Los días pasaron.
Y con ellos, los planes. Uno tras otro. Mapas. Estrategias. Emboscadas. Nada resultaba. Cada vez que Leah cerraba los ojos para ver el futuro, el resultado era el mismo: derrota. muerte. sangre. Con cada plan fallido, la rabia de Noah crecía como la hierba luego de un día lluvioso. —¡¿Me quieres ver la cara de idiota?! —rugió, y estampó la mano contra la mesa de guerra—. ¡¿Es eso?! ¡Mentirosa! Leah aparentaba no inmutarse. Dentro suyo su estómago se revolvió. Y su corazón latía desenfrenado. —¿Qué dices? —logró decir sin que su voz se quebrara. —Tus visiones —gruñó, y se acercó con los ojos rojos de furia—. Las que tú ves… pero que nadie más ve. No son como la primera vez, cuando hasta Cassian y yo pudimos sentirlas. ¿Acaso las inventas? —No —respondió con frialdad—. Las visiones que comparto… las que los demás pueden ver… se llaman Visiones Totales. Y requieren energía. Mucha. Más de la que tengo en este estado. —¿Y qué necesitas? ¿Un altar, una ceremonia, flores en el cabello? —escupió con sarcasmo. —Necesito fuerza —dijo Leah, con fastidio—. Necesito… energía viva. Noah la sostuvo un instante en silencio. Luego, con un gesto brusco, extendió la mano. —Tómala. Hazlo ahora. Aquí. Frente a todos. Muéstranos lo que ves. Leah vaciló. Tomó su mano. Anhelaba ver el rostro que pondría cada uno al contemplar su propia muerte. Otra vez sintió esa corriente. Electricidad cálida, intensa, brutal. Su cuerpo se estremeció y sus ojos adoptaron un azul intenso, como si la luna ardiera en su interior. Los demás lobos guardaron silencio. Entonces, la visión estalló en la sala. —¡¿Qué es esto?! —susurró un guerrero, con ojos desorbitados, mientras miraba alrededor. Estaban en el campo. El plan que habían trazado… ejecutado. Y todo salía mal. Flechas desde las copas de los árboles. Lucian avanzaba entre ellos como una sombra indestructible. Los lobos del Este caían uno tras otro. Los gritos de Noah. Cassian envuelto en fuego. Leah… encadenada de nuevo. Los demás morían sin piedad. —¡NO! —gritó alguien—. ¡Esto no puede ser real! Pero lo era. Se sentía. Se olía. Se vivía. Y justo cuando Noah veía su propio cuerpo caer bajo la espada de Lucian… la visión se quebró. Leah cayó de rodillas. Y luego al suelo. Inconsciente. —¡Llévenla a su habitación! —ordenó Noah, con la voz rasposa—. ¡Ahora! Cassian la cargó en silencio, el rostro blanco como papel. —Lo vio todo —susurró a Noah—. Nos salvó… otra vez. … En otro lugar El alfa Lucian estaba solo. Caminaba en círculos. Ojos inyectados de ira. Manos ensangrentadas tras golpear paredes, puertas y rostros. —¡Encuéntrenla! —rugió—. ¡Maldita loba escurridiza! Freya entró con calma y dulzura fingida. —Amor… debes descansar. Lucian giró hacia ella. —¡Cállate! ¿¡Cómo puedes estar tan tranquila!? —Porque quizá ya esté muerta —respondió Freya, y lo abrazó—. ¿No sería mejor eso? Lucian cerró los ojos. —No. Necesito verla. Aunque sea su cadáver… La necesito de vuelta, ahora. … Al día siguiente Noah no durmió. Permaneció solo en la sala donde Leah había colapsado. La imagen de su propia muerte lo rondaba. Una parte de él sabía que, si se enfrentaba a Lucian, moriría. —¿Acaso tengo que morir… y renacer para poder vencerlo? —susurró. Entonces recordó algo. Antes de cada visión, Leah murmuraba. Le hablaba a alguien. A algo. “Altísimo, muéstrame lo que debe ser visto.” Noah apretó los dientes. ¿Y si era eso? ¿Y si la clave estaba en preguntar directamente? … Ella seguía débil y pálida. —Pregúntale al Altísimo cómo derrotarlo —ordenó Noah, de pie frente a Leah, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ella no respondió de inmediato. Mantuvo la vista fija en las llamas, la espalda rígida. —¿Me escuchaste? —insistió, y se acercó—. Hazlo. Tómame la mano si es necesario. Usa mi energía. Lo que sea. Leah alzó los ojos con lentitud. Aunque cansados, su don brillaba. —No es así de sencillo —murmuró—. Cada visión verdadera exige un precio. —¿Y cuál es ese precio ahora? —Si le pido al Altísimo que me muestre cómo derrotar a Lucian… debo estar preparada para recibir esa verdad. Y cargarla o morir por excederme —dijo Leah, con el cuerpo a punto de temblar. Noah extendió la mano. —Tómala. Y cárgala entonces. Ella dudó, pero lo hizo. Sus dedos se entrelazaron con los de él. En el fondo, también quería saberlo. Una corriente caliente y brutal recorrió su cuerpo. Energía salvaje, dolorosa y poderosa. Leah cerró los ojos y habló: —Altísimo… espíritu que todo lo ve… dime cómo se rompe el reinado de Lucian, el lobo demonio. Sus pupilas se tiñeron de azul tenue. Cassian dio un paso atrás cuando sintió el cambio en el aire. La visión comenzó débil; por más que lo intentó, no pudo proyectarla. Leah caminó entre árboles torcidos. La luna partida en dos la observaba desde el cielo. En un claro… estaba ella. No como ahora. Vientre abultado. Embarazada. Y junto a ella… Noah. Lucian apareció. Su presencia quemaba el aire. Pero algo en él se quebraba. El niño aún no nacido drenaba su poder. El flujo vital del alfa carmesí se fragmentaba. El equilibrio se rompía. Lucian caía. —Una vida por otra —susurró una voz en la visión—. Un nuevo flujo. Una herencia diferente. Un hijo nacido del don y la furia. Solo él puede cerrar el ciclo. La visión se deshizo en sombras. Leah jadeó, el cuerpo sacudido. Cassian la observó, pálido como la muerte. —¿Qué viste? —preguntó Noah, impaciente. Ella no respondió. Apretó los labios mientras el corazón golpeaba con fuerza. Los recuerdos de su antiguo embarazo le desgarraban el pecho como cuchillas. —¿Qué viste? —insistió Noah, con severidad. Leah retrocedió un paso. —No voy a hacer eso —dijo en voz baja, y negó con la cabeza—. No puedo. No quiero. —¿¡Qué dices!? —¡NO! —gritó, y se cubrió los oídos—. No me lo pidas. No lo haré. ¡NO VOY A TENER OTRO HIJO! Cassian palideció aún más. Sin una palabra, se giró y salió con pasos pesados. Noah frunció el ceño. —¿Un hijo? —repitió. Avanzó hacia Leah—. ¿Qué viste exactamente? —Nada que debas saber —murmuró ella, sudorosa y a punto de colapsar. —¡Dímelo! —rugió Noah, y la sujetó del brazo con fuerza. Leah lo apartó con un manotazo débil. La energía se le escapaba. Todo se volvió borroso. —No… —susurró. Su cuerpo cedió como un saco vacío, los ojos en blanco, la piel fría. Noah la atrapó a tiempo, más por instinto que por compasión. Por un momento, la rabia cedió ante algo que no supo identificar. La loba seguía viva. Pero el precio de esa visión había sido brutal. En sus brazos, Leah parecía un cadáver más que un ser viviente.