A la mañana siguiente, Asher llegó puntual a su cita. Sin dudar, sacó las dos cartas y se las mostró a su doctora.
—¿Es esto realmente cierto? —preguntó ella, con un tono de incredulidad.
—Sí, doctora. Lo es, léalas por usted misma. Anoche, al llegar a mi apartamento, no pude dejar de leerlo. ¿Sabe qué? No pude evitar llorar. Pero lo peor no fue eso. Fue recordar... Estaba tan drogado, pero hubo un momento en que desperté, la vi a mi lado, y me colé sobre ella... Esa chica, ella no merecía vivir eso. Era solo una niña. Y yo... yo soy igual que ellos. No hice nada para defenderla.
—Asher, no eres un violador —afirmó ella.
—Pero estuve a punto de serlo. Si no hubiera estado tan drogado... la hubiera destruido.
—O la hubieras defendido —aseguró.
—Quiero morir. El mundo no necesita personas como yo.
—Si mueres ahora, nunca podrás hacer justicia. Tienes que mantenerte vivo. Por ella. Ella te necesita. Si haces la denuncia, aunque esa noche se reviva... tú le harás justicia.
—Es cierto... más que nunca... debo estar fuerte. Tengo que hacer que paguen. Gracias por ayudarme.
—Para eso me pagas.
—Bueno…
—Es broma. Soy tu terapeuta. Mi trabajo es ayudarte, no juzgarte.
Cuando la sesión terminó, Asher se dirigió a su empresa. Al llegar al estacionamiento, algo peculiar llamó su atención.
—Te dije que me soltaras. Entiéndelo, contigo no quiero nada. —Becca forcejeaba con Dorian Pirs, un amigo de su hermano que había comenzado a obsesionarse con ella.
—¡No lo haré! —la sujeto por su brazo derecho—. Vas a venir conmigo, quieras o no
—¡Déjala! —La ira creció en Asher al ver la escena. Caminó hacia ellos sin dudar, y con un puñetazo contundente, derribó a Dorian.
—¿Quién diablos eres tú? —rugió el mientras se levantaba, su rabia desbordada.
—Soy su jefe. Y aquí soy yo quien hace las preguntas. —Asher se giró hacia Becca, quien había permanecido paralizada—. ¿Liliana, estás bien?
—Sí, señor. Gracias a usted, me siento segura.
—¿No te hizo nada? —tomó sus manos.
—De verdad estoy bien —el miedo aún la invadía.
Pero Dorian no estaba dispuesto a ser ignorado. Enfurecido, sacó una navaja de su bolsillo derecho y, con una rapidez peligrosa, la clavó en el brazo izquierdo de Asher.
—¡Maldito idiota! —gritó Asher, sintiendo el ardor de la herida, pero la furia lo impulsó. No dudó en devolver el golpe con una violencia inusitada. La brutalidad de sus golpes hizo que incluso Dorian, en un susurro de desesperación, pidiera clemencia.
—Sal de aquí. Y si te vuelvo a ver cerca de ella, pagarás las consecuencias.
Con un gruñido, Dorian se dio la vuelta y, derrotado, se marchó. Pero Asher sabía que no sería la última vez que lo vería. Dorian regresaría, y esta vez, no estaría tan dispuesto a perdonarlo.
—¡Dios mío! Estás perdiendo demasiada sangre. ¡Tienes que ir al hospital! —La voz de Becca temblaba, entre preocupación y miedo.
—Relájate. No es grave. Es solo una cortada. Pero… ¿quién era él?
—Es un amigo de mi hermano. Llevo tiempo diciéndole que no quiero nada con él. Pero no lo entiende. Anoche, se presentó en mi apartamento… me cantó una serenata, y cuando lo rechacé de nuevo… esto fue lo que ocurrió.
Asher apretó la mandíbula. El recuerdo de la pelea le quemaba en los puños, pero la satisfacción de haberle dado lo que se merecía a Dorian lo mantenía en pie.
—No te preocupes, Becca. Con la golpiza que le di, no volverá a molestarte. —Respiró profundo, su tono ahora más suave—. ¿Qué haces aquí, en el estacionamiento? ¿No es hora de almuerzo?
Becca levantó la mirada, un poco perdida.
—Bajé porque no traía comida. Quería ir al restaurante de la esquina.
—Lo único importante ahora es que estés bien. Vamos a subir. Pediré algo para los dos.
Becca lo observó con intensidad, como si estuviera tratando de leerlo.
—¿Y el hospital?
—Te dije que no es nada. No quiero que te preocupes por mí.
Becca no parecía estar tan convencida, pero no insistió. Ambos caminaron hacia la oficina, pero ella no podía apartar la vista de él.
—Si sigues mirándome de esa forma, no voy a responder —dijo Asher, con tono burlón, sin poder evitar una sonrisa—. El pedido no tardará en llegar, así que, si quieres, puedes ir a la sala a almorzar.
Becca lo observó por un segundo más antes de hablar.
—No lo haré. Iré a buscar el botiquín. Está en Recursos Humanos. Tú, entra a tu oficina.
—¿Tan terca? Está bien, te esperaré adentro.
Mientras Becca limpiaba la herida de Asher, sentía como su corazón aceleraba. La tensión era palpable entre ellos, y algo en el aire hacía que el momento se cargara de una energía extraña.
—Se lo dije, es solo una cortada superficial. No necesitamos hacer todo un drama con esto.
—No es solo una cortada. Debo limpiarla bien, no podemos correr el riesgo de que se infecte —respondió Becca, con la calma que no reflejaba su agitación interna.
—¿Por qué hace esto? —preguntó Asher, algo confundido.
Becca lo miró sin apartar la vista de su tarea.
—Es sencillo, es mi jefe. Y me defendió, tengo que devolverle el favor.
—Vaya... tiene usted un sentido del deber impresionante. Soy muy afortunado de…
Su voz se apagó cuando, de repente, sus ojos se fijaron en el cuello de Becca. Algo en esa mancha que ella tenía en la piel lo desconcertó por completo.
—Perdón… ¿esa marca? —preguntó, titubeando.
Becca tocó la marca en su cuello, una cicatriz casi imperceptible.
—¿Esta? La tengo desde que nací, supongo que fue un defecto... ¿por qué me pregunta? —su tono era sereno, pero había una leve tensión en su mirada.
El rostro de Asher palideció. La marca en su cuello… era idéntica a la que había visto en la chica de sus sueños. La chica que se le había aparecido en sus pesadillas durante años.
—Yo… —las palabras se le atoraron en la garganta.
—¡Jefe! —exclamó Becca, al ver su reacción, pero Asher se levantó de golpe.
—Nada, olvídalo. Déjame solo, por favor —su voz era rota, casi inaudible. Su mente daba vueltas y más vueltas, tratando de entender.
Becca se quedó ahí, mirando la distancia, pero la dureza con que él la había despedido la hirió de alguna forma. Algo en su pecho se apretó, aunque no comprendía bien por qué.
Asher se quedó solo, intentando calmarse, pero las imágenes y las preguntas no lo dejaban. «No, no puede ser ella. Liliana, no hagas tonterías… No puede ser ella». Se repetía una y otra vez, en un intento desesperado por encontrar algo de lógica en el caos de su mente.
Pero la llamada que recibió minutos después destruyó cualquier intento de serenidad.
—¡No, no es posible! —exclamó, mientras la angustia lo devoraba.
—Lo siento, Asher... Salomé… acaba de fallecer. Estoy en el hospital. Los médicos están haciendo el papeleo para entregarme su cuerpo.
El mundo de Asher se desmoronó en un instante.
—Voy para allá —respondió, con la voz quebrada. Colgó la llamada y, aunque no quería, sabía que debía ir a despedirse de Salomé. Su pequeña. Su vida.
En cuanto salió de su oficina, su mirada se cruzó con Becca.
—Señor, ¿qué ocurre? —preguntó ella, preocupada, al ver la tormenta en su rostro.
—Recibí una llamada... de la señorita Wilson. Me acaba de decir que Salomé... mi pequeña... ya no está. —la voz de Asher temblaba, como si su alma estuviera siendo arrancada.
—¿Cómo… es posible? —la pregunta de Becca quedó en el aire, pero Asher no respondió. Su mente solo podía pensar en Salomé.
—No lo sé. Pero tengo que ir al hospital.
—Yo iré con usted —dijo Becca, aunque sabía que el dolor de Asher era más grande de lo que ella podría comprender.
Al llegar al hospital, el grito desgarrador de Asher resonó por los pasillos. Golpeaba el suelo con sus puños, como si pudiera golpear la realidad y devolverle a Salomé. Becca observaba en silencio, sin poder apartar los ojos de él. Algo en su pecho se apretaba, mientras el sufrimiento de Asher la atravesaba, haciéndola preguntarse: ¿debería acercarse más? ¿Qué lugar ocupaba ella en ese dolor?
En ese instante, Becca se acercó a Asher, tocando su hombro con cautela, como si el contacto pudiera romperlo aún más. Sus ojos se encontraron, y ella vio el vacío absoluto en su mirada, ese que nunca había visto en él antes. Las emociones colapsaban sobre ella, y algo desconocido despertaba en su interior.
—Asher… —su voz salió suave, pero firme—. Lo siento mucho… Sé que no hay palabras que puedan calmar tu dolor, pero estoy aquí. Para lo que necesites.
Él levantó la vista, y por un momento, sus ojos se encontraron. Sin palabras, ella sintió el peso de su tristeza y, de alguna forma, de su soledad. Algo inexplicable la unió más a él en ese segundo. La conexión que nunca había previsto.
La puerta de la sala se abrió lentamente, y el médico entró con la expresión seria de quien trae noticias que nunca quiere dar. Asher se levantó, temiendo lo que escucharía.
—¿Está… está…?
El médico asintió lentamente, evitando mirar directamente a los ojos de Asher.
—Lo siento mucho. Ha llegado demasiado tarde. Salomé no pudo soportar… los daños fueron demasiado graves.
Un grito se le escapó a Asher, lleno de impotencia y dolor. Becca se acercó a él, queriendo sostenerlo, pero temiendo que no fuera suficiente. Sin embargo, en ese momento, Asher la miró de nuevo, como si algo se hubiera quebrado dentro de él.
—¿Por qué…? ¿Por qué ella? —susurró, mientras una lágrima caía por su rostro, la primera que Becca había visto.