Amara Laveau lo tiene todo: belleza, éxito y el talento único para diseñar las prendas más codiciadas del mundo. Pero hay algo que no puede controlar: el mandato de su padre. Para heredar la prestigiosa empresa familiar, deberá casarse en menos de 30 días, un desafío que pone en juego no solo su futuro profesional, sino también su libertad. Desesperada, encuentra una solución audaz en el lugar menos esperado: Liam Kane, su imponente y enigmático guardaespaldas, un exmilitar con un pasado tan marcado como su sentido del deber. Él necesita el dinero, y ella, un esposo. Así nace un acuerdo: un matrimonio por contrato, sin emociones ni compromisos. Pero mientras enfrentan la presión de los medios, la intromisión de la familia y la chispa de los celos, lo que empezó como un frío pacto comienza a derretirse bajo el fuego de una atracción irresistible. Las líneas entre lo profesional y lo personal se difuminan, y ambos descubren que el amor verdadero no sigue reglas ni contratos. Sin embargo, el amor no basta para escapar del peso de los secretos que los persiguen. Con el reloj avanzando y las sombras del pasado al acecho, ¿podrán Amara y Liam forjar un futuro juntos? CONTRATO DE ACERO es una apasionante historia de amor, sacrificio y redención que demuestra que, a veces, el mayor riesgo es abrir el corazón.
Leer másEl implacable tic-tac del reloj se alzaba como un ominoso presagio, señalando la inminencia de una tragedia que acechaba en las sombras. En ese sombrío rincón del universo, el corazón de la señorita Amara latía con una ferocidad indomable, una tormenta en su pecho que no encontraba refugio en medio del caos desatado a su alrededor.
–Señorita Amara, por favor, venga conmigo– ordenó el enigmático hombre, su voz resonando como un eco distante en el abismo de su terror. Sin embargo, ella estaba paralizada, sus extremidades temblando como una hoja en el viento huracanado de sus emociones desenfrenadas. Cada latido de su corazón era un eco retumbante de lo efímera que podía ser la línea entre la vida y la muerte en un instante. –No tenemos tiempo que perder. ¡Sígame rápido señorita!–insistió, elevando el tono de su voz mientras la amenaza inminente se cernía sobre ellos, con reporteros y policías a punto de invadir el lugar. La desesperación se apoderó del misterioso hombre, y sin titubear, agarró su mano con firmeza. Sin embargo, las piernas de Amara se negaron a obedecer la orden de huir. Las sombras de sus miedos parecían haberse apoderado de su cuerpo, convirtiéndola en una marioneta de sus propios temores. –No puedo… mis piernas y mi mente no responden– confesó con la voz quebrada, mientras un torrente de lágrimas caía desconsoladamente de sus ojos. El terror la había dejado en carne viva, y en ese momento, la fragilidad de su alma expuesta parecía anunciar un destino trágico. Con ternura y una fortaleza inflexible, Liam comprendió la inmovilización del miedo que la asfixiaba. Sin pensarlo dos veces, la alzó con suavidad entre sus brazos, permitiendo que ella apoyara su cabeza en su pecho. Cada latido de Liam resonaba como un eco en el alma de Amara, una sinfonía de comprensión en medio del caos, una promesa tácita de que no estaba sola en su lucha TIEMPO ANTES Amara Laveau, una luminaria prodigiosa, ascendió al éxito desde temprano: a los veintiún años, se graduó de Harvard en Administración de Empresas, dejando boquiabiertos a todos con su implacable determinación. “Es solo el principio”, solía murmurar al salir de la biblioteca, cargada con apuntes y una taza de café frío. Dos años después, obtuvo un máster en Negocios Internacionales, lista para conquistar el mundo. –Graduada con honores, baby– bromeó su mejor amiga Sophie durante la celebración –Y apenas estoy calentando motores– Amara