Él fue su Alfa… ahora es su enemigo. Leah estuvo unida a Lucian por conveniencia, hasta que la traición y la pérdida de su cachorro la dejaron rota. Despreciada por todos, jura no volver a ser débil. Pero para destruirlo, deberá vincularse con Noah, un líder tan letal como irresistible… y ese lazo exige más de lo que está dispuesta a dar. Entre deseo y venganza, Leah se dará cuenta que la batalla más peligrosa será contra su propio corazón… y el secreto de un cachorro macho que podría cambiarlo todo.
Leer más—Hazlo, Leah. No te lo volveré a repetir. ¡Obedece o recibirás tu castigo!
La voz de Freya era una serpiente en su oído. Su “amiga”. La misma que había compartido su primera transformación lunar. La misma que la abrazó cuando Lucian la eligió como su pareja. La misma que ahora la amenazaba… con una sonrisa. »Si no vacías las reservas de carne seca esta noche, diré que me atacaste otra vez —susurró—. Y tú sabes cómo reacciona Lucian cuando cree que me hiciste daño. Leah apretó los puños. —No lo haré —respondió, firme—. La comida apenas alcanza para el próximo ciclo. Si la manada pasa hambre por esto, podríamos perder a los cachorros menores. Freya suspiró y fingió una mueca de pena. —Qué lástima… Pensé que habías aprendido. … Pasaron las horas. Leah trató de mantenerse ocupada en los jardines. Recogió hierbas para las hembras preñadas. El dolor en el abdomen seguía leve pero constante. No se lo había dicho a nadie… aún. Estaba embarazada. Y, por un momento —solo uno—, se permitió imaginar un futuro con un bebé entre sus brazos. Uno que sí la amara. Uno que la mirara sin juicio. No por su don, sino porque era ella. Un paso bastó para romperlo todo. —¡¿Dónde está Leah?! —rugió la voz de Lucian. La manada entera se detuvo. Leah apenas tuvo tiempo de girar. Lucian la tomó del brazo con violencia. Sus ojos dorados estaban enloquecidos. —¡¿Qué hiciste, maldita?! ¡Freya volvió herida! ¡Rasguños, moretones, sangre en su ropa! ¿Fuiste tú? —¿Qué? ¡No! Yo no… no la he visto desde la mañana —respondió, tratando de zafarse de su agarre. —¡Mientes! —gruñó, sin contener su ira. La zarandeó con tal fuerza que su cabeza golpeó una columna. El mundo giró. El corazón le retumbaba en los oídos. —¡Te dije que si volvías a ponerle un dedo encima…! —¡No lo hice! —gritó Leah, desesperada—. ¡Ella me amenazó! ¡Me pidió que robara alimento de la reserva! Una carcajada oscura estalló en el pecho de Lucian. —¿Y esperas que crea eso? —La levantó del cabello. Y entonces… llegó el golpe. Uno. En la mejilla. Otro. En el abdomen. Otro más. En el costado. En la espalda. En la cara. —¡Basta! —gritó una loba joven—. ¡Va a matarla! —¡Alfa, por favor! —rogó un anciano. Pero Lucian no se detuvo. —¡No se acerquen! —ordenó—. Que aprenda lo que pasa cuando se mete con Freya. Y Leah… no se defendió. Porque ya no podía. Cayó al suelo como una muñeca de trapo. El mundo era rojo. Su aliento, débil. Sus piernas… húmedas. Miró hacia abajo. Sangre. Mucha. Demasiada. No. No… ¡No! —Lucian… —gimió—. Estoy… Pero ya no la escuchaba. —No quiero que la sanen —escupió él, dirigiéndose a los curanderos—. No por lo menos en una hora. Quiero que recuerde cada segundo de este castigo. Y se marchó. Leah se quedó sola. Bajo la nieve. Bajo la mirada de una luna que parecía esconderse. Sintió que algo la abandonaba. Un alma diminuta. Un hilo de esperanza. Y entonces lo supo. Había perdido a su bebé. Su garganta soltó un sonido ahogado. Ni un lamento completo. Solo una nota rota. Y con eso, murió