El amanecer llegó con una bruma ligera, pero para Isabella su día comenzó con luz clara en la mirada. Se sentó en su escritorio, frente a la ventana, repasando los informes que Dani le había enviado poco antes del amanecer. El intento de difamación de Celeste ya no era más que una cosa de pasado: los medios habían desmentido, las redes sociales habían olvidado pronto, y la junta directiva había mostrado confianza en su liderazgo. Sin embargo, Isabella sabía que la calma tras la tormenta suele ser precaria: la gente recordaba el susto, aunque la verdad hubiera salido a la luz.
Alex la encontró revisando papeles y datos con una sonrisa suave. Se sentó a su lado y tomó su mano.
—¿Cómo dormiste? —preguntó.
—Con más paz que ayer —respondió ella—. Pero no confío en que esto termine aquí.
Él asintió, aún con el recuerdo de la tensión en sus hombros.
—Lo sé. Celeste no se rinde. Y Maurice sigue al acecho, aunque se ha mantenido fuera del radar y eso es preocupante. Algo grande debe estar tram