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CAPÍTULO 7 A TRAVÉS DEL ESPEJO ROTO

La fiesta había sido un éxito rotundo. Las risas infantiles aún resonaban en el aire como campanitas felices. Cada niño se marchó con un regalo único y especial, pero el mayor premio fue para Asher: recargado, renovado, invadido por la energía pura de cada abrazo sincero.

—Como siempre, los niños son los verdaderos ganadores —dijo Janet, con una sonrisa satisfecha.

—Y no son los únicos. Yo también gané algo esta vez —respondió Asher, mirándola con honestidad—. Le prometo que no volveré a dejar, que el trabajo me absorba por completo.

—Eso espero —asintió Janet, sin quitarle la mirada.

—Cumpliré esa promesa, se lo aseguro.

Después de despedirse de los niños, ambos subieron al auto. Para Asher, ese instante de intimidad fue la oportunidad perfecta.

—Toma, es para tu pequeña —dijo, extendiéndole una bolsa con papel rosa—. No sé cuántos años tiene, pero la chica de la tienda juró que ninguna niña se resiste a un oso de peluche.

—No hacía falta —replicó Becca con tono cortante—. Mi hija no necesita caridad.

—¿Por qué ese orgullo constante? Es solo un detalle, no un favor. Lo hice porque quise, porque…

Asher no terminó la frase. Como un río desbordado tras una tormenta, se dejó arrastrar por el impulso y la besó. Feroz, con hambre contenida. Poco le importaba haberla conocido apenas hacía una semana; lo único que deseaba era sentir sus labios, tenerla cerca, poseerla por completo.

Becca intentó apartarse, pero su cuerpo la traicionó. Su resistencia se quebró cuando él descendió por su cuello, desabrochó los primeros botones de su blusa y acarició suavemente sus senos. Pero justo cuando su mano se deslizó hacia su entrepierna, un golpe de realidad lo paralizó.

¿Culpa, asco?

Asher se alejó de golpe, jadeando.

—¡Dios! ¿Está bien? —le preguntó, nervioso, mientras abrochaba su blusa con manos temblorosas—. Será mejor que regrese a casa. Le pediré un taxi, me quedaré hasta que llegue. Por favor… salga.

Becca descendió del auto aturdida. Se sentía sucia. Humillada. Engañada por sí misma.

«¡Idiota! ¿Cómo permitiste que volviera a tocarte?». Se recriminó.

El taxi llegó rápido. Subió sin pensarlo. Pero cuando el conductor preguntó a dónde ir, dudó. Y fue directo a la empresa, subió hasta la oficina de Asher y ahí lo esperó pacientemente.

Cuando Asher la vio, su cuerpo se tensó de inmediato.

—¿Qué hace aquí? —preguntó con voz dura—. Le di una orden. ¿Por qué me desobedeció?

Becca lo miró con los ojos encendidos, y sin decir una palabra, lo abofeteó con fuerza.

—¡¿Quién se cree que es?! —espetó, temblando de rabia—. ¡Esto es para que aprenda a respetarme! No quiero que me vuelva a tocar. ¡Nunca más!

Asher no se defendió. Ni se apartó. Solo bajó la mirada.

—Vamos… continué. Vuélvame a pegar —susurró—. Si eso borra su enojo, si eso le da paz… puede golpearme cuantas veces quiera.

Ella empezó a golpearlo en el pecho, con puños temblorosos, ahogada entre lágrimas y gritos.

—¡Te odio! ¡¿Por qué lo hiciste?! ¿Por qué, maldita sea? No tienes derecho a trastornarme de esta forma. En el orfanato todos te ven como un ángel, ¡pero eres un maldito demonio!

—Tienes razón —admitió Asher, con la voz quebrada y los ojos clavados en el suelo—. Soy una basura. Y si no me detengo, voy a terminar como hace ocho años. Lo mejor será que dejes de ser mi asistente. Te pagaré conforme a la ley… incluso te recomendaré con mis contactos.

—¡No! —gritó Becca, con desesperación en la mirada—. No puedes hacerme esto. Necesito este trabajo. Si quiere que sea su amante, su juguete… lo que sea, lo aceptaré. Pero no me eche.

—Jamás haría algo así contigo —murmuró Asher, tomándola por la cintura con suavidad. La acercó a su cuerpo como si temiera que se desvaneciera, y le acarició el rostro—. No podría usarte así… porque lo que quiero es…

La puerta se abrió de golpe.

