El amanecer llegaba acompañado por matices grises, como si el cielo reflejara el torbellino de emociones dentro de Becca. A pesar de que el rencor seguía latente, esa mañana, en un impulso de desesperación, marcó el número de su madre. Necesitaba aferrarse a algo, a alguien.
—¿Cariño, estás bien? —preguntó su madre, alertada por la respiración entrecortada al otro lado de la línea—. ¿Por qué no hablas?
Becca cerró los ojos con fuerza, conteniendo un sollozo que finalmente escapó.
—Te extraño… —susurró con la voz rota—. Quiero que estés conmigo.
—Mi vida, vuelve a casa. Olvídate de esa tonta venganza —suplicó su madre con ternura.
—¡No insistas con eso! —gritó—. ¿Dime por qué él tiene una vida feliz mientras yo estoy condenada? ¿Qué le diré a mi hija cuando pregunte por su padre? ¿Cómo le explicaré que ese maldito es…?
—No tiene por qué saberlo. No aún. Es muy pequeña, no destruyas su inocencia.
Becca cubrió su boca con la mano, ahogando un nuevo sollozo. Su noche fue una tortura; la sombra de él la perseguía, su risa cruel se filtraba en sus sueños hasta convertirlos en pesadillas.
—¿Qué hago, mamá? —susurró, la voz cargada de desesperación—. No pude dormir anoche. Su rostro… aparecía una y otra vez.
El silencio se apoderó de ambas. Su madre quería salvarla, alejarla de aquel abismo al que se dirigía, pero sabía que Becca no soltaría su dolor tan fácilmente.
—Hija, la venganza no te traerá paz.
Becca se pasó la mano por el rostro, limpiando sus lágrimas con brusquedad.
—Pero al menos me dará justicia.
Colgó antes de escuchar la respuesta. Sabía que su madre insistiría en hacerla recapacitar, pero era tarde. Sus demonios ya habían tomado el control. Y esta vez, no iba a huir de ellos.
Así que terminó de arreglarse, llegó a la empresa, ordenó su puesto, antes de dirigirse directamente a la oficina de Asher, quien levantó la mirada, visiblemente sorprendido al verla tan temprano.
—Buenos días, señorita Guzmán. No es necesario que llegue tan temprano, la entrada es a las nueve. Apenas son las siete.
Becca sostuvo su postura con firmeza y esbozó una leve sonrisa.
—Soy su secretaria. Mi deber es estar junto a usted en todo momento.
Asher frunció el ceño.
—¿Ha estado llorando? ¿Le sucede algo? —le preguntó al notar sus ojos irritados.
Becca apretó los puños.
—No es nada —respondió, con voz tensa—. Solo… extraño a mi pequeña.
—¿Así que es madre? —Asher arqueó una ceja, claramente sorprendido—. No me lo esperaba. Es usted muy joven.
—Mi hija llegó en el momento menos esperado, pero es lo más hermoso que me ha sucedido.
—Veo que la ama mucho. La felicito. ¿Por qué no la trajo con usted?
Becca suspiró, desviando la mirada.
—Aquí no conozco a nadie. Además, tengo que hacer los ajustes necesarios antes de traerla. La vida de una madre soltera no es fácil.
Asher asintió con un gesto comprensivo.
—Lamento oír eso. Si necesita ayuda con su hija, no dude en pedírmelo. Haré lo que esté en mis manos para apoyarla.
Becca soltó una risa amarga.
—Se lo agradezco, pero no es necesario. Aunque el cobarde de su padre sea un ser despreciable, nunca hemos necesitado nada de él —respondió con ironía.
—No era mi intención incomodarla —replicó.
—No, discúlpeme usted. Fui una grosera —murmuró Becca, sacudiendo la cabeza.
Asher la observó con detenimiento, como si intentara descifrar los secretos que ella guardaba con tanto recelo. Finalmente, apoyó los codos sobre el escritorio y esbozó una media sonrisa.
—Tiene razón —dijo ella—. Sé que no debo traer mis problemas a la oficina.
—No se disculpe —respondió él con indiferencia—. Aunque no soy padre, intento comprenderla.
