Becca Baker había jurado destruirlo, anhelando verlo sumido en el fango, pero el destino tenía otros planes para ambos. Durante ocho largos años, Becca vivió con un odio ardiente dirigido hacia la persona equivocada, enfocada únicamente en la venganza. Sin embargo, llevaba consigo un secreto profundo y oscuro: su amor apasionado por su pequeña Harika, un amor nacido de la tragedia que había marcado su vida. Asher Bailey, por otro lado, había pasado tres años en terapia, desesperado por borrar el recuerdo de aquel incidente que arruinó la vida de una inocente. Pero, lo que él no sabía era que su madre había evitado que enfrentara las consecuencias legales, y ahora se encontraba en una lucha constante contra la oscuridad que amenazaba con consumirlo por completo.
Leer másAño 2002
La brisa nocturna acariciaba la piel de Becca mientras observaba el reflejo de la luna en el mar.
Unos brazos rodearon su cintura.
—Dime, corazón, ¿te gusta la vista? —preguntó Josh, abrazándola.
—Sí, es realmente hermosa. Jamás había estado en un lugar así.
—Bueno, prepárate, porque esta noche será inolvidable.
La besó sutilmente e intentó hacer un movimiento, pero fue detenido.
—Discúlpame, sigo sin estar lista. Espero que no te enfades conmigo —murmuró Becca. Aunque lo amaba con toda su alma, seguía creyendo que su primera vez debía ser especial.
—Por supuesto que no, seguiré esperando —afirmó Josh con una sonrisa forzada. En su interior, sin embargo, hervía de frustración—. No te preocupes, ahora vayamos con mi primo y sus amigos.
Becca sonrió, sin notar la sombra de crueldad oculta tras la dulzura de sus palabras. Tres años juntos, tres años amando a un hombre que creía conocer, sin imaginar la oscuridad que habitaba en su interior.
La noche avanzó entre risas y conversaciones hasta que Josh la guió hacia una parte apartada de la playa. Allí los esperaban su primo Aldo, junto a Lucian y Baltazar, su inseparable grupo de amigos.
—Sean bienvenidos —dijo Aldo, sonriente—. Becca, estás tan hermosa como siempre.
—Gracias —respondió ella con timidez, aceptando el cóctel que le ofrecieron—. ¿No tiene alcohol, verdad?
—Por supuesto que no —mintió Aldo sin titubear.
Los minutos se volvieron difusos. El mundo giraba a su alrededor, su cuerpo se sentía pesado. Intentó hablar, pero las palabras se enredaron en su lengua.
—Josh... algo no está bien...
Sus piernas flaquearon. En sus últimos destellos de conciencia, captó la mirada de su novio. No había preocupación en sus ojos, solo una satisfacción enferma. Y luego, la oscuridad.
—Ha llegado tu fin, niña estúpida —murmuró Josh, levantándola en sus brazos con una frialdad escalofriante—. Ninguna mujer me ha rechazado, y tú no serás la primera.
La arrastró hasta la parte trasera del hotel, donde la oscuridad era cómplice de su maldad. La despojó de su ropa sin un ápice de compasión y se abalanzó sobre ella, deteniéndose solo cuando se sintió satisfecho.
—Por hoy, te dejaré descansar —dijo, ajustándose la ropa con una sonrisa cruel, antes de regresar con los demás.
—¿Y bien? ¿Cómo estuvo? —preguntó Aldo, con una mirada cargada de malicia.
—Fue más que satisfactorio. Por fin la hice mía —respondió Josh, sintiéndose invencible.
—Primo, mis amigos y yo creemos que también merecemos una recompensa. Después de todo, fuimos nosotros quienes ideamos el plan —insinuó Aldo con una sonrisa cómplice.
—¿Por qué no lo dijeron antes? Vamos, los llevaré con ella. ¿Y Asher?
—Está demasiado drogado, míralo —respondió Aldo, señalando a Asher, quien yacía inconsciente en un rincón.
—Entonces, vengan ustedes —ordenó Josh, guiándolos hacia la oscuridad.
Aldo fue el primero en aprovecharse, seguido de Baltazar y finalmente Lucian. Ninguno de los tres mostró piedad.
—Vaya, primo, tu novia es todo un deleite. ¿Cuándo podremos repetir? —preguntó Aldo, con una risa siniestra.
—Cuando quieras. Total, ya sabes que solo me interesan mientras me dan lo que deseo. Aunque creo que la tomaré un par de veces más antes de deshacerme de ella —respondió Josh con frialdad.
Todo parecía marchar como lo deseaban, pero algo los alarmó: Becca comenzaba a despertar. Aldo, sin dudarlo, se lanzó sobre ella para asfixiarla.
—¡Detente! —bramó Baltazar, apartándolo con un empujón—. No somos asesinos, Aldo. ¡Déjala en paz!
—¡Cállate, imbécil! —gruñó Aldo, dándole un fuerte puñetazo—. Todos estamos involucrados. Harán lo que yo diga, ¡o terminarán peor que ellos!
Baltazar se tambaleó hacia atrás. Nadie se atrevió a desafiar a Aldo.
—Si no quieren terminar en la cárcel, sigan mis instrucciones. El imbécil de Asher será nuestro chivo expiatorio.
Baltazar y Josh intercambiaron una mirada. Sin otra opción, desnudaron a Asher y lo colocaron junto a Becca, simulando una escena incriminatoria. Aldo, con una calma aterradora, tomó una botella de vidrio, la quebró y, con la punta más afilada, los hirió a ambos.
El filo de la botella desgarró piel y carne sin titubeo alguno. Por último, sin vacilar, se apuñaló de manera superficial.
—Perfecto —murmuró, admirando su obra macabra—. Josh, colócate junto a Becca y toma sus manos. Llama a la ambulancia. Cuando lleguen los paramédicos, yo hablaré.
Las sirenas retumbaron en la distancia. Baltazar, Lucian y Aldo esperaban sentados en la orilla, con la mirada perdida en la espuma de las olas.
Los paramédicos irrumpieron en la escena y, en cuestión de segundos, Becca y Asher fueron atendidos. La policía no tardó en llegar, y las luces rojas y azules iluminaron la playa, revelando el caos.
Cuatro horas después, Becca despertó en una habitación de hospital. Un frío helado la envolvía. El sabor metálico de la sangre impregnaba su boca y su cuerpo dolía como si hubiera sido triturado.
—¡¿Dónde estoy?! —gimoteó, llevándose las manos a la cabeza.
—Cariño… —Samantha sollozó, estrechándola contra su pecho—. Mi niña, perdóname. No te protegí. Lo siento tanto, yo…
—¡Mamá! —Becca la apartó suavemente—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy aquí?
Samantha tragó en seco, evitando su mirada.
—¿No recuerdas nada?
Becca negó lentamente.
—Solo sé que estaba con Josh y… luego todo se oscureció. ¿Dónde está?
Su madre apretó sus manos con fuerza.
—Está siendo atendido.
—¿Por qué? ¿Qué le pasó? ¡Dime la verdad!
Samantha cerró los ojos, reuniendo valor.
—Tienes que ser fuerte, mi amor.
Becca contuvo la respiración. Algo estaba mal. Su madre nunca le había hablado así. Y entonces lo sintió: el miedo erizó su piel.
—Mami… —susurró—. ¿Qué me hicieron?
Las lágrimas de Samantha empezaron a caer. Aunque deseaba que todo fuera una pesadilla, tenía que hablar, así que, lentamente y con la voz entrecortada, le contó a Becca lo sucedido.
—¡No…! —Becca gritó desesperada. El pánico la invadía, su cuerpo entero temblaba, impotente, atrapado en una pesadilla que no terminaba—. Me estás mintiendo, yo no pude haber sido… no es así.
—Cariño, por favor, no te muevas, te harás daño —suplicó Samantha, desesperada al ver la mirada perdida de su hija.
Pero Becca no se detenía, su llanto era sofocante.
—¡Quiero ver a Josh! Él tiene que estar aquí conmigo.
En ese momento, la puerta se abrió. Era Josh. Sus ojos lucían encharcados por las lágrimas. Su actuación debía ser perfecta.
—Mi vida… —corrió a su lado—. Todo esto es mi culpa. No debí llevarte a la playa, pero no te preocupes, el infeliz de Asher pagará. Hablaré con mi padre para que lo destruya.
Como si sus palabras lo hubieran convocado, la puerta se abrió de golpe. Josh apareció en el umbral, con los ojos enrojecidos y un temblor en la mandíbula. Su rostro era un cuadro de dolor… o al menos eso intentaba mostrar.
—Mi amor… —susurró con falsa culpa mientras corría hacia ella, rodeándola con sus brazos—. No debí llevarte a la playa… Pero no te preocupes, el infeliz de Asher pagará. Hablaré con mi padre para que lo destruya.
Becca lo miró, confundida.
—¡No…! —sollozó con furia—. Todos mienten… ¡Todos! ¿Por qué lo hacen? —en medio de su desesperación, llevó las manos a su cabello y comenzó a jalarlo con fuerza.
—¡No te lastimes! —pidió su madre, pero no fue escuchada.
Samantha salió de la habitación en busca de ayuda y, cuando el médico entró, no tuvo más remedio que administrarle un sedante. El cuerpo de Becca se relajó poco a poco, pero su madre aún podía ver la angustia reflejada en su rostro dormido.
—Pobre de mi niña… —susurró con la voz quebrada, pasando una mano temblorosa por el cabello de su hija—. Ella no debería estar pasando por esto… Dígame, doctor, ¿qué voy a hacer?
—Lo mejor es que reciba terapia apenas salga de aquí —respondió el médico con gravedad—. Si no lo hace, será difícil que pueda recuperarse.
Samantha tragó saliva, sintiendo la rabia quemarle el pecho.
—¿Y qué ha pasado con el infeliz que le hizo esto?
—La policía ya está interrogando a los testigos. No se preocupe, no se saldrá con la suya.
Mientras tanto, en otra parte del hospital, Aldo y los demás daban su declaración a los detectives encargados. Todos fueron muy convincentes.
Con dicha información en mano, Federico Walker y Daniel Jackson se dirigieron a la habitación de Asher, quien apenas recobraba el sentido.
—Señor Bailey, tiene que venir con nosotros —sentenció Federico—. Se le acusa de la violación de Becca Parker. Aunque no dejó rastro de fluido en la víctima, todos los testigos oculares aseguran que usted es el único culpable.
—Yo... yo no he hecho nada —balbuceó Asher, sintiendo cómo su mente se nublaba. No entendía cómo había llegado al hospital ni por qué lo estaban acusando.
—Eso dicen todos —espetó Federico con desprecio—. No contento con herir a sus amigos, abusó de esa chica, la asfixió. ¿Dígame, Bailey, tan poca cosa se siente que tuvo que hacerlo de esa manera?
—¡Dejen a mi hijo en paz! —Camelia apretó las manos de Asher con fuerza, sus ojos nublados por la desesperación—. Él no sería capaz de semejante atrocidad. Seguro que esos rufianes lo están incriminando.
—Que el amor de madre no la ciegue —replicó Federico, con la mirada helada clavada en la mujer.
—Él nació de mí, y sé lo que digo.
—Como usted diga. Por ahora, su hijo vendrá con nosotros. Si es inocente, las investigaciones lo demostrarán.
Asher tragó saliva.
—De acuerdo, iré con ustedes.
—Hijo… —titubeó Camelia, temiendo lo peor.
—Mamá, soy inocente, lo sé. Oficiales, antes de irme, llévenme a la habitación de la chica.
Daniel Jackson, quien había permanecido en silencio hasta entonces, frunció el ceño.
—Eso sería contraproducente.
—Necesito verla. Quiero que me diga en la cara lo que supuestamente le hice.
Daniel dudó. Había algo en la voz de Asher que lo hizo vacilar.
—Está bien, pero no te acerques demasiado.
Asher se puso de pie, tambaleándose. Su mente era un rompecabezas de recuerdos rotos, su conciencia lo atormentaba sin piedad. La única forma de obtener respuestas era enfrentarse a ella.
Cuando entró a la habitación, una voz cargada de odio lo golpeó de lleno.
—¡Maldito infeliz! ¿Cómo pudiste hacernos esto? —Josh, con los ojos enrojecidos y los puños cerrados, escupió las palabras con veneno.
—Todos están equivocados —bramó Asher—. Yo no he hecho nada. Josh, tú me conoces, jamás lastimaría a alguien.
—¡Mientes! —Becca sollozó desde la cama—. Josh me lo contó todo. Me arruinaste la vida.
—¡¿Quién eres tú?! Es la primera vez que te veo. ¿Por qué dices que te lastimé? No entiendo qué está pasando…
Becca lo miró con furia.
—No te hagas el inocente. Ese truco no funcionará conmigo. Te lo juro, pagarás con sangre por lo que me hiciste.
—Basta —intervino Daniel.
Justo cuando iban a meter a Asher en la patrulla, un disparo rasgó el aire.
Cuatro proyectiles encontraron su objetivo.
—¡No! —Camelia corrió hacia el cuerpo de su hijo, sus gritos llenando la noche—. ¡Lo mataste! Cariño, por favor, despierta. No me dejes…
La lluvia comenzó a caer, lavando la sangre del pavimento. En las sombras, alguien observaba la escena con una sonrisa torcida.
Asher había sido el cordero sacrificado.
—Vamos, mi niña... despierta... —La voz de Asher temblaba, rota por el dolor. Sacudía a Salomé con una mezcla de desesperación y ternura—. No puedes irte… No tú… eres lo único bueno que tengo.Pero Salomé no volvería a abrir los ojos.—Jefe… —susurró Becca—. Déjela ir. Ya no está aquí.—No, no, esto no está pasando… —Asher se dejó caer junto al pequeño cuerpo, abrazándola como si pudiera devolverle el alma—. Solo tiene ocho años… le gusta el chocolate… ama los perros… Ella tiene que vivir…Se acurrucó en posición fetal, como si pudiera encerrarse del mundo. Como si pudiera protegerse del frío que ahora le devoraba el alma.—No está solo —ella se arrodilló a su lado y, al ver la vulnerabilidad en su rostro, lo envolvió con los brazos—. Lo lamento... No hay palabras para esto, pero estoy aquí.—No me diga nada —susurró él—. Solo... quédese conmigo esta noche.—¿Cómo dice? —El temor invadió su cuerpo. Por un instante, recordó el pasado, y el miedo se le instaló en la garganta.—Disculpe.
A la mañana siguiente, Asher llegó puntual a su cita. Sin dudar, sacó las dos cartas y se las mostró a su doctora.—¿Es esto realmente cierto? —preguntó ella, con un tono de incredulidad.—Sí, doctora. Lo es, léalas por usted misma. Anoche, al llegar a mi apartamento, no pude dejar de leerlo. ¿Sabe qué? No pude evitar llorar. Pero lo peor no fue eso. Fue recordar... Estaba tan drogado, pero hubo un momento en que desperté, la vi a mi lado, y me colé sobre ella... Esa chica, ella no merecía vivir eso. Era solo una niña. Y yo... yo soy igual que ellos. No hice nada para defenderla.—Asher, no eres un violador —afirmó ella.—Pero estuve a punto de serlo. Si no hubiera estado tan drogado... la hubiera destruido.—O la hubieras defendido —aseguró.—Quiero morir. El mundo no necesita personas como yo.—Si mueres ahora, nunca podrás hacer justicia. Tienes que mantenerte vivo. Por ella. Ella te necesita. Si haces la denuncia, aunque esa noche se reviva... tú le harás justicia.—Es cierto... m
