Las garras de un lobo de barba espesa la empujaron dentro de una estancia. Tres lobas con mirada hueca la rodearon en silencio.
Le dieron indicaciones de desnudarse y obedecer.
—Por órdenes del Alfa Cruor —susurró una, mientras untaba un aceite espeso y ambarino sobre su abdomen—. Debes brillar para el festín.
Leah quiso gritar.
Cerró los ojos.
El tacto era una violación lenta: esponjas ásperas restregaron sus muslos, ungüentos fríos sobre los pezones, manos ajenas en su cabello para rociarlo con perfume de cerezo.
—Resígnate, hermana —le susurró una, y aunque era la más joven tenía unas marcadas ojeras—. Los que luchan... duran menos.
«Noah no vendrá. Lucian solo me arrastrará a golpes a su celda… estoy perdida».
…
Al sacarla, la obligaron a atravesar un pasillo largo donde el horror goteaba desde las paredes.
Manchas oscuras brillaban bajo las antorchas.
Lobos encadenados se golpeaban entre sí mientras otros apostaban quién moriría primero.
Una hembra encaden