respondió con una sonrisa desafiante. Al ingresar en el negocio familiar, una modesta empresa de moda, Amara no perdió tiempo en revolucionarla. –Si queremos jugar en las grandes ligas, necesitamos estar donde ocurra la acción– argumentó en una reunión, buscando convencer a su padre de trasladar la sede a Milán. Su padre, un hombre aferrado a las tradiciones, vaciló. –Milán es un riesgo… pero confío en tu instinto, Amara– pasó finalmente, aunque las tensiones apenas comenzaron. La estrategia rindió frutos de forma inesperada y vibrante, y pronto la empresa comenzó a destacar entre sus competidores. Diseños exclusivos que parecían susurrar historias de lujo, fragancias cautivadoras que despertaban recuerdos y muebles que combinaban arte y funcionalidad con una elegancia inusitada llevaban el inconfundible sello de Amara Laveau. Su visión transformadora y su incansable dedicación la habían puesto en el mapa, pero el éxito nunca viene sin desafíos. Amara no era solo una mente brillante; su apariencia física, magnética y deslumbrante, a menudo se convertía en un arma de doble filo. Su cabello rubio, siempre perfectamente cuidado, sus ojos verdes que parecían contener secretos de océanos lejanos, y un cuerpo digno de las pasarelas más exclusivas del mundo, le abrían puertas, sí, pero también despertaban prejuicios. Era demasiado perfecta para algunos, y en un mundo gobernado por hombres, ese perfeccionismo era visto, no como un activo, sino como una amenaza. Una tarde, la sala de conferencias estaba impregnada de lujo y presión. Las paredes de cristal ofrecían una vista panorámica de la ciudad de Milán, pero dentro del recinto, el aire era casi irrespirable. Ejecutivos trajeados intercambiaban miradas cautelosas mientras hojeaban las propuestas sobre la mesa. Amara, impecable en su traje blanco, se mantenía estoica, a pesar de que cada mirada parecía evaluarla con una mezcla de escepticismo y curiosidad. Este contrato con la mayor cadena de tiendas de Europa no sólo representaba una oportunidad para la empresa familiar; era su boleto para demostrar que ella era más que un apellido. Cuando Amara se levantó para tomar la palabra, la voz de Pablo irrumpió en el aire como un látigo. –Señorita Laveau, tal vez debería dejar esto a alguien con más experiencia —dijo, alargando las palabras con una condescendencia hiriente. –A un hombre que sepa de esto. El comentario cayó como una bomba en la sala. Algunos ejecutivos intercambiaron miradas incómodas, mientras otros se inclinaban hacia adelante, ansiosos por presenciar el desenlace. Amara sintió una oleada de calor subiéndole por el pecho, una mezcla de rabia y humillación, pero ella no había llegado tan lejos para dejarse intimidar, y menos por él. Pablo no era sólo un rival profesional; era un fantasma de su pasado. En un momento de vulnerabilidad, había compartido con él algo más que palabras, algo que él ahora parecía dispuesto a usar como arma. Amara tomó aire, calmando el temblor de su pecho y sus ojos verdes, usualmente cálidos, se endurecieron como dos esmeraldas afiladas. –Pablo–comenzó con tono suave pero cargado de veneno. –es curioso que menciones la experiencia. ¿Acaso la tuya incluye sabotear a tus propios colegas para compensar tus inseguridades? Un murmullo recorrió la sala, mientras Pablo se removía incómodo en su asiento, sin embargo, ella continuó, clavándole la mirada. –Tal vez deberías tomar nota, porque lo que voy a presentar ahora podría enseñarte lo que realmente significa estar preparado para este nivel. Se giró hacia la pantalla sin esperar respuesta. Su presentación era impecable: datos concretos, proyecciones impresionantes, y un análisis que dejaba claro que trasladar la sede de la empresa a Milán había sido una jugada maestra. Cada