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Capítulo 5 – “Tormenta de medianoche”

Afuera de su oficina el cielo rugía. La tormenta llegó antes de lo previsto.

Isabella no se inmutó. Seguía revisando los resultados preliminares del nuevo ensayo en su oficina mientras la lluvia golpeaba los ventanales como un ejército impaciente. Todos se habían ido hace horas. Todos menos ella o eso creía…

—¿Tú tampoco crees en los horarios normales? —dijo Alex desde el marco de la puerta, con la camisa remangada y el cabello algo húmedo.

Ella alzó la vista. Apenas lo reconoció sin su sonrisa habitual. Estaba serio, algo cansado… y sorpresivamente guapo de esa manera natural que la sacaba de balance.

—No duermo tranquila si no reviso los datos. —respondió ella.

Él entró sin pedir permiso, como solía hacer.

—La tormenta cerró las salidas. Carla avisó que la seguridad no permite salir hasta que bajen las ráfagas. Podríamos estar aquí un rato.

Isabella suspiró. Volvió a su pantalla mientras le preguntaba; - y qué haces tú aquí, hoy no teníamos ninguna reunión pautada.

Alex miró alrededor y, como si nada, se sentó en el sofá que había en la esquina de su oficina.

—¿Siempre eres tan amable con los colegas y les das esa expresión de “si alguien me interrumpe lo destruyo”?

—¿Siempre hablas cuando nadie te invita?

—Sí. Es mi superpoder.

Ella lo miró de reojo. Él le devolvió la mirada. No se dijeron nada durante varios segundos. Afuera, un trueno sacudió los cristales. Las luces parpadearon.

—¿Tienes miedo a los truenos, Isabella Morel? —preguntó él, con una sonrisa apenas visible.

—Tengo miedo a perder el tiempo con gente que no vale la pena. Tú sigues en evaluación.

Alex sonrió. Se puso de pie y caminó hacia su escritorio. Se detuvo frente a ella.

—¿Puedo sentarme?

Ella dudó… pero asintió. Él se sentó al borde del escritorio, justo frente a ella.

—¿Qué haces cuando no estás liderando imperios farmacéuticos?

—Leo. Medito. Camino sola.

—Interesante. Yo cocino, juego poker con médicos arrogantes y de esa manera olvido que estoy solo.

Esa última parte la dijo tan rápido que casi sonó como una broma… pero no lo era.

Isabella lo miró con atención por primera vez en la noche.

—¿Solo?

Él la miró, y su sonrisa habitual desapareció.

—Rodearse de la gente no es lo mismo que estar acompañado.

Silencio. Afuera, la lluvia seguía. Isabella cerró la laptop. Muy despacio.

—¿Qué te hace pensar que no estás acompañado ahora?

Él levantó la vista.

Ambos sabían que ese momento no era una simple conversación de pasillo. Era algo más.

—Porque no me has amenazado en los últimos cinco minutos. Eso me confunde.

Ella se rió.

Él la observó. Ella se veía hermosa sin darse cuenta: sin sus barreras, sin su sarcasmo, sin el escudo que solía utilizar de mujer impenetrable. Solo era ella, en una oficina oscura, con una tormenta afuera y algo temblando adentro.

—Gracias —dijo él de pronto.

—¿Por?

—Por no ser predecible. Y por no tener miedo de ser fuerte. Pero también por esto. Aunque aún no sé lo que es, pero lo necesitaba.

Isabella no respondió. Solo se levantó, fue hasta la pequeña cafetera que había en su oficina y preparó dos tazas de café y le extendió una.

—Tampoco sé lo que es —dijo ella—. Pero si te hace sentir menos solo por un rato… aquí tienes.

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