—¡¿Qué demonios está pasando aquí?! —bramó Camelia, entrando como un huracán. Sus ojos se clavaron en Becca con veneno. Sin previo aviso, alzó la mano y la abofeteó—. ¿Quién te crees que eres, maldita?

—¡No vuelvas a tocarla! —rugió Asher, atrapando la muñeca de su madre con fuerza contenida—. Te juro que, si lo haces de nuevo, me olvidaré de que eres mi madre.

—¡¿Qué estás diciendo?! ¡Soy tu madre!

—Y eso no te da derecho a humillar a nadie, mucho menos a mis empleados.

Camelia soltó una risa amarga.

—Ah, claro. Así que esta mosquita muerta es tu asistente. ¿Por esta mujer te atreves a despreciar a Aurora?

Becca temblaba, no por el golpe, sino por la humillación. Se obligó a mantenerse de pie, aunque todo en su interior le suplicaba que corriera.

—Yo no le pedí nada a su hijo —dijo con la voz tensa, pero firme—. Solo quiero trabajar y ganarme el pan sin ser pisoteada.

Camelia se giró hacia Asher, furiosa.

—No voy a permitir que esta cualquiera destruya todo por lo que hemos trabajado. ¡Aurora es perfecta para ti!

—Aurora es una farsa —espetó él, sin dudar—. Tú la moldeaste a tu imagen, pero yo no necesito una marioneta.

 —Vaya, mira cómo la defiendes. Solo te advierto una cosa, niña —dijo señalando a Becca con desprecio—. Recuerda tu lugar, no te atrevas a poner los ojos donde no te corresponden. Hay posiciones que no te pertenecen.

Becca mantuvo la calma, pero sus palabras salieron firmes.

—Descuide. Sé perfectamente quién soy y hacia dónde voy. Y créame, su hijo no es mi tipo. Pero si algún día lo fuera, quién decidiría si valgo la pena… sería él. Hay muchas mujeres que presumen de grandeza, pero por dentro están vacías.

—¡Impertinente! —exclamó Camelia, levantando su mano con la intención de abofetearla por segunda vez

—¡Te lo dije, no te lo volveré a permitir! —la voz de Asher tronó como un rayo—. Si solo has venido a escupir veneno, será mejor que te vayas.

Camelia se quedó paralizada por un instante

—¡Asher! ¡Respétame! ¡No olvides que todo lo que tienes es gracias a mí!

—No lo olvido. Créeme, tengo muy presente que todos mis malditos demonios vienen de ti.

Un silencio pesado cayó sobre la sala.

—¡Basta! No vamos a discutir esto frente a una extraña —espetó Camelia, tomando aire con dramatismo—. Estoy aquí, porque organice una cena.

—Está bien —Asher respondió, resignado—. Señorita Guzmán, gracias por acompañarme hoy. Puede retirarse.

—Como usted diga. Que disfruten su cena —dijo Becca, pero sus ojos se clavaron por un segundo en los de él.

Mientras ordenaba su escritorio, algo le oprimía el pecho.

Ese Asher… el que se quedaba callado frente a su madre, el que seguía sus órdenes sin cuestionar… no era el hombre que había visto sonreír junto a los niños.

***

Horas después, estando en el restaurante, Asher no podía disimular su inconformidad.

—Por el amor de Dios, pon otra cara, esto no es funeral, estamos aquí, para compartir —comentó Camelia mientras sostenía su copa de vino.

—No estoy seguro de que a esto se le llame “compartir”. Más bien, suena a vigilancia —respondió Asher.

Aurora se sentó frente a él.

—No seas tan duro, cariño. Tu madre y yo solo queremos lo mejor para ti.

—¿Y lo mejor es elegir por mí?

—A veces es necesario —intervino Camelia—. No todos saben lo que les conviene. Tú, por ejemplo, te rodeas de personas… equivocadas.

—¿Te refieres a Liliana?

—No tengo que decir nombres. Esa chica… tiene algo, y no es precisamente talento —escupió la última palabra como si le quemara la lengua.

Asher dejó la copa en la mesa con un golpe seco.

—Tiene más carácter y dignidad que la mitad de los que están aquí.

Camelia entrecerró los ojos. Aurora, en cambio, simplemente sonrió con malicia.

—¿Te está gustando? —dijo sin rodeos—. Porque si es así, estamos perdiendo el tiempo aquí.

—No es asunto tuyo —replicó Asher con frialdad.

—Lo es —susurró Camelia—. Porque tú no eres libre, Asher. No lo olvides.

Asher ya estaba cansado, así que optó por callar. Después de todo, su madre tenía razón; los lobos que devoraban su mente, no desaparecerían tan fácilmente.

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