ACERCÁNDOME A DE TI

Hay cicatrices que ni el tiempo ni la distancia pueden borrar. Becca había intentado construir una vida tranquila junto a su hija, Harika, pero la paz se convirtió en un espejismo con la liberación de su hermano, Bryan. Él avivó en su interior una sed de venganza incontenible, una llama que consumió cualquier intento de olvido.

Bryan investigó meticulosamente cada paso de Asher. Cuando tuvo todo planeado, convenció a Becca de mudarse a Boston, un paso crucial en su plan de destrucción. Ella asumió una nueva identidad, tiñó su cabello, cambió sus ojos con lentes de contacto y enterró su pasado. Si tenía que quemarse en el fuego del rencor, que así fuera. No descansaría hasta devolverle a Asher cada una de las lágrimas que le había arrebatado.

—Mami, no te vayas a Boston… quédate conmigo —suplicó Harika, aferrándose con desesperación al cuello de su madre.

Becca cerró los ojos, reprimiendo el temblor en su voz.

—Tengo que hacerlo, mi amor. ¿Recuerdas la promesa que te hice? Algún día tendremos nuestro propio hogar.

—Sí… —respondió la niña entre sollozos.

—Si consigo este trabajo, nuestro sueño se hará realidad. Además, mi cielo, la abuela estará contigo y yo vendré cada fin de semana.

—¡Pero yo quiero ir contigo! —insistió, su vocecita quebrada por la angustia.

Becca acarició su mejilla con ternura. No podía decirle la verdad, no podía manchar su inocencia con la oscura venganza que la guiaba.

—Por ahora no se puede, mi amor. Pero te prometo que pronto estaremos juntas. ¿Esperarás por mí?

—Sí… y seré una niña buena. No te decepcionaré.

—Mi princesa, tú eres lo mejor que me ha pasado. Por ti, movería cielo y tierra —susurró, conteniendo las lágrimas.

—Te amo, mami.

—Y yo más.

Se abrazaron con fuerza, como si el mundo se detuviera por un instante. Pero la determinación de Becca no titubeó. Subió al avión. Nada la detendría.

***

Tres días después. Consultorio de la doctora Megan Green.

—Bien, Asher. ¿Cómo te has sentido? —preguntó la terapeuta, anotando en su libreta. Desde su llegada a Boston, Asher se había refugiado en la terapia. Su última esperanza de redención.

—¿Cómo cree que puedo sentirme? Soy un violador —escupió con amargura.

Megan suspiró. No era la primera vez que escuchaba eso.

—Hemos hablado de esto. Ocho años sin reincidir indican que no hay una patología.

—¿Y eso de qué me sirve? —rio sin humor—. No seré un enfermo, pero sí un monstruo. Arruiné la vida de una chica inocente. No entiendo por qué sigo vivo. ¡Es increíble todo lo que he sobrevivido!

—¿Y sabes qué significa eso?

—¿Qué es mi castigo? —susurró—. La muerte se divierte conmigo.

—La vida te está dando una oportunidad.

—Doctora, lo único que quiero es volver a verla. Solo eso.

Megan lo analizó con cautela.

—¿Y qué harías si la encontraras?

—Le pediría perdón. Mil veces, si es necesario. Le daría todas las cartas que le he escrito.

—A veces deseamos algo con tanta fuerza que suponemos que será la solución a todos nuestros males —dijo ella—. Pero, Asher, debes entender que, si la encuentras, ella no te recibirá de la forma en que esperas.

—Lo sé. Y lo acepto.

La doctora asintió, dando por terminada la sesión.

—Nos vemos el viernes. Y felicidades, llevas dos semanas sobrio.

Asher le estrechó la mano y salió directo a su empresa. Al entrar a su oficina, era esperado pacientemente.

—¿Así que usted es la señorita Liliana Guzmán? —preguntó, observándola con detenimiento. Había algo en ella que le resultaba extrañamente familiar.

Becca, ahora convertida en Liliana, sostuvo su mirada con frialdad

—Sí —afirmó con voz serena, aunque la sangre le hervía—. Recibí un correo del equipo de selección citándome para hoy.

Asher revisó su expediente.

—Su perfil fue uno de los más destacados. Sus referencias son excelentes y ha trabajado en grandes empresas. ¿Por qué quiere trabajar en mi constructora?

Becca esbozó una sonrisa calculada.

—Porque quiero formar parte de algo grande.

Lo miró a los ojos. Y porque quiero que te hundas en lo más profundo del infierno, pensó

—Veo que es segura y decidida. El puesto suyo —aseguro Asher con una gran sonrisa—. ¿Puede empezar desde mañana?

—¡Por supuesto! Le aseguro que no se arrepentirá por confiar en mí.

—Eso espero, hoy en la noche tendrá el contrato en su correo para que lo revise, y en caso de que tenga cualquier duda, mis abogados le ayudarán. Por ahora, vaya al área de recursos humanos, para que le entreguen el manual y reglamento de la empresa. Nos vemos mañana.

—Veo que es segura y decidida. El puesto es suyo —aseguró Asher con una sonrisa confiada—. ¿Puede empezar mañana?

—¡Por supuesto! Le aseguro que no se arrepentirá de confiar en mí.

—Eso espero. Esta noche tendrá el contrato en su correo para que lo revise. Si tiene dudas, mis abogados la asistirán. Por ahora, pasé por Recursos Humanos para recibir el manual y el reglamento de la empresa. Nos vemos mañana.

Al salir de la oficina, Becca sintió un torrente de adrenalina recorrer su cuerpo. Y no dudó en llamar a su madre.

—Mamá, lo logré. Entré —exclamó, casi sin poder contener su emoción.

—Hija, ¿estás segura de lo que harás? —La voz de su madre sonaba preocupada.

—Te lo dije, mamá. Haré que el imperio de Asher Bailey se desmorone. De él no quedarán más que cenizas.

—Cariño, no quiero que te enojes, pero… ¿No crees que es mejor dejar todo, cómo está?

—¡Estás loca! —espetó Becca con furia—. Ese bastardo debe pagar, así como yo pagué. Ahora pásame a mi hija.

—¡Mami! —Harika sonaba emocionada.

—¡Mi niña! ¿Cómo estás? ¿Me has extrañado?

—Sí, mami. La abuelita no me cuenta las historias como tú. ¿Cuándo regresas?

—Iré el próximo fin de semana. Mamá, ya tiene trabajo y pronto estaremos juntas, mi amor.

—¡Yupi! —gritó la niña con entusiasmo—. Hoy me dieron dos estrellas por portarme bien.

—Esa es mi niña. Dile a tu abuela que te lleve por un helado. Cuando esté allí, te llevaré de paseo.

—¡Es una promesa! No lo olvides.

—Nunca lo haré, mi amor. Ahora, mamá, tiene que irse, debo prepararme para mañana.

Cortó la llamada y tomó un taxi hasta el apartamento en Hyde Park, donde su hermano había vivido los últimos cuatro años. Apenas cruzó la puerta, Bryan la miró expectante.

—¿Y bien? ¿Conseguiste entrar? —preguntó, impaciente.

—Por supuesto que sí —respondió Becca, con una sonrisa helada—. El muy imbécil no me reconoció.

Bryan asintió, cruzándose de brazos.

—Bien. Ya sabes qué hacer. No lo dejes escapar.

—Tranquilo, hermano. A mi lado, vivirá sus peores pesadillas.

Bryan sonrió con satisfacción.

—Bien, ahora ve a descansar, mañana te espera un largo día.

Becca se fue a su habitación, y estando ahí la tristeza la invadió.

—¡No llores! —se dijo así misma, limpiándose sus lágrimas—. Recuerda lo que viviste, no tengas compasión, él no la tuvo contigo.

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