Un año después.
El sol se filtraba a través de los vitrales de la iglesia, bañando el interior con un mosaico de colores que danzaban sobre las paredes adornadas con guirnaldas de flores blancas y doradas. Los bancos, cubiertos con telas de lino y cintas de satén, estaban repletos de rostros sonrientes que susurraban con emoción contenida. El aire olía a jazmín y cera de las velas que titilaban en candelabros antiguos, dispuestos con elegancia a lo largo del pasillo central.
Becca avanzaba con paso sereno, del brazo de su madre, cuya mano temblaba ligeramente de orgullo y emoción. El vestido de Becca, una cascada de encaje suave que rozaba el suelo, brillaba con cada rayo de luz que lo tocaba. Su rostro, enmarcado por un velo delicado, reflejaba una mezcla de calma y felicidad pura. Su madre, vestida con un traje azul pálido, no podía evitar que las lágrimas asomaran a sus ojos mientras apretaba suavemente el brazo de su hija, como si quisiera guardar ese momento para siempre.
Detrás d