Cargar culpas ajenas es cavar con nuestras propias manos el abismo que nos devora. Son cadenas invisibles que nos arrastran hacia oscuridades que no pertenecen a este mundo.
En la madrugada, cuando el silencio pesa más que el sueño, las pesadillas volvían. Siempre volvían.
—Tú… tú me mataste. Me quitaste todo —gritaba ella entre sollozos y furia, una sombra desgarrada que emergía del subconsciente de Asher.
—¡No! Por favor… Perdóname. Nunca quise hacerte daño. Te lo juro… —respondía él, temblando.
—¡Mentira! Me condenaste a las tinieblas. Me rompiste. Estoy rota, y es tu culpa.
—No te vayas, espera. ¡No! ¡No!
Asher despertó de golpe, empapado en sudor, jadeando como si hubiera corrido kilómetros. Una vez más. Siempre la misma pesadilla.
—¿Hasta cuándo? ¿Cuánto más durará esto? Me está matando poco a poco…
Se levantó, tambaleante. Entró al baño, abrió la regadera y se dejó caer bajo el chorro de agua fría. Allí, sentado en el piso, la cabeza entre las rodillas, su mente quedó en blanco. Un solo pensamiento martillaba su conciencia: debo encontrarla, saber qué fue real, qué no. O perderé la razón.
Y como si su miseria necesitara compañía, la voz de su madre se coló en su cabeza. «Aurora es perfecta para ti. Es lo que necesitas, lo que te conviene.»
Asher apretó los dientes.
—¿Cómo amar, si ni siquiera puedo perdonarme? Soy un maldito, un error con piernas. ¡Despierta, maldita sea! —se dijo al fin, golpeando el suelo con el puño cerrado—. No puedes seguir huyendo. Repara tu daño. Haz lo que sea necesario. Pero haz algo.
Salió de la ducha, desayunó con desgano, y se vistió para ir a la oficina. Antes de salir, marcó un número que conocía de memoria.
—¿Doctora? Necesito ayuda. Otra vez.
—Respira profundo, Asher. Estoy aquí —respondió la doctora Megan, al otro lado de la línea—. ¿Qué sucedió?
—Ella. Volvió a aparecer. Su voz, su dolor… pero no su rostro. Nunca su rostro.
—¿Algo detonó el recuerdo?
—Discutí con mi madre anoche. Quiero que desaparezca de mi vida… Estoy cansado.
Hablar con su psicóloga lo alivió apenas un poco. Una hora más tarde, con los últimos botones de la camisa abrochados, se dispuso a salir. Pero al abrir la puerta, el infierno estaba de pie frente a él: su madre.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con la mandíbula tensa.
—¿Puedo pasar? —Su madre lo miraba con tristeza.
—No. Este es mi espacio. Lo compré con mi dinero. Aquí, no tienes poder. Tu manipulación muere en esta puerta.
—Hijo, no me hables así. Estoy preocupada por ti…
—Anoche fui claro. No me casaré con Aurora. ¡Nunca! Y deja de hacer planes por mí. ¡Estoy harto! —Por primera vez, su voz fue firme, y su decisión, inquebrantable.
Ella lo miró, herida. Pero Asher no se inmutó.
Ya en su oficina, Asher no dejaba de refunfuñar. Golpeaba con fuerza la pluma contra el escritorio, respirando con rabia contenida. Estaba al borde del colapso.
—¿Hasta cuándo va a seguir jodiéndome? —gruñó entre dientes.
—¿Señor, está bien? —preguntó Becca, preocupada al verlo tan alterado—. ¿Puedo ayudarlo en algo…?
—Perdón… solo pensaba en ciertas cosas.
—¿En su prometida?
—¿Prometida? —soltó una carcajada amarga—. ¿Quién le dijo eso?
—La señorita Aurora… ella habla de usted como si fueran algo más que conocidos.
—Aurora se inventa lo que quiere oír. Nunca le he dado motivos para proclamarse nada mío.
—Tal vez lo haga porque tiene esperanzas. O quizás… está enamorada.
—No, señorita. Está equivocada. Aurora no sabe lo que es el amor. Es vanidosa, caprichosa. Solo quiere ganar… como si yo fuera un trofeo.
Becca tragó saliva. Sus palabras le rasparon el alma, como si fuesen dirigidas a ella.
—¿Y usted? —se atrevió a preguntar—. ¿Usted sí sabe lo que es amar?
—Yo menos. Ni siquiera merezco saberlo. No debería… ni estar vivo. Soy un despojo, Liliana. Un error con patas.