diapositiva era como un golpe calculado, y para cuando terminó, la sala quedó sumida en un silencio cargado de respeto. Uno de los ejecutivos, un hombre mayor con una expresión severa, rompió el silencio. –Impresionante, señorita Laveau. Su propuesta no sólo es sólida, es visionaria. Amara asintió con una sonrisa contenida, pero en su interior, el orgullo ardía como un fuego. Mientras los ejecutivos discutían los detalles, Pablo se acercó a ella, ahora con un aire menos arrogante. –Admito que me equivoqué– murmuró, aunque su tono no lograba ocultar del todo su resentimiento. –Tu presentación fue… impresionante. Amara lo miró de reojo con su sonrisa apenas perceptible. –Gracias, Pablo. Aunque para la próxima, ahórrate el espectáculo y piensa con la cabeza que tienes de arriba, antes de humillarte de esa manera. Se dio la vuelta antes de que él pudiera responder, con paso firme y seguro. Cada mirada en la sala estaba ahora sobre ella, pero esta vez no había duda ni escepticismo. Había ganado no sólo el contrato, sino también el respeto que tanto le costaba arrancar en un mundo lleno de hombres como Pablo. Dos años después, era evidente que Amara no solo había desafiado las expectativas, sino que las había destrozado. Los contratos que negociaba eran obras maestras de estrategia, y su intuición la guiaba hacia oportunidades que otros ni siquiera veían. Sin embargo, mientras celebraba uno de los mayores éxitos de la empresa –un acuerdo multimillonario con un conglomerado asiático–, ocurrió algo inesperado. En la penumbra de su oficina en la elegante sede de Milán, una notificación interrumpió el silencio. Amara frunció el ceño al abrir el correo; el mensaje, con una precisión escalofriante, parecía más una advertencia que una simple amenaza: “Cuidado, Amara. A veces, el éxito es un espejo que refleja tus secretos más oscuros.” El mensaje era breve, pero su efecto fue devastador. Amara frunció el ceño nuevamente, volviendo a leer las palabras una y otra vez. Había algo en ellas, una amenaza velada que parecía susurrarle al oído, como si alguien estuviera observándola desde las sombras. El eco de unos pasos interrumpió sus pensamientos. Sophie, quién además de ser su mejor amiga, era su asistente, entró en la oficina con una taza de café en la mano. —¿Problemas? —preguntó notando la expresión tensa de Amara. Sin decir una palabra, Amara giró la pantalla hacia ella, mostrando el inquietante mensaje. Sophie lo leyó rápidamente y luego se encogió de hombros con una mezcla de indiferencia y desdén. –Probablemente sea un competidor celoso, uno de esos hombres con los que te acostaste, o simplemente alguien que no soporta verte ganar. Amara intentó relajarse ante la respuesta de Sophie, pero algo no encajaba. Había demasiada precisión en las palabras del mensaje, una intención calculada que iba más allá de los celos comunes. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que los mensajes se volvieran constantes, cada uno más críptico y personal que el anterior. Uno mencionaba un incidente enterrado en los recuerdos de su infancia: aquella vez que casi se ahoga en un lago durante unas vacaciones familiares. Solo su círculo más íntimo conocía esa historia, y verla plasmada en un correo electrónico la dejó helada. Otro mensaje hacía referencia a un socio comercial que había intentado sabotear un contrato clave; un episodio que ella había manejado con discreción y que nadie, fuera de su equipo de confianza, debería conocer. Amara no podía seguir ignorándolo. Cada nuevo mensaje era como una grieta en la armadura de control que había construido con tanto esfuerzo. Una noche, en su oficina iluminada únicamente por la tenue luz de la pantalla, rompió el silencio. —Esto no es una coincidencia —dijo, mientras lanzaba una