse demasiado, les dio unas cuantas declaraciones:—Claudia era una gran mujer, una amiga muy cercana. Lamentamos su pérdida…—¿Y su relación con la señora Mariam Smith? —preguntó uno de los reporteros.—Complicada —respondió, encogiéndose de hombros—. Siempre fue complicada.Eso bastó. Bastaron esas tres palabras para encender nuevamente las redes sociales.Mariam observaba su teléfono con los labios tensos. Los comentarios eran crueles. La compara
Julio estaba en su departamento, con una taza de café humeante en la mano, mientras observaba las noticias en la televisión. Su mirada no se despegaba de la pantalla. Una reportera hablaba sobre la misteriosa muerte de una mujer en un restaurante del centro. Mencionaban que las autoridades estaban investigando un posible envenenamiento.Una sonrisa lenta y oscura se dibujó en sus labios.—Así es como se maneja un problema —murmuró para sí mismo, complacido.Sabía que si Katerin abría la boca, podría arrastrarlo a la ruina, y eso no era una opción. Había demasiada información comprometedora flotando entre sus manos. Robar información de la empresa era un delito grave, y lo que peor le sabía era que gran parte de ese material ya había sido filtrado en redes. Era cuestión de tiempo antes de que alguien atara cabos.Pero ahora… ella estaba muerta. Un obstáculo menos.Julio dejó la taza sobre la mesa, se levantó y caminó hacia la ventana. Desde el piso dieciocho, la ciudad parecía tranquil
Hellen estaba en un restaurante elegante del centro, sentada en una de las mesas más apartadas del salón. Llevaba ya quince minutos esperando a Katerin. A su alrededor, el murmullo de los demás comensales parecía lejano; su mente solo pensaba en la información que estaba por recibir.Los minutos parecían eternos. Jugaba con la servilleta de tela sobre la mesa cuando, por fin, vio ingresar a la mujer. Katerin llevaba gafas oscuras, un gorro bajo y una bufanda pese al clima cálido. Caminaba con evidente nerviosismo. Al verla, Hellen se levantó y la saludó con un gesto. Katerin se quitó los lentes oscuros, dejando al descubierto un ojo morado y un rostro visiblemente cansado.—Necesito que me asegures que me vas a proteger —dijo en cuanto se sentó.—Si me das lo que necesito, puedo hacerlo —respondió Hellen con tono serio—. Pero debe ser información valiosa. Información que me ayude a terminar esto.Katerin asintió con la cabeza. Temblaba un poco mientras el mesero se acercaba con dos co
Los días pasaron lentamente, pero no en calma. Aquel lunes por la mañana, Hellen regresó a la ciudad. El vuelo privado había aterrizado sin contratiempos, y apenas bajó del avión, una ola de reporteros los rodeó. Flashes, micrófonos, y gritos buscando declaraciones llenaron el ambiente con una energía tensa.Su esposo, siempre con ese porte imponente, se colocó frente a ella y habló con la prensa sin perder la compostura.—Lo que está ocurriendo no es más que un intento desesperado de sabotaje hacia nuestra empresa —declaró con firmeza—. Pero no lo vamos a permitir. Las acciones legales ya están en camino.Esa afirmación generó una ola de preguntas, pero Hellen, impasible, caminó con total tranquilidad hacia el coche blindado. Subió con elegancia, seguida de su esposo, mientras los trillizos reían y aplaudían dentro del vehículo, como si el caos mediático fuera solo un espectáculo más. Parecían disfrutar del viaje, ignorando la tensión que flotaba en el aire.Horas después, ya en la e
Hellen se encontraba sentada en una de las sillas del balcón, con una manta cubriéndole las piernas y una taza de té caliente sobre la mesita redonda a su lado. El viento jugaba suavemente con su cabello, y el sonido del lago cercano le transmitía una paz que no sentía desde hacía días. Tenía entre las manos una revista de moda, la ojeaba con atención, tratando de distraerse. Sin embargo, su mente estaba alerta, como si esperara que algo interrumpiera ese momento de tranquilidad.Y así fue.Su celular vibró con insistencia sobre la mesa, iluminando la pantalla. Al ver el nombre que aparecía, una sonrisa helada se asomó en sus labios. Al parecer, había provocado a un enjambre de abejas.—Ahora lo presumes —dijo una voz familiar, grave y cargada de resentimiento al otro lado de la línea—. Te recuerdo que era mío.Hellen apretó los labios, cerrando la revista con una palmada suave.—Tiempo pasado. Supéralo —respondió con frialdad.—Debiste morir —espetó Julio, con odio puro en su voz.El
El diario golpeó el suelo con un crujido seco.Marcel caminaba de un lado a otro en su despacho, sus pasos retumbaban como un presagio. La portada del periódico era un insulto en tinta negra: "Hellen y Nicolás disfrutan del paraíso con sus trillizos: ¿Cómo si no pasara nada malo a su alrededor?".La fotografía era peor que mil palabras.Hellen llevaba gafas oscuras, el cabello suelto, la piel dorada por el sol. Se aferraba a la mano de Nicolás, quien sonreía como si todo estuviera marchando a la perfección. Detrás de ellos, las niñeras empujaban los cochecitos de los bebés, completando el cuadro familiar perfecto.—¿Acaso el escándalo no era suficiente? —murmuró entre dientes.La rabia era un veneno que le subía por la garganta.A unas calles de distancia, en una discreta cafetería, Julio observaba la misma imagen en su tableta. Frunció los labios con visible irritación. Todo estaba saliendo mal. Cada uno de sus planes se desmoronaba, como si una fuerza invisible se burlara de él.Kat
Último capítulo