Leah le miró la espalda, desconcertada. Casi partía de esa tierra por las visiones que el alfa le exigía y, después de todo eso, él se atrevía a decir que no era útil.
¿Qué otros motivos quería para protegerla? La utilizaba como una bola mágica.
La furia subía desde su estómago hasta su rostro. ¡Había drenado su energía hasta casi convertirse en un cadáver, y así era como el alfa Noah la trataba!
Un tacto suave y cálido la sacó de ese trance de ira. Eran unas manitas diminutas que se aferraban a sus rodillas.
Leah bajó la mirada. Frente a ella estaba un pequeño cachorro que la observaba con curiosidad; tenía unos enormes ojos que desbordaban ternura.
—Osvaldo, Osvaldo —se escuchó una voz femenina—. No molestes a… nuestra invitada.
Leah levantó la vista hacia aquella mujer. Era joven, de cabello oscuro y ojos verdes brillantes, tan vivos que parecían iluminar la penumbra de la sala.
—Mi nombre es Dayana —se presentó con una sonrisa suave—. ¿Acaso usted es una sobreviviente de alguna l