—¡¿Cómo que no está?! —rugió Lucian. El eco de su voz sacudió las paredes de piedra del salón principal.Un guardia tembló frente a él.—Alfa, revisamos todo. No hay señales de su esposa. Escapó durante la madrugada, nadie…¡CRACK!El golpe fue seco. El guardia cayó al suelo. Escupió sangre y dientes.Lucian caminó en círculos como una fiera acorralada. Sus ojos dorados ardían; su respiración era la de un lobo listo para desgarrar.—Quiero sus huellas. Quiero saber cada paso que dio. QUIERO SABER QUIÉN LA AYUDÓ.—Sí, Alfa, sí —dijeron otros dos soldados con la cabeza agachada en un intento de no provocarlo.—Y cuando lo descubran… —escupió Lucian—, le cortaré la cabeza. Sea quien sea.Entonces, Freya apareció por detrás, elegante, con su cabello en ondas y sus labios rojizos.—Lucian… —murmuró, y tocó su brazo con suavidad—. Ya basta, mi amor. No es para tanto.Él se giró fuera de sí.—¿¡Cómo que no es para tanto!?Freya no se inmutó. Le sonrió, dulce, como una flor envenenada.—Solo
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