En el cuarto año de su matrimonio con Dylan López, Aitana Ramos quedó embarazada. Llevó sus documentos al hospital para iniciar el control prenatal; al verificar la información, la enfermera le dijo que su acta de matrimonio era falsa. —¿Falsa? ¿Cómo cree? —Aitana se quedó helada. —Mire el sello: está chueco, y el folio no existe en el sistema —explicó la enfermera, señalando el papel. Aitana no se rindió. Fue directo al Registro Civil para confirmar y recibió la misma respuesta. —El señor López aparece como casado. La cónyuge registrada es Mía Ramos… "Mía Ramos." El nombre le cayó como un balde de agua helada, y la mente se le quedó en blanco. Mía, su media hermana… y el primer amor de Dylan. Años atrás, Mía había huido el día de su boda para irse a estudiar al extranjero, dejándolo plantado, y, sin embargo, ahora constaba como su esposa legal.
Leer másEl tiempo se fue como si alguien hubiera pasado páginas a toda prisa.En otro 1 de enero, Aitana volvió, como cada año, al santuario de las afueras para pedir por las niñas y los niños de la Casa Hogar Luz del Sol.Amanecía fresco en la sierra. Aitana se ajustó la pashmina de cashmere, se arrodilló sobre el cojín de paja y rezó con calma. El humo del copal subía en espirales alrededor de la imagen del altar y ese olor dulce le aquietó el corazón. Luego caminó hasta el árbol de los deseos y ató un listón rojo con un nudo firme.Entonces lo vio.Un fraile de hábito gris barría las hojas caídas junto al atrio. El perfil, el modo de inclinar la cabeza, la forma contenida de moverse… Aitana contuvo el aire.Dylan López.Del hombre arrogante no quedaba nada. Estaba delgado, con los pómulos marcados; en la mirada no había soberbia, sino una quietud casi transparente.—Él es fray Mateo —dijo un novicio al notar que Aitana miraba—. Dicen que vino a pedir perdón. El templo da paz a muchos, pero
Seis meses después, Leonardo le organizó a Aitana una boda grande y luminosa.La hacienda más elegante de la ciudad parecía cubierta de rosas blancas; la luz del día corría entre las torres de copas de champaña como si fuera agua.Aitana se quedó frente al espejo de cuerpo entero del camerino. La mujer del vestido blanco le resultó, por un segundo, alguien muy lejana.Medio año antes, al salir de sus estudios en el hospital, se había sentado una hora en el pasillo. Pensó en todo:“La familia Castillo puede no exigir herederos… pero yo sé lo que pesa el apellido.”“Tal vez lo nuestro aún no es tan hondo; detenerse a tiempo también es una forma de cuidar.”El teléfono la arrancó de ahí.—¿Dónde estás? —la voz serena de Leonardo viajó por el auricular.—Estoy… de compras —mintió, seca.Él, sin darse cuenta de la grieta, sonó ligero:—Mándame tu ubicación en media hora. Que pase por ti el chofer. Te espero en la casa grande.—¿La casa grande?—Mis papás quieren conocerte.Aitana sintió que
Tras formalizar su relación con Leonardo, la vida de Aitana siguió en calma.Solo que había algo que no la dejaba en paz.Cuando Dylan la llevó al límite, Aitana perdió al bebé. La médica le explicó entonces que la hemorragia le había dejado el útero gravemente dañado y que, de ahí en adelante, sería muy difícil volver a embarazarse.Leonardo le repetía que no le importaba tener o no hijos. Aitana lo creía. Pero también sabía que él era el único heredero de la Corporación Castillo. “Él puede no preocuparse… pero su familia, ¿sí?”Ese pensamiento era una espina que no dejaba de picarle, de día y de noche.Aquel día fue al Hospital Buenaventura para nuevos estudios.La doctora leyó los resultados, suspiró y negó con la cabeza.—Por ahora no hay un método confiable. Mi consejo es que no te obsesiones.Aitana salió con el sobre en la mano. El papel pesaba nada, pero a ella le cayó como si cargara piedra.Entonces oyó su nombre, muy bajo:—Aitana…La voz sonó lejana y frágil. Miró hacia un
El día en que la novela de Aitana ganó el premio, afuera comenzó a caer aguanieve.Ella se quedó junto a la ventana mirando el paisaje. Leonardo apareció detrás sin que notara sus pasos y le puso una chamarra de cashmere sobre los hombros.—Reservé en un restaurante giratorio. Hoy celebramos.Cