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CAPÍTULO 6 LA GRIETA EN EL ODIO

Horas más tarde, Asher se encontraba en su oficina, rodeado de papeles y notas adhesivas, concentrado en los preparativos de la fiesta infantil para el orfanato Niños Felices, un lugar que visitaba con frecuencia, casi como un refugio personal. Su mundo, por un instante, parecía girar en torno a la inocencia de aquellos niños.

Un leve golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—¿Me llamó, señor Asher? —preguntó Becca al entrar, esbozando una sonrisa forzada. No importaba cuánto doliera, no se permitiría mostrar debilidad frente a él.

Asher levantó la vista, pero sus palabras se atoraron al verla. Su mirada se desvió sutilmente a su mejilla. El maquillaje intentaba ocultarlo, pero no era suficiente. El rastro estaba allí: tenue, pero inconfundible.

—Sí, señorita… por favor… —titubeó, visiblemente desconcertado. Carraspeó y volvió a mirar sus papeles—. Cancele todas mis citas. Luego, regrese.

—Entiendo —respondió ella, girándose para salir.

—¡Espere! —ordenó él con firmeza.

Asher se puso de pie de inmediato y caminó hacia ella. Sin permiso, sin aviso, levantó la mano y rozó con suavidad su mejilla lastimada. Su voz, baja, pero cargada de furia contenida, rompió el silencio.

—¿Quién se atrevió a hacerle esto?

Becca dio un paso atrás, pero fue inútil. Los ojos de Asher la sostenían, intensos, implacables. No podía escapar de ellos.

—¿Por qué no me responde? —insistió él, con un tono más oscuro—. ¿Acaso fue algún… pretendiente?

Su silencio era una respuesta en sí misma. Asher apretó los dientes.

—No es asunto suyo —murmuró ella al fin, obligándose a mantener la voz firme, aunque sus manos temblaban ligeramente.

—Todo lo que le afecte, es asunto mío —espetó él, dando otro paso hacia ella.

Becca retrocedió, pero la pared le cerró el paso. La distancia entre ellos era mínima. Peligrosamente mínima.

—No necesito su compasión —susurró, desviando la mirada.

—No es eso—respondió él, más suave ahora, como si cada palabra le pesara—. Es rabia. Porque alguien se atrevió a ponerle una mano encima. ¿Porque no me lo dijo? —se detuvo antes de decir más.

—Ya le dije que no se meta en mis asuntos —Becca lo empujó, con más desesperación que fuerza. Lo necesitaba lejos.

Él dio un paso atrás, pero no se apartó del todo.

—Perdóneme. No quise asustarla. Solo que… hay algo en usted que no sé explicar. Desde que la vi, siento que debo protegerla. Salvarla, incluso si eso me rompe por dentro.

Becca no respondió, salió corriendo de la oficina. Se encerró en el baño, respirando agitadamente, apoyando la espalda contra la puerta, como si necesitara un muro entre él y ella.

—¡Cálmate! No dejes que te engañe —se dijo en voz baja, colocando la mano sobre su pecho. El corazón le latía como si quisiera escapar también—. ¡Ja! Un gran farsante… ¿Protegerme? Bien, veamos hasta dónde puedes llegar.

Se miró en el espejo. Tenía los ojos vidriosos, pero no iba a llorar. No otra vez. No por él.

El pasado le había enseñado que las promesas eran solo palabras envueltas en la ilusión de un refugio.

—¿Cómo puede ser tan cínico? —Becca se repetía una y otra vez, que no lo destruiría… Pero algo en su mirada… ese brillo entre la furia y la ternura… era lo único que no lograba quitarse de su cabeza

En cuanto logró calmarse, Becca regresó a su puesto. Cumplió con cada indicación de Asher sin decir palabra, como si nada hubiera ocurrido. Cuando terminó, fue directo a su oficina.

—Listo, señor. Todo está hecho. ¿Desea algo más? —preguntó sin levantar la mirada.

—Primero que nada, quiero disculparme nuevamente… No debí actuar de esa forma.

—Eso ya está olvidado —respondió ella, deseando dejar atrás el incómodo momento.

—Sé que no quiere hablar del tema, pero si alguna vez necesita ayuda… aquí estaré —hubo un silencio breve, antes de que él continuara—. En realidad, quería pedirle que me acompañe hoy. Iré al orfanato Niños Felices y necesitaré su ayuda.

—¿Perdón? —Becca lo miró, desconcertada—. Disculpe, señor… ¿Eso está dentro de mis funciones?

—Técnicamente no. Pero planeo organizar una pequeña celebración y… la ayuda femenina siempre suma. Si no desea venir, lo comprenderé.

Becca alzó la barbilla con firmeza.

—Iré. Soy su asistente. Mi deber es acompañarlo en lo que sea necesario —y más allá de eso, pensó—. Conocer más de usted… solo puede jugar a mi favor —añadió para sí—. Iré al baño a retocarme, regreso en cinco minutos.

No lo sabía, pero ese día, sin advertirlo, se toparía con una versión de Asher que nunca imaginó: un hombre de corazón cálido… y de alma rota.

Durante el trayecto al orfanato, Becca se mantenía en silencio. Algo en el ambiente la ponía nerviosa, pero no dejaría que él lo notara. Fingió seguridad, como siempre.

—Ya llegamos —anunció Asher mientras estacionaba.

Apenas cruzaron la entrada del orfanato, Becca quedó perpleja. Un grupo de niños corrió hacia Asher, gritando su nombre, rodeándolo con risas y abrazos. Él se agachó a saludarlos como si fueran viejos amigos. No había arrogancia en su mirada… solo ternura.

—¡Señor Bailey! Ya nos tenía olvidados. Los niños preguntaban por usted todos los días —exclamó la directora, Janet Wilson, abrazándolo con entusiasmo.

—Lo siento, directora. El trabajo me ha tenido atrapado, pero hoy… hoy me escapé de todo. Ah, ella es mi asistente, Liliana Guzmán

—Mucho gusto. Espero que disfrute su visita —dijo la directora, estrechándole la mano.

—El gusto es mío —respondió Becca con cortesía, aunque por dentro se mantenía alerta—. ¿Qué demonios pasa aquí? ¿Por qué lo miran como si fuera un héroe? —se preguntó—. Si supieran quién es realmente… si supieran lo que hizo… lo odiarían tanto como ella.

—Es un gran hombre, ¿no cree? —preguntó la directora con una sonrisa cálida.

—¿Perdón? —Becca volvió en sí, sobresaltada.

—Digo, cubrir los gastos de esta fiesta, traer regalos, comida, entretenimiento… eso no lo hace cualquiera. Este hombre vale oro.

—¿Lo conoce bien?

—No… no del todo. Pero por sus actos, es evidente que no tiene un mal corazón.

Esa afirmación fue como una bofetada. ¿Asher, un hombre de buen corazón? Becca apretó los dientes. Ella sabía lo que él había hecho. Lo que había destruido. Lo que le había arrebatado.

—¿Ve a esa niña? —preguntó Janet, señalando a una pequeña de trenzas que no soltaba la mano de Asher—. Se llama Salomé. Es la que más lo quiere… y con razón. Él la salvó.

—¿Qué? —Becca entrecerró los ojos.

—El año pasado, mientras bajaba al parqueadero de su empresa, la encontró bajo la lluvia, empapada y sola. La niña le dijo que su madre había muerto. Él no dudó: la llevó al hospital, la cuidó, la alimentó… y luego la trajo aquí. Su madre era una gran donadora, sí, pero eso no fue lo que lo movió. Fue su corazón.

Becca no supo qué decir. Su mundo, su certeza, su odio… tambaleaban.

***

Más tarde, mientras Asher jugaba con los niños y Salomé no se despegaba de su lado, Becca lo observaba desde la distancia. Había ternura en sus gestos, una sonrisa real que jamás había visto en la oficina.

Y de pronto, como si el universo se burlara de ella, Salomé corrió hasta Becca.

—¿Usted es la novia del señor Asher? —preguntó, tomándola de la mano.

—¿Yo? No… claro que no —respondió, nerviosa.

—Debería serlo —dijo la niña, muy segura—. Él sonríe diferente cuando la mira.

Becca no supo cómo responder. Solo pudo ver a Asher al otro lado del jardín, sonriéndole como si hubiera escuchado todo. Y por primera vez, su odio se encontró cara a cara con la duda.

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