Cargar culpas ajenas es cavar con nuestras propias manos el abismo que nos devora. Son cadenas invisibles que nos arrastran hacia oscuridades que no pertenecen a este mundo.En la madrugada, cuando el silencio pesa más que el sueño, las pesadillas volvían. Siempre volvían.—Tú… tú me mataste. Me quitaste todo —gritaba ella entre sollozos y furia, una sombra desgarrada que emergía del subconsciente de Asher.—¡No! Por favor… Perdóname. Nunca quise hacerte daño. Te lo juro… —respondía él, temblando.—¡Mentira! Me condenaste a las tinieblas. Me rompiste. Estoy rota, y es tu culpa.—No te vayas, espera. ¡No! ¡No!Asher despertó de golpe, empapado en sudor, jadeando como si hubiera corrido kilómetros. Una vez más. Siempre la misma pesadilla.—¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más durará esto? Me está matando poco a poco…Se levantó, tambaleante. Entró al baño, abrió la regadera y se dejó caer bajo el chorro de agua fría. Allí, sentado en el piso, la cabeza entre las rodillas, su mente quedó en blanco
La fiesta había sido un éxito rotundo. Las risas infantiles aún resonaban en el aire como campanitas felices. Cada niño se marchó con un regalo único y especial, pero el mayor premio fue para Asher: recargado, renovado, invadido por la energía pura de cada abrazo sincero.—Como siempre, los niños son los verdaderos ganadores —dijo Janet, con una sonrisa satisfecha.—Y no son los únicos. Yo también gané algo esta vez —respondió Asher, mirándola con honestidad—. Le prometo que no volveré a dejar, que el trabajo me absorba por completo.—Eso espero —asintió Janet, sin quitarle la mirada.—Cumpliré esa promesa, se lo aseguro.Después de despedirse de los niños, ambos subieron al auto. Para Asher, ese instante de intimidad fue la oportunidad perfecta.—Toma, es para tu pequeña —dijo, extendiéndole una bolsa con papel rosa—. No sé cuántos años tiene, pero la chica de la tienda juró que ninguna niña se resiste a un oso de peluche.—No hacía falta —replicó Becca con tono cortante—. Mi hija no
Horas más tarde, Asher se encontraba en su oficina, rodeado de papeles y notas adhesivas, concentrado en los preparativos de la fiesta infantil para el orfanato Niños Felices, un lugar que visitaba con frecuencia, casi como un refugio personal. Su mundo, por un instante, parecía girar en torno a la inocencia de aquellos niños.Un leve golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos.—¿Me llamó, señor Asher? —preguntó Becca al entrar, esbozando una sonrisa forzada. No importaba cuánto doliera, no se permitiría mostrar debilidad frente a él.Asher levantó la vista, pero sus palabras se atoraron al verla. Su mirada se desvió sutilmente a su mejilla. El maquillaje intentaba ocultarlo, pero no era suficiente. El rastro estaba allí: tenue, pero inconfundible.—Sí, señorita… por favor… —titubeó, visiblemente desconcertado. Carraspeó y volvió a mirar sus papeles—. Cancele todas mis citas. Luego, regrese.—Entiendo —respondió ella, girándose para salir.—¡Espere! —ordenó él con firmeza.Ash
Becca pasó el resto del día en una montaña rusa de emociones. La confrontación con Aurora la había dejado con una sensación extraña. Pero lo que más la inquietaba era la expresión de Asher después de la bofetada. Por un instante, había notado algo en su mirada, algo que no encajaba con la imagen del hombre cruel que había construido en su mente.—No me importa —se murmuró a sí misma, sacudiendo la cabeza con impaciencia—. No me importa lo que sienta o deje de sentir.Pero en el fondo, sabía que sí le importaba.Cuando la jornada terminó, Becca salió de la oficina con los hombros tensos. Al llegar al apartamento, su hermano notó su inquietud, así que no dudo en enfrentarla.—¿Qué te pasa? —espetó Bryan, sin rodeos—. ¿Qué es lo que te molesta ahora?—No es nada —aseguro ella con su firmeza—. Todo está… perfectamente bajo control.Él soltó una risa amarga, y de pronto su puño golpeó la pared con tal fuerza que un cuadro tembló.—Más te vale que así sea —gruñó—. No olvides que todo esto e
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