mirada severa a las cartas que había impreso y extendido sobre su escritorio. Su equipo de seguridad estaba reunido a su alrededor, aunque nadie parecía tener respuestas. Contrató a los mejores detectives privados, dispuesta a llegar al fondo del asunto. Sin embargo, cada pista terminaba en un callejón sin salida, como si el remitente fuera un fantasma, alguien que sabía exactamente cómo mantenerse un paso adelante. Una noche, mientras revisaba los mensajes con Sophie, notó algo: cada carta contenía una referencia velada a una fecha del pasado. Amara, con su mente analítica, comenzó a conectar los puntos. Sophie, fiel como siempre, la ayudaba a descifrar el enigma. –Amara– dijo Sophie, con el ceño fruncido mientras pasaba las páginas de los registros. –Todo parece apuntar a alguien que te conoce demasiado. Quizás… ¿no será Cristóbal? Amara levantó la mirada, confundida. –No lo sé– respondió cargada de duda. –No creo que sea tan inteligente como para hacer algo así. Pero la incertidumbre la carcomía. ¿Y si había subestimado a Cristóbal? ¿Y si alguien más, alguien mucho más peligroso, estaba detrás de todo esto? Finalmente, llegó el último mensaje, y este era diferente. La ambigüedad había desaparecido, dejando paso a una amenaza directa: “Nos encontraremos pronto, cara a cara. ¿Estarás preparada?” Al leerlo, Amara sintió un escalofrío recorrer su espalda, como si una mano invisible hubiera rozado su piel. –Que venga– murmuró para sí misma, apretando los puños. –Estoy más que preparada.–¡Come, maldita perra, te dije que comas! –grita el hombre, con los dientes apretados por la rabia, mientras le empuja con brutalidad una cucharada de arroz frío y apelmazado contra los labios resecos de Amara.Ella gira el rostro con desesperación, pero no logra evitar que parte de la comida se deslice por su boca. La saliva mezclada con el sabor agrio del encierro le revuelve el estómago. Escupe con fuerza. El bocado impacta de lleno en el rostro de su captor, manchándole la mejilla con restos tibios y humillación.–¡No quiero tu comida envenenada! –grita Amara, con una voz rota por el dolor y el miedo, pero aún desafiante. – ¡No voy a dejar que me maten tan fácilmente!Las lágrimas se le escapan, pero no de debilidad. Son lágrimas de rabia, de impotencia, de una dignidad que se niega a morir. Sus muñecas, atadas con fuerza, le sangran lentamente. Su cuerpo está cubierto de moretones, arañazos, heridas que el tiempo no alcanza a curar. Y sin embargo, no baja la mirada.El hombre
–¿Y qué vamos a hacer ahora, Úrsula? –pregunta Cristóbal , caminando de un lado a otro como una fiera enjaulada, con las manos enredadas en el cabello, sin encontrar consuelo en ningún rincón de la habitación.Ella apenas lo mira. Su respiración está agitada, sus pensamientos confusos, su cuerpo cansado. Intenta responder, pero la voz no le sale. Finalmente, se deja caer en el sillón más cercano, como si la gravedad del mundo hubiera decidido caer toda sobre sus hombros.–Cristóbal… –murmura, y el nombre le duele incluso en los labios. Levanta los ojos hacia el , pero al ver que sigue atrapado en su propia espiral de desesperación, decide guardar silencio por unos segundos más.Cristóbal se detiene en seco, gira hacia ella, su rostro está desencajado, descompuesto por la tensión, por el miedo, por la verdad que los envuelve como un lazo que asfixia. –Tú… –comienza, señalándola con un dedo tembloroso. – Tú eres la prometida del maldito Carlos Laveau… y yo… yo iba a casarme con su h