algo dentro de ella. Algo que jamás volvería. … Sanaron su cuerpo. Pero no su alma. Los curanderos se acercaron en silencio una hora después del castigo. Uno de ellos colocó sus manos temblorosas sobre el vientre de Leah, susurró oraciones y dejó que la energía lunar cerrara sus heridas. Cuando terminaron, se alejaron sin decir palabra. Leah permaneció en el suelo, sola, abrazada a sí misma. Su pecho vacío. Y el calor apagado de una vida que ya no estaba. Recordó su noche de unión. Lucian no fue tierno. No fue dulce. Ni siquiera le dirigió la palabra. Solo se dejó llevar por el instinto, como un lobo hambriento. La empujó sobre la cama ceremonial y la tomó sin mirarla, sin tocar su rostro. Leah lloró esa noche en silencio. Quiso creer que era normal, que los vínculos destinados no siempre eran dulces al inicio, que tal vez con el tiempo él llegaría a amarla. Pero el tiempo trajo otra cosa. Miradas robadas entre él y Freya. Risas privadas. Horas enteras donde desaparecían juntos. Rumores. “Lucian y Freya fueron pareja cuando eran adolescentes.” “Dicen que aún se ven en secreto.” “A ella es a quien realmente ama.” Y todas las veces que Leah preguntó, Lucian gruñó. Y todas las veces que Freya lloró… Leah sangró. —No soy más que un oráculo con forma de loba —susurró—. Solo quieren lo que veo. No lo que soy. Fue entonces que se le cruzó un pensamiento. Una chispa de locura entre la humillación y el dolor. Huir. Si fallaba… que la mataran. Pero si no… si tenía una oportunidad… Durante el intercambio anual con el clan aliado, un carro saldría cargado con pieles y armas como tributo. Ahí. Debía ser ahí. Pero necesitaría ayuda. … Esa noche, Leah encontró a Liani, una loba joven que había presenciado todo. —Ayúdame —le suplicó—. Por favor. —No… no puedo. Si te ayudo, el Alfa me matará a mí también. —Perdí a mi bebé —susurró Leah, con la voz rota—. Y nadie le lloró. Nadie lo cuidó. Nadie… Liani lloró en silencio. Su corazón se hizo pedazos. Se conocían de toda la vida y sabía que Leah era la loba más bondadosa y dulce de toda la manada. Nunca entendió por qué todos la despreciaban. Finalmente, asintió. —¿Qué tengo que hacer? —Ayúdame a esconderme en el carro que llevará el tributo. Haré que el Alfa me dé otra golpiza. Si me hiere, no sospecharán que intento huir. Me verán débil, sin peligro. —Leah… —la joven dijo entre sollozos—. ¿Está usted segura? —No tengo nada que perder. Nadie sospechará de ti. —Levantó su mano derecha, en señal de juramento. … Horas después, Leah se presentó en el salón del consejo, con la cabeza en alto y el corazón expuesto. Lucian estaba ahí. Con Freya a su lado, con esa cara de inocente tan contraria a su corazón malvado. —Alfa —dijo Leah con voz clara—. ¿Sabes? A veces sueño que le corto la cabeza a tu amante con mis propias manos. Un silencio sepulcral cayó en la sala. —¿Qué dijiste? —gruñó Lucian. —Que tu “compañera de infancia” debería pudrirse como la víbora que es. Lucian sonrió. Una sonrisa fría. —Parece que no aprendiste la lección. La golpeó. Más fuerte que nunca. Entre fingidas súplicas de Freya para que se detuviera y la impotencia de los demás. Desde lejos, Liani observó todo. Corrió al lobo sanador que la pretendía. —Por favor… ayúdala. Por mí, por favor. El lobo dudó. —No. El Alfa me matará. —Por favor —lloró la joven y se arrodilló ante él. —No puedo sanarla del todo —dijo, resignado y con el corazón frenético en el pecho—. Pero haré lo suficiente. … Leah fue sanada a medias. Aún débil. Con heridas semi expuestas. Se arrastró esa noche hasta el carro, mientras la joven vigilaba. Se deslizó bajo las pieles. No respiró. No pensó. Solo deseó. Salir. Vivir. O morir, pero al menos lo habría intentado. El carro se movió. Y cuando estuvo lo suficientemente lejos, saltó. No gritó. Solo corrió. Y corrió. Y corrió. No en forma de loba. Su cuerpo no lo soportaba. La marca del vínculo ardía en su pecho como fuego. Pero no se detuvo. Y entonces… su don se activó. Una energía azul se liberó de su pecho como un grito del alma. Un pulso de rabia, poder y desesperación. Todo se volvió blanco. Y luego… nada. … Abrió los ojos. El cielo era gris. El bosque, extraño. Y un hombre la miraba desde arriba. Alto, de hombros anchos y ojos fríos. —Vaya, vaya… —dijo con tono burlesco—. La ramera del Alfa Lucian. Nunca pensé que terminarías tirada como una perra callejera. Leah apenas pudo levantar la cabeza. —¿Quién… es usted? El hombre se inclinó y le mostró los colmillos. —Soy el Alfa del clan del Este y eres el arma perfecta para acabar con el maldito Lucian.La inflamación en el ojo de Cassian no bajaba ni un poco. Su labio partido no era peor que la herida en su costado derecho. Cada paso dolía, y el sabor metálico en su boca le recordaba que seguía con vida.—Alfa Noah, ¿me permite decir algo? —preguntó, con desgano.—Dilo —respondió Noah. Su rostro varonil cubierto de magulladuras. Sus nudillos reventados, las manos llenas de ampollas. Habían recibido una paliza digna de contarse a los nietos… si vivían lo suficiente para tenerlos.—Estamos jodidos —murmuró Cassian—. ¿Sabe perfectamente quiénes son los hijos de ese sádico, verdad? Vendrán por venganza.—Lo sé —contestó el alfa, con voz plana, casi sin emoción.—L-lo siento —susurró Leah detrás de ellos. Caminaba con dificultad. La túnica raída que llevaba apenas cubría lo necesario. Su cabello apestaba a sangre y vísceras. El dolor en sus extremidades era constante, pero no era nada comparado con la culpa que le quemaba el pecho.«De verdad creí… que no saldría viva», se dijo e hizo un
Las garras de un lobo de barba espesa la empujaron dentro de una estancia. Tres lobas con mirada hueca la rodearon en silencio. Le dieron indicaciones de desnudarse y obedecer. —Por órdenes del Alfa Cruor —susurró una, mientras untaba un aceite espeso y ambarino sobre su abdomen—. Debes brillar para el festín. Leah quiso gritar. Cerró los ojos. El tacto era una violación lenta: esponjas ásperas restregaron sus muslos, ungüentos fríos sobre los pezones, manos ajenas en su cabello para rociarlo con perfume de cerezo. —Resígnate, hermana —le susurró una, y aunque era la más joven tenía unas marcadas ojeras—. Los que luchan... duran menos. «Noah no vendrá. Lucian solo me arrastrará a golpes a su celda… estoy perdida». … Al sacarla, la obligaron a atravesar un pasillo largo donde el horror goteaba desde las paredes. Manchas oscuras brillaban bajo las antorchas. Lobos encadenados se golpeaban entre sí mientras otros apostaban quién moriría primero. Una hembra encaden
Leah despertó de golpe y contempló el cielo oscuro repleto de estrellas. Los recuerdos de los últimos acontecimientos inundaron su mente. Se levantó deprisa. Enseguida notó que su ropa estaba rota y se cubrió desespera con los antebrazos. —No intentes huir. No me des razones para estropear esa bonita piel —amenazó el lobo mientras alzaba la mano; un rayo azulado brotó de su dedo índice—. Si no cooperas, tendré que ponerte a dormir de nuevo. Leah observó alrededor. Distinguió cuatro olores diferentes, ninguno conocido. —¿A dónde me lleva? —Pronto lo averiguarás —respondió él con una sonrisa sardónica—. He notado que no eres virgen, loba, pero podemos fingir que sí. El rostro de Leah se desencajó por completo. —¿Qué dice? —¿Acaso la manosearon mientras dormía? ¿Qué le hicieron durante su inconsciencia? —No te preocupes, aún así vales mucho. —No, señor, se equivoca. Yo no valgo nada —se apresuró a decir… La historia se repetía; otra vez sería usada como profetisa person
El lobo desconocido posó uno de sus largos dedos en la mejilla de la delgada loba.Un pequeño destello azulado salió de su dedo índice y en menos de un segundo Leah se encontraba inconsciente bajo el río.El desconocido la carga sin mucho esfuerzo. Gracias al agua el rastro de su olor desapareció.Avanzó deprisa, pero con el sigilo propio de un depredador.Unos minutos después se encontró con otros tres lobos.—Miren que cosa tan bonita me encontré por allá. —Acomoda a Leah en el suelo de tal manera que todos pudieran ver su rostro.Uno de ellos aspiró el aroma y sus mirada se tornó oscura, siniestra. Sin pensarlo se inclinó hacia ella y de un movimiento desgarró el delgado blusón. Los senos de la loba quedaron expuestos. Todos la miraron con lascivia. —Tiene un cuerpo como para montarla hasta que no pueda ponerse de pie —dijo uno con cientos de imágenes perversas en su cabeza.—Detengan sus impulsos, compañeros —soltó entre dientes quién la había raptado—. Esto es exactamente lo que
Los ojos de Leah se tiñeron de un odio tan puro que, de haber sido fuego, habría reducido la sala a cenizas. Su corazón golpeaba contra sus costillas, pero no agachó la cabeza. No iba a regalarle ni un solo gesto de sumisión.—¿Entonces es mi culpa haber nacido tan débil? —escupió, su voz cargada de veneno—. Alfa Noah, ¿es mi culpa que ustedes sean unos monstruos con fuerza descomunal y cerebro de chícharo?El alfa Noah apretó la mandíbula, las venas de su cuello se tensaron, parecía que se iba a transformar en su forma lobuna. —Más te vale que te retractes, oráculo… si no, tendré que castigarte, y esta vez no tendré compasión —sentenció entre dientes.Leah dio un paso adelante, con la mirada clavada en la suya. ¿Qué perdía si lo retaba? ¿La vida? Ser prisionera era igual que estar muerta sin dejar de respirar.—¿Hay un castigo más grande que este? Estar rodeada de seres tan viles, tan malos, tan crueles como ustedes. Toda una vida de golpes, toda una vida siendo despreciada… —su voz
Lucian caía al borde de la locura.Su consejo de sabios fue claro: la presencia de Leah, en cualquier territorio, representaba un peligro para su manada.Le repitieron lo que alguna vez le dijeron sobre tener una loba vidente: es más peligro que bendición.Un poder así atrae codicia, y la codicia siempre trae manos dispuestas a arrancártela.Una ventaja que luego se puede usar en tu contra.El alfa Lucian no descansó hasta consultar con sus mejores rastreadores, pero ninguno lograba localizarla. Entonces, recurrió a otros lobos, forasteros, con habilidades más oscuras.Uno de ellos le dio la respuesta que lo envenenó por dentro:—No puedo rastrearla por el vínculo… porque dicho vínculo ya no existe.Lucian lo encaró con el ceño fruncido.—¿Qué significa eso?—Puede que se haya roto porque la loba que buscas está muerta… o porque alguien lo rompió.Esas palabras taladraron su cerebro.Su mandíbula se tensó hasta doler.—Oh, mi querida Leah… —susurró, con una calma más peligrosa que cua
Último capítulo