El evento anual de la Asociación Farmacéutica era todo lo que Isabella detestaba: superficial, lleno de políticos con trajes apretados, inversionistas con sonrisas falsas y mujeres que confundían influencia con escotes.
Llegó puntual, como siempre vestida con un traje verde oscuro que parecía una declaración de guerra en terciopelo. Recogió su credencial y subió las escaleras del hotel con la espalda recta, los tacones firmes y los nervios blindados. Hasta que escuchó esa voz. —Vaya, creí que eras un espejismo. Pero no, aquí estás… mortal y fabulosa. Isabella giró. Alex Duvall tenía un traje azul oscuro, camisa blanca sin corbata, el cabello más desordenado que de costumbre y una vaso de whisky en la mano. —Creí que vendrías con alguna de tus modelos. ¿No estaba disponible la de la semana pasada? O ya se le acabó su su periodo de prueba….. digo por lo que sé solo te duran una semana. —Tenía que llevar a su perro a una sesión de yoga. Pero me encanta que estés tan pendiente de mi vida. —respondió él sin perder la sonrisa y guiñandole un ojo—. Y tú, ¿vienes sola por convicción o por escasez de candidatos que no te teman? Ella respiró profundo antes de contestar - Ambas. Y tú por lo visto vienes acompañado de tu ego. Alex la rodeó con la mirada y chasqueó la lengua. —Qué peligroso sería si te rieras más seguido, Morel. Podrías causar ataques cardíacos. Ella le pasó de largo, dispuesta a ignorarlo, pero al entrar al salón principal… sintió el tirón. El cierre de su vestido, nuevo y delicado, había cedido. Perfecto, lo que me faltaba. Corrió al baño con elegancia forzada. Estaba sola… hasta que alguien tocó la puerta. —Isabella —la voz de Alex, con un tono extrañamente decente—. Vi lo que pasó con tu vestido. —Estoy bien. —Eso parece. Pero la parte trasera de tu vestido no está de acuerdo. —¡No entres! Demasiado tarde. Alex asomó la cabeza. Ella trataba de alcanzar el cierre con los brazos torcidos como un contorsionista frustrado. —¿Quieres ayuda o prefieres luchar tú sola contra la seda italiana? Ella lo fulminó con la mirada. Él levantó las manos. —Prometo no decir nada… ofensivo, ni poético, ni gracioso solo ayudar. Con un suspiro resignado, Isabella se giró. Él se acercó y, con manos sorprendentemente suaves, acomodó la tela. —¿Esto no arruina tus fantasías de enemistad? —preguntó ella, sin mirarlo. —¿Y si te digo que en mis fantasías no hay tanta tela? —Te diría que necesitas terapia. Alex rió por lo bajo. Terminó de subir el cierre con cuidado. —Listo. Tu armadura de CEO indestructible e impecable está intacta de nuevo. Ella se giró, estaban demasiado cerca. —Gracias —dijo —No fue nada. Además, después de Lauric Acid, necesitaba redimirme contigo. Ella soltó una risa nasal. Alex abrió los ojos. —¿Eso fue… una risa? —Fue una exhalación con sonido. —¡Lo sabía! ¡Sabía que tenías sentido del humor escondido entre las fórmulas! —Vete antes de que me arrepienta. Y así, entre risas apagadas y tirones de seda, Isabella y Alex volvieron al salón. No como aliados, no como amigos, pero como dos personas que, sin querer, ya estaban demasiado involucradas en la historia del otro.