—Gracias, y ya que es mi primer día, ¿puedo ayudarle en algo?
—Cuando la necesite, la llamaré.
Becca salió de la oficina con el ceño fruncido, apretando los labios mientras refunfuñaba en voz baja. La furia le quemaba el pecho.
—¡Infeliz! Eres un hijo de puta —maldijo para sí misma—. ¿Dices que no tienes una hija? Qué hipócrita eres… pero no te preocupes, pronto te borraré esa sonrisa tan fastidiosa.
Conforme el reloj marcaba su torturante tic tac, el peso en sus hombros se hizo cada vez más insoportable. Tenerlo tan cerca, saber que lo vería por más de seis horas seguidas, le revolvía el estómago. Incapaz de soportarlo más, se dirigió al baño y sacó su teléfono.
—¡Ven por mí! —susurró desesperada a su hermano—. No creo que soporte esto, tengo asco, por favor.
—Tienes que ser fuerte —la voz de Bryan sonó implacable—. Piensa en el infierno en que viví estando encerrado. Me lo debes.
Becca cerró los ojos, sintiendo el ardor de las lágrimas que no podía derramar. Terminó la llamada y regresó a su puesto, solo para encontrarse con una visita inesperada.
—Bueno, por fin llega alguien —espetó la mujer que la miraba con desdén.
Becca la analizó de arriba a abajo. Cabello perfectamente peinado, un abrigo de diseñador y una actitud de superioridad que la irritó al instante.
—Disculpe, ¿quién es usted?
—Soy Aurora Simmons, la prometida de Asher —respondió con altivez—. Llevo varios minutos esperando a que alguien me anuncie.
Becca arqueó una ceja.
—Si usted es su prometida, debería entrar sin ser anunciada.
Aurora la fulminó con la mirada y soltó una carcajada sarcástica.
—¡Perdón! ¿Asher? A ver, niñata, en esta vida hay niveles, y tú solo eres una simple secretaria. Para ti es Asher Bailey Evans, ¿entendido? Y ahora anúnciame de una vez.
Becca se cruzó de brazos.
—Lo siento, pero mi jefa está ocupado. Antes de salir de su oficina, me dijo que no lo interrumpiera.
—No me importa lo que una estúpida como tú diga —escupió Aurora—. Llámalo ya.
—Ya le dije que tengo órdenes de no dejar pasar a nadie.
Los ojos de Aurora se encendieron de furia. Sin pensarlo, levantó la mano con intención de abofetearla.
—¡No te atrevas! —el grito de Asher retumbó en la oficina mientras sujetaba con fuerza la muñeca de Aurora—. ¿Qué demonios pensabas hacer? Respeta a mis empleados.
Aurora parpadeó, sorprendida.
—¿Así que la defiendes? ¡Soy tu prometida!
Asher soltó su muñeca con un ademán de desprecio.
—No digas estupideces. ¿Qué haces aquí? Yo no te he llamado.
—Llegué de París y lo primero que quise hacer fue verte, pero solo me desprecias delante de esta insípida.
Los labios de Asher se torcieron en una mueca de fastidio.
—Te pedí que respetaras a mi secretaria. Ahora retírate. No quiero ver a nadie.
El rostro de Aurora se tornó rojo de rabia. Sin previo aviso, alzó la mano y le propinó una bofetada que resonó en toda la oficina.
—¡Idiota! —escupió, con los ojos encendidos de ira—. Esto no se quedará así.
Dicho eso, dio media vuelta y salió, dejando tras de sí una estela de perfume costoso y furia contenida.
Becca se mordió el labio, sintiendo una extraña satisfacción. Pero al ver la marca rojiza en la mejilla de Asher, no pudo evitar preguntar:
—¿Se encuentra bien?
Asher masajeó su mandíbula con calma.
—Solo fue un roce. Estoy acostumbrado a esto. No ha pasado nada, hay que seguir con nuestras labores.
Pero Becca supo que mentía. En sus ojos había algo más profundo, algo que, por un segundo, la hizo olvidar su odio hacia él. Algo que la inquietó.