NI REFUGIO NI TREGUA

Becca pasó el resto del día en una montaña rusa de emociones. La confrontación con Aurora la había dejado con una sensación extraña. Pero lo que más la inquietaba era la expresión de Asher después de la bofetada. Por un instante, había notado algo en su mirada, algo que no encajaba con la imagen del hombre cruel que había construido en su mente.

—No me importa —se murmuró a sí misma, sacudiendo la cabeza con impaciencia—. No me importa lo que sienta o deje de sentir.

Pero en el fondo, sabía que sí le importaba.

Cuando la jornada terminó, Becca salió de la oficina con los hombros tensos. Al llegar al apartamento, su hermano notó su inquietud, así que no dudo en enfrentarla.

—¿Qué te pasa? —espetó Bryan, sin rodeos—. ¿Qué es lo que te molesta ahora?

—No es nada —aseguro ella con su firmeza—. Todo está… perfectamente bajo control.

Él soltó una risa amarga, y de pronto su puño golpeó la pared con tal fuerza que un cuadro tembló.

—Más te vale que así sea —gruñó—. No olvides que todo esto es por ti. Me debes los años que pasé en prisión. Si no le hubiera disparado a ese malnacido, no habría vivido ese maldito infierno.

Becca retrocedió un paso.

—¡Ya basta! —gritó—. ¡Estoy harta de tus malditas recriminaciones! ¡Deja de culparme! Yo no pedí que ese monstruo abusara de mí.

—¿Y qué esperabas que pasara? —bramó él—. Desde el primer día te dije que el idiota de tu novio no me gustaba, y menos sus amigos. ¡Te lo advertí una y otra vez! Pero no, tú seguiste viéndolo… y míranos ahora.

Becca lo miró con los ojos llenos de lágrimas contenidas. Pero algo en su expresión había cambiado: no era dolor, era furia.

—¿Qué? ¿Vas a golpearme también? —escupió ella—. ¿Te crees con derecho a juzgarme solo porque cargaste una pistola? ¿Por qué decidiste jugar al héroe con las manos manchadas?

Bryan abrió la boca, pero no dijo nada.

—Tú disparaste… sí. Pero lo hiciste por ti. No me vengas con que fue por amor o por protegerme. Tú querías venganza, querías sangre.

—Cállate —susurró él, pero su voz ya no tenía la misma fuerza.

—Y ahora quieres que yo pague tu condena emocional, que arrastre tu culpa como si fuera mi castigo. Pues no, Bryan. No más.

La bofetada resonó.

—¡Harás lo que diga! —rugió él, empujándola con violencia contra la pared. El impacto le arrancó un quejido ahogado.

Becca no dijo nada. No le dio el gusto de una respuesta. Se alejó, tambaleante, con las mejillas ardiendo y el orgullo desgarrado. Entró a su habitación, cerró la puerta con suavidad, como si el silencio fuera su único refugio. Se dejó caer sobre la cama, clavó la cara en la almohada y lloró. Lloró en silencio, no por el golpe, sino por el hermano que había perdido mucho antes de ese disparo.

A la mañana siguiente, ella se levantó sin que su hermano se diera cuenta, se duchó rápidamente y salió del apartamento, pues se sentía asfixiada, caminó unas cuantas cuadras hasta llegar a unos baños públicos.

—Esta base tiene que taparte… —murmuró, presionando con torpeza el maquillaje sobre la piel marcada—. Bryan, eres un maldito —escupió, mientras las lágrimas volvían a caer

Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Asher se veía envuelto en las manipulaciones de su madre.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al ver a Aurora en la sala.

—Yo la invité a desayunar —intervino su madre—. Así que no seas grosero y salúdala como se debe.

—Eso no se podrá, tengo que irme a trabajar —respondió él, girando sobre sus talones.

—Un momento, Asher —Camelia lo detuvo con voz firme—. No permitiré que te comportes de esta forma. Aurora es nuestra invitada. Quédate, por respeto.

—Lo siento, mamá —dijo él sin mirar—. No estoy de humor para cumplir tus caprichos, me voy.

Salió sin dar oportunidad a réplicas. La puerta se cerró con un golpe seco.

—Discúlpalo —dijo Camelia, obligándose a sonreír—. Últimamente, ha estado bajo mucho estrés.

Pero, en realidad, estaba más decidida que nunca. Asher y Aurora debían casarse. Era su obsesión.

—No te preocupes —dijo Aurora, encogiéndose de hombros—. Ya estoy acostumbrada a su rechazo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Camelia, entrecerrando los ojos con sorpresa.

—Ayer fui a su oficina. Me trató como si fuera una extraña. Incluso defendió a su estúpida asistente…

—¿Asistente?

—Sí. Creo que se llama Pati, la verdad no recuerdo. El hecho es que fui a anunciarme y me dijo que tenía órdenes estrictas de no dejar pasar a nadie. ¿Puedes creerlo?

Camelia apretó los labios.

—Tranquila, hija. Asher será tuyo. Yo misma me encargaré de eso.

—¿De verdad crees que aún es posible? Llevo más de tres años tras él, Camelia. Y nada. Ni una mirada, ni un roce. Ni siquiera responde a mis provocaciones. A veces… a veces pienso que no le interesan las mujeres.

—¡Ni se te ocurra insinuar algo así! —rugió Camelia, golpeando la mesa con el puño cerrado—. ¡Asher es un hombre hecho y derecho! Un verdadero macho.

—No lo dudo… pero entiéndeme. Estoy cansada de sentirme invisible. Una mujer como yo no debería rogarle a nadie. Podría tener a quien quisiera a mis pies… y, sin embargo, estoy aquí, mendigando migajas

Camelia respiró hondo. Se levantó de su asiento y caminó hacia la ventana, donde la lluvia golpeaba los cristales con furia.

—No vamos a esperar más —dijo, con firmeza—. Si él no te elige por voluntad, entonces lo obligaremos.

Aurora alzó la cabeza, intrigada.

—¿Obligarlo?

Camelia se giró hacia ella, sonriendo con frialdad.

—Tengo una idea. Y créeme, querida, después de esto, Asher no tendrá más opción que casarse contigo.

—¿Qué vas a hacer?

—Algo que lo dejará sin escapatoria.

Aurora sonrió. Por fin sentía que tenía el control nuevamente.

Ese desayuno fue más que una comida: fue una conspiración disfrazada de cortesía. Dos mujeres aliadas en una guerra silenciosa para domar a un hombre que no quería pertenecerle a ninguna.

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