Me casé con él pensando que el tiempo y mi amor podrían cambiarlo. Pero nuestro matrimonio, lejos de ser un cuento de hadas, se convirtió en una tormenta interminable. Su indiferencia y los constantes desacuerdos eran solo el principio de un dolor más profundo. Intenté ganarme su corazón, luché contra su rechazo, hasta que finalmente descubrí la verdad que lo explicaba todo: su amante. Nunca fui más que una pieza en un juego familiar, un contrato que sellaba su destino para obtener una herencia. Compartimos la misma cama un par de veces, pero nunca el alma. Y ahora, mientras me pide el divorcio, debo decidir si me derrumbo o si encuentro en esta traición la fuerza para continuar sola.
Leer másTatiana cerró la puerta de la oficina con un golpe seco y se dejó caer pesadamente sobre el sofá de cuero, soltando un largo suspiro que resumía el caos de los últimos días.—Está vivo... —murmuró con fastidio, sin ocultar la molestia en su voz—. Solo quemaduras menores.Su esposo, Marcel, alzó la mirada desde su escritorio con una ceja arqueada y una sonrisa cínica curvando sus labios.—Bueno... al parecer tiene más vidas que un gato —replicó con desdén, dejando el bolígrafo sobre la carpeta de informes que fingía leer—. Pero no importa... quiero ver cómo sale de esta el maldito traidor.Tatiana lo miró de reojo, notando la tensión apenas contenida en sus hombros, la ira en sus ojos. Sabía que para Marcel la traición no se perdonaba... y menos cuando venía de alguien tan cercano.—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó con fingida calma, mientras jugaba con un mechón de su cabello, como si la respuesta no le importara, aunque en el fondo moría de curiosidad.Marcel se levantó despacio,
Hellen estaba sentada cómodamente en el sofá, con la laptop sobre sus piernas. Revisaba informes y documentos mientras, de reojo, observaba a Nicolás alimentar a los trillizos. Su esposo sonreía con dulzura, dedicando caricias y palabras suaves a cada pequeño mientras les daba de comer con paciencia infinita.La escena era enternecedora, de esas que se graban en el alma.Una sonrisa se dibujó en los labios de Hellen.Él era el mejor padre… y el mejor hombre.En realidad, a su lado se sentía plena. Segura. Amada.Su mirada se detuvo un instante en el anillo que adornaba su dedo.Todo parecía perfecto… incluso cuando sabía que en el fondo no lo era.El sonido del televisor encendido captó su atención. Alzó la vista, justo cuando una noticia irrumpió en la pantalla:—"Última hora: esta mañana se registró una explosión en las oficinas centrales de la empresa de la familia Fisher. Según los primeros reportes, hay varios heridos, entre ellos el señor Fisher. Los bomberos trabajan intensamen
El sol del atardecer pintaba de rojo los autos en el estacionamiento subterráneo. Marcel salió de la oficina con esa arrogancia que lo caracterizaba, ajustando los puños de su traje con lentitud. Caminaba como si nada en el mundo pudiera tocarlo.Pero al llegar a su auto, lo vio.Nicolás Lancaster lo esperaba, apoyado en el capó de su vehículo, con los brazos cruzados y el rostro endurecido.—Mira quién vino a buscarme —dijo Marcel, burlón—. ¿Se te perdió algo, Lancaster?Nicolás avanzó unos pasos. Había rabia en su mirada, pero también una frialdad peligrosa.—Eres una maldita lacra, Marcel. Una cosa es atacar mi empresa... —su voz era baja, controlada—. Pero llamar a mi esposa para insinuarle cosas, eso ya es cruzar la línea.Marcel soltó una carcajada que resonó entre los muros de concreto.—¿Tienes pruebas de que fui yo quien atacó tu empresa? —preguntó con fingida inocencia—. ¿O solo estás hablando porque no puedes aceptar que estás perdiendo?Nicolás negó con la cabeza con calma
Julio se quedó quieto unos segundos, observando cómo Hellen se alejaba con paso firme, empujando el cochecito como si fuera la reina de un imperio que él nunca logró conquistar. No podía negar que su pecho dolía y que la rabia lo consumía, pero aquel no era el momento para escándalos.Inspiró hondo, apretando los dientes para controlar esa mezcla venenosa de frustración, celos y derrota.—Dime algo —soltó Tatiana con voz cortante, interrumpiendo su silencio amargo. Lo miró fijamente, entre molesta y sospechosa—. ¿Qué hacías el otro día en la oficina de mi esposo? ¿Qué intenciones tienes con él?Julio giró el rostro con lentitud, dejando que una sonrisa sarcástica se dibujara en sus labios.—Tranquila —respondió con falsa dulzura—, tu marido no es mi tipo. Me gustan los hombres cultos, inteligentes, con un mínimo de sentido del humor. Y bueno… el tuyo es todo lo contrario.Tatiana chasqueó la lengua, cruzándose de brazos con arrogancia.—Te aliaste con él. Lo sé.—No exactamente —repli
Los días pasaban lentamente, como si el tiempo se arrastrara después del torbellino de eventos en la empresa. Sin embargo, en medio del caos, Cecilia había cumplido su misión con eficacia. Con su ingenio, su encanto natural y una sonrisa que podía abrir cualquier puerta había logrado lo que parecía imposible: convencer a los inversionistas para que le dieran una segunda oportunidad al esposo de su amiga.Había usado todos los recursos a su alcance, incluso su apellido, uno que aún generaba respeto en los círculos de poder. El apellido Ramírez, sinónimo de tradición y fuerza empresarial, seguía teniendo peso en el juego.El día era cálido y agradable. El sol brillaba con suavidad, y una brisa ligera revolvía el cabello de Cecilia y Hellen mientras caminaban por el parque. Hellen empujaba con cuidado el coche donde dormían plácidamente los bebés, y a su lado, Cecilia caminaba con sus gafas de sol y una sonrisa discreta.—Sabía que lo lograrías —dijo Hellen con sinceridad, sin apartar la
Julio empujó la puerta de la oficina de Marcel sin molestarse en tocar. No tenía tiempo ni paciencia para formalidades con alguien como él. Ingresó con paso firme y se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio con una mirada fría y decidida.Marcel alzó la vista desde su laptop, sin inmutarse. Una sonrisa ladeada se dibujó en sus labios al ver a su inesperado visitante.—Mira nada más… el amante en persona —soltó con sarcasmo, dejando caer el bolígrafo entre sus dedos.Julio no sonrió.—¿A qué estás jugando, Marcel? —preguntó en tono bajo, pero cargado de tensión—. Estás utilizando a mi aliada y eso no es parte de ningún acuerdo.Marcel cerró lentamente su laptop y entrelazó los dedos sobre el escritorio. Fingía calma, pero en sus ojos brillaba la chispa del desafío.—Yo no hice nada —respondió con fingida inocencia—. Simplemente aproveché una oportunidad que tú dejaste abierta.—No te hagas el tonto. Sé todo lo que sucede en ese lugar, incluso lo que crees que nadie ve. Kat
Último capítulo