–¿Dónde estás, Amara? Por Dios, ¿dónde estás? –murmura Liam con la voz rota, mientras da vueltas como un animal enjaulado por la habitación. Su andar es errático, desesperado. Los ojos enrojecidos, las manos temblorosas. Mira el celular una y otra vez, como si por arte de magia fuera a sonar. Pero solo hay silencio. El tipo de silencio que duele.Ayslin lo observa desde el otro extremo del cuarto. Está sentada con las manos entrelazadas sobre las rodillas, como conteniendo una energía que podría explotar en cualquier momento. –¿No han llamado aún? –pregunta con voz suave, pero cargada de ansiedad. Sus ojos se clavan en él, intentando descifrar si hay algo más que no les ha dicho.Liam se detiene en seco, gira hacia ella con una mezcla de desesperación y rabia contenida. –¿Llamar? –resopla, casi riendo con amargura. – Si llegaran a llamar, te juro que yo sería el último en enterarme. Nadie me dice nada. Nadie confía en mí. ¡Y ahora menos, después de lo de Kate!Se deja caer en el s
–¿Un futuro como el que tú decidiste? –lo interrumpe Úrsula, con una voz más cortante. – ¿Un futuro en el que ella debía casarse con alguien que despreciaba, solo para mantener las apariencias de esta familia? ¿Sabés lo que eso suena desde afuera? Suena a poder. A manipulación. A cárcel disfrazada de amor.Carlos se queda en silencio, respirando con dificultad. Por un instante, se ve más viejo, más vencido, como si el peso de sus decisiones finalmente lo alcanzara. –Yo no secuestré a mi hija… –susurra con la voz temblorosa, como si necesitara repetírselo para convencerse.–¿Estás seguro de que nadie lo hizo por ti? –pregunta Úrsula, con un dejo inquietante en el tono. – A veces, Carlos, las decisiones que uno toma… tienen consecuencias más oscuras de lo que imaginamos.–¡Basta! –grita Carlos, golpeando el escritorio nuevamente. – ¡No sigas diciendo esas cosas! Yo no soy ese tipo de hombre. ¡No lo soy!–No, claro que no… tú jamás serías capaz de algo así –dice Úrsula con una sonris
–¿¡Cómo demonios es posible que aún no haya una sola pista sobre el paradero de mi hija!? –brama Carlos Laveau, apretando el celular contra su oído con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos. – ¿Qué clase de incompetencia están dirigiendo allá? ¡Han pasado días!–Señor Laveau, comprendo su preocupación. Créame, estamos trabajando sin descanso. Pero este caso es complejo. No hay huellas claras, ni testigos confiables, y las cámaras de seguridad fueron alteradas. Todo fue meticulosamente planificado– Del otro lado de la línea, la voz del jefe de policía suena seca, tensa, como si ya estuviera acostumbrado a lidiar con hombres poderosos y desesperados.Carlos se pasa una mano temblorosa por el rostro, sintiendo que la rabia le arde bajo la piel. Su corazón late con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. –¡Lo único que les pedí fue que la encuentren! ¡Mi hija! ¡Mi única hija está desaparecida y ustedes no tienen ni una mísera hipótesis convincente! –gruñe con los dient
—¡Carajo! —grita Liam, golpeando la mesa de interrogación con ambos puños, haciendo que la madera cruja bajo la fuerza de su furia—. ¡Les he dicho mil veces que yo no tengo nada que ver con el secuestro! ¡Nada!Su respiración es pesada, su rostro está cubierto de sudor y sus ojos, enrojecidos, reflejan una mezcla de impotencia, angustia y rabia. Lleva horas encerrado en esa habitación sin ventanas, bajo la luz blanca que no perdona, interrogado por hombres que no quieren escuchar, solo culpar.El oficial, un hombre de rostro pétreo y voz áspera, lo observa sin pestañear. Finalmente se inclina sobre la mesa, acercando su rostro al de Liam, con una mueca de desconfianza pintada en los labios. —No te creo —dice, arrastrando cada palabra como si disfrutara desarmarlo pieza por pieza—. Justo el día de la boda, justo cuando entras a escena para interrumpirlo todo… justo ese día, aparecen los secuestradores. ¿De verdad esperas que me trague ese cuento? Tu versión es tan conveniente que re
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