—No diga eso… usted no es un error. Tiene un corazón que, aunque lo esconda, sigue latiendo con fuerza. Su mirada está llena de tristeza, sí, pero su voz… su voz aún es gentil.
—No sea amable conmigo. No lo merezco.
—Yo creo que sí. Pero si está tan convencido de odiarse, no puedo hacer más. ¿Puedo retirarme?
—Adelante.
—Ojalá algún día encuentre la paz que tanto necesita.
Becca salió con paso firme… pero apenas cruzó la puerta, se quebró. Un nudo le cerró la garganta. Las lágrimas cayeron sin permiso.
—¡No seas estúpida! —se dijo a sí misma en un susurro desesperado—. ¡Él te destruyó! ¡No sientas compasión… él no la tuvo contigo!
Tenía que recordarlo. No podía permitir que su dolor se suavizara. Su misión aún estaba intacta. No importaba lo que sintiera… su objetivo era claro.
Se limpió el rostro, se enderezó, y continuó con su papel: informes, reuniones, agenda de Asher… sin permitir que las grietas internas se notaran.
Pero entonces… Una figura inesperada cruzó el umbral. Su sola presencia era como una chispa encendiendo pólvora.
—Buenos días —dijo con voz grave—. ¿Se encuentra Asher Bailey?
La joven lo observó con cautela. Su aspecto lúgubre y su mirada sombría le provocaron un escalofrío.
—Sí… ¿Quién lo busca?
—Baltazar Franklin. Un viejo amigo. Necesito hablar con él. Es urgente.
Ella dudó. Algo en ese hombre no encajaba. Sin embargo, asintió y se giró hacia la puerta del estudio.
—Señor Bailey… hay alguien afuera. Dice llamarse Baltazar. Insiste en hablar con usted.
Asher levantó la cabeza bruscamente.
—¿Qué dijiste? —él se paralizó por unos minutos—. ¿Baltazar? ¿Está aquí?
—Sí, señor. ¿Le digo qué pase?
Asher tragó saliva, sintiendo un nudo, ahogarle el pecho.
—Sí… Dile qué pase.
Cuando Baltazar entró, el ambiente se tensó como una cuerda a punto de romperse.
—¿Cómo tienes el descaro de venir a verme? —le escupió Asher con rabia—. Tú, Aldo y Lucian… son los responsables de todo. Ustedes me drogaron. Por culpa de ustedes soy un… un monstruo. Un violador. ¡Y tú vienes aquí como si nada! ¡Lárgate!
Baltazar alzó las manos, desesperado.
—Por favor, Asher… estoy aquí para confesarlo todo. Ya no puedo seguir cargando con esto.
—¿Confesar qué? ¿Qué más podrían haberme hecho?
—Lucian se suicidó… y yo… yo estoy al borde de hacer lo mismo.
Asher dio un paso atrás, aturdido.
—¿Qué? No… no sabía nada.
—Claro que no. Fue hace tiempo. Tú estabas encerrado en tu propio infierno, y tu madre me impidió contactarte. Te lo suplico, ayúdame.
—¿Por qué tendría que hacerlo? Un cerdo como tú, no merece nada.
—Te lo imploro, no soy inocente, lo sé —dijo Baltazar con lágrimas en los ojos—. Pero estoy solo. Aldo vive tranquilo, como si nada. Yo tengo que esconderme. Mis padres me dieron la espalda. Me amenazaron. Dicen que, si hablo, destruiré la familia, por el lodo. Pero ya no puedo callar, Asher. No más.
Asher respiró hondo. Cada palabra le revolvía el estómago. El pasado volvía a devorarlo. Pero, finalmente, habló:
—Está bien. Empieza a hablar.
Las horas pasaron como un mar de culpas, salpicando recuerdos oscuros y confesiones que apestaban a traición.
Del otro lado de la puerta, Becca caminaba de un lado a otro, nerviosa.
—¿Qué tanto hablarán? ¿Estará bien? —pensaba mientras su corazón latía con fuerza—. Ese tipo… algo en él me da mala espina. No me gusta. No confío en él.
Mientras que ella trataba de atar cabos. Cada palabra que Asher escuchaba, le provocaba repulsión. La rabia le hervía bajo la piel.
—Todos son unos malditos —escupió, descargando un puñetazo contra la pared—. Por su culpa no tengo vida. Respiro, sí, pero no vivo… Desde hace años no tengo una noche tranquila. Su figura aparece en mis sueños, me susurra que fui yo quien la mató. ¿Cómo pudieron ser tan inhumanos? Primero la violan, y después me dejan a mí como el maldito chivo expiatorio. Son peores que la basura.
Baltazar apretó los puños, conteniendo un temblor que le recorría los brazos.
—Asher… tú no eres el único que sufre. Aldo quiere silenciarme, y no tengo a nadie más. Por eso estoy aquí.
—¿Y qué esperas que haga? ¿Te doy mi bendición?
—Si yo hablo, termino en la cárcel… al igual que Aldo. Él fue el primero en tocarla.
Los ojos de Asher se entrecerraron. Una chispa de lucidez se encendió entre las llamas de su ira.
—¿Ella…? ¿Sabes cómo se llama? ¿Dónde puedo encontrarla?
—Solo sé que su madre se llama Devora Baker, y su hermano… es Bryan. Él fue quien te atacó.
El silencio que siguió fue breve, pero helado.
—¡¿Lo sabían?! ¡¿Sabían que me atacaron y no dijeron nada?! —rugió Asher—. Y pensar que alguna vez los llamé amigos…
—Queríamos hablar, juro que sí. Pero Aldo nos amenazó. Dijo que, si abríamos la boca, nos pudriríamos en la cárcel. Nos acobardamos…
—¡Cobardes, no, cómplices! Pero ya no importa. Dime, ¿cómo supieron que ese chico era el hermano de la chica?
—Aldo lo averiguó todo. Te lo juro, Asher… los demonios no me dejan dormir. Yo no quería lastimarla. No sé cómo pasó todo tan rápido.
—Yo sí sé —dijo Asher con voz gélida—. Son unos malditos animales.
Baltazar bajó la cabeza, con la voz quebrada.
—Soy un cerdo, no lo niego. Pero vine porque no quiero seguir así. Estoy dispuesto a hablar. Mira… —sacó un sobre arrugado y se lo entregó—. Esta carta fue escrita y firmada por Lucian. Si me pasa algo, esta declaración será tu arma. También te daré mi declaración, para que la uses.
Asher lo tomó sin mirarlo. Su voz sonó afilada.
—Te ayudaré. No porque lo merezcas, sino porque me serás útil. Escucha bien: ve a este hotel —le entregó una tarjeta—. Es un sitio seguro. No hables con nadie cuando llegues. Instálate y llámame. Desde hoy, tengo un nuevo propósito… Acabar con esa maldita plaga.
Baltazar salió de la oficina, sus pasos firmes resonaban en el pasillo vacío, pero algo, o más bien alguien, lo detuvo. Cuando sus ojos se encontraron con los de Becca, un escalofrío recorrió su espalda. No sabía por qué, pero algo en su mirada lo inquietaba profundamente. Ambos, sin saberlo, se hallaban frente a frente, como dos piezas de un rompecabezas distorsionado, separados por un pasado oscuro.
—¿Nos conocemos de algún lado? —Baltazar no pudo evitar preguntar, su voz grave denotaba incertidumbre.
Becca se estremeció, su corazón aceleró. ¿Por qué él la miraba así? No podía ser… ¿Acaso había algo más que simple coincidencia en ese encuentro?
—¿Será porque tengo un rostro muy común? —respondió ella, su tono bajo, casi temeroso.
Baltazar la observó, sus ojos nublados por un atisbo de duda. La sensación era extraña, perturbadora.
—No creo que sea eso… tal vez me estoy confundiendo —murmuró, mientras su mirada se alejaba, vagando por el pasillo, pero en su interior algo no encajaba.
Becca, aliviada, dejó escapar un suspiro y se apresuró a entrar en la oficina. Cerró la puerta detrás de ella, intentando calmarse.
—¿Está bien? —La voz de Asher resonó con preocupación—. ¿Pasó algo?
—Todo está bien —respondió Becca, aunque la inquietud seguía latente en su pecho—. ¿Por qué lo preguntas?
—Ese hombre… no me da buena espina. ¿Por qué se demoró tanto con usted?
—Gracias por preocuparte por mí —dijo, forzando una sonrisa—. Estoy bien. Necesito pedirte dos favores. El primero: nadie debe enterarse de que él estuvo aquí.
—Cómo ordene —respondió rápidamente, sabiendo que no se cuestionaría nada.
—Y el segundo: llámame a la doctora Green. Agéndame una cita con ella para mañana mismo.
—Entendido —respondió con seriedad, aunque una extraña sensación de peligro comenzaba a instalarse en su mente.
Becca se retiró, pero mientras lo hacía, una voz interna, la misma que había escuchado tantas veces en su cabeza, le gritaba en silencio: algo está a punto de estallar.