El silencio de la oficina de Isabella se rompió con el sonido seco de los tacones de Celeste. No pidió permiso para entrar. No lo necesitaba. Sabía que había cruzado una línea hacía tiempo, y ahora venía dispuesta a empujarla hasta romperla por completo.
—Isabella —dijo con una sonrisa falsa—. Qué sorpresa encontrarte tan… sola.
Isabella cerró su laptop con calma. No alzó la voz, no se movió de su silla. Solo alzó la mirada, fija, como un disparo frío.
—Tú y yo sabíamos que este momento llegaría —respondió con tono sereno—. Ahora sin máscaras, ¿verdad?
Celeste se encogió de hombros con fingida indiferencia.
—¿Máscaras? Yo solo vine a advertirte. Hay personas que ya no confían en ti. Estás perdiendo el control, Isabella. Hasta Alex empieza a notar quién eres en realidad.
Isabella se levantó despacio. No era una mujer que se dejara intimidar.
—Si vienes a hablar de Alex, deberías saber que no está disponible para juegos baratos. Él aprendió a distinguir el deseo disfrazado de interés. Y