004 Encerrarla

—¡¿Cómo que no está?! —rugió Lucian. El eco de su voz sacudió las paredes de piedra del salón principal.

Un guardia tembló frente a él.

—Alfa, revisamos todo. No hay señales de su esposa. Escapó durante la madrugada, nadie…

¡CRACK!

El golpe fue seco. El guardia cayó al suelo. Escupió sangre y dientes.

Lucian caminó en círculos como una fiera acorralada. Sus ojos dorados ardían; su respiración era la de un lobo listo para desgarrar.

—Quiero sus huellas. Quiero saber cada paso que dio. QUIERO SABER QUIÉN LA AYUDÓ.

—Sí, Alfa, sí —dijeron otros dos soldados con la cabeza agachada en un intento de no provocarlo.

—Y cuando lo descubran… —escupió Lucian—, le cortaré la cabeza. Sea quien sea.

Entonces, Freya apareció por detrás, elegante, con su cabello en ondas y sus labios rojizos.

—Lucian… —murmuró, y tocó su brazo con suavidad—. Ya basta, mi amor. No es para tanto.

Él se giró fuera de sí.

—¿¡Cómo que no es para tanto!?

Freya no se inmutó. Le sonrió, dulce, como una flor envenenada.

—Solo digo que… tal vez la loba ya está muerta. Y si no, tarde o temprano se congelará o será devorada por otros. No durará mucho sola allá afuera. Es débil.

Lucian apretó la mandíbula. Su pupila tembló.

—Prefiero mil veces que esté muerta… antes de que otra maldita manada la haya encontrado.

Esa noche, Leah se revolvió en su nueva cama.

La habitación era pequeña, de piedra, con una ventana enrejada. Había una lámpara apagada, una manta áspera. Pero, comparado con la celda, era un palacio.

Aun así, el sueño no llegaba.

Hasta que la oscuridad la atrapó.

Y la visión comenzó.

Caminaba por un claro. Humo. Gritos lejanos.

Y entonces lo vio.

Noah.

Joven. Delgado. Asustado. Sus uñas cortas, sus ojos grandes, fijos en un punto lejano.

Frente a él, una escena tan atroz que Leah deseó cerrar los ojos, pero no pudo.

Lucian.

Su cuerpo empapado en sangre.

Su espada cruzando el pecho de un lobo anciano: el padre de Noah.

—¡Papá! —gritó el joven Noah, intentando avanzar. Alguien lo detuvo.

Lucian se giró. Y siguió.

Una por una, Leah vio a las hermanas de Noah caer.

Una con un corte limpio en la garganta.

Otra, aplastada contra un árbol.

La tercera… ni siquiera tuvo tiempo de gritar.

Leah quería gritar. Quería correr.

Pero nadie la veía. Nadie la oía.

Era solo una espectadora del horror.

Y entonces, la mirada de Noah.

Llena de miedo. De odio.

De una rabia silenciosa que nacía y no moría.

Ella lo vio.

Y supo.

Noah no era cruel por naturaleza.

Lucian lo había convertido en lo que era.

Leah despertó sin aliento. El sudor le empapaba el cuello.

Sus ojos se llenaron de lágrimas sin saber por qué.

—Maldito Lucian… —susurró, y se tocó el pecho donde el vínculo ya no ardía—. Y maldito Noah…

Pero, por primera vez, entendía.

Y eso era más peligroso que cualquier visión.

El amanecer llegó con golpes en la puerta.

—El Alfa te espera en la sala de guerra —gruñó un lobo delgado desde el umbral.

Leah se vistió con una túnica oscura. Ató su cabello con una cinta negra. Su cuerpo se sentía débil, pero su espíritu comenzaba a rearmarse.

Al entrar a la sala, el ambiente era tenso.

Mapas extendidos. Lobos murmurando estrategias.

Y, al centro, Noah, con los brazos cruzados y la mirada como cuchillas.

—Finalmente —dijo él con desdén—. Un segundo más y te traía a tirones de ese horrible cabello.

Leah no respondió, se tragó su enojo. Se acercó al mapa. Cerró los ojos.

Respiró hondo.

Y entonces, la visión.

Fuego.

Flechas.

Lobos del Este cayendo uno por uno.

Sangre en la nieve.

Y Noah, atravesado por una lanza, de rodillas.

Sus ojos se apagaron.

—Detente —susurró Leah, con el rostro pálido—. No lo hagas. No puedes atacar de esa forma.

Noah la miró, irritado.

—¿Y por qué no?

—Porque vi tu muerte. La de todos. Lucian no es un Alfa cualquiera. Él… él es algo más. Algo que no muere. Que se regenera. Un demonio. No sé cuál es su don, pero estoy casi segura de que es eso… ser indestructible.

Noah frunció el ceño, entre rabia e incredulidad.

—Vaya, vaya… parece que eres aún más estúpida de lo que pensé —escupió—. ¿Sigues enamorada del asesino de tu hijo? Hablas de esa escoria con tanta admiración.

Leah parpadeó, helada.

—No me vuelvas a llamar así —gruñó, con los puños apretados.

—¿Qué? ¿Estúpida? Porque eso es lo que eres. Una maldita loba estúpida —repitió Noah, cada vez más cerca.

Leah se levantó, dispuesta a marcharse.

Antes de dar el primer paso, él la sujetó del antebrazo con fuerza.

—No te atrevas a salir de esta sala, cosa horrible —espetó entre dientes—. O te cortaré las malditas piernas.

Leah no se inmutó.

—Hazlo —dijo, con los ojos brillantes de furia—. Pero recuerda que me necesitas más de lo que yo a ti.

Noah tembló de rabia.

—¡Ramera insolente! —gruñó con fuerza.

Entonces, varios lobos intervinieron, sin dudarlo se colocaron entre ellos.

—¡Alfa, por favor! —dijo uno—. Déjala ir. No sirve si la matas.

Leah se soltó del agarre, sin mirarlo.

—No me vuelvas a tocar —susurró antes de salir—. O la próxima vez de verdad te haré sufrir.

Y se marchó.

Noah la vio alejarse, con el pecho agitado y el orgullo hecho trizas.

Cassian se acercó por detrás.

—Cada vez que le gritas… ella se pone más renuente.

—Y cada vez que me desafía… más quiero encerrarla para siempre —respondió Noah con voz baja y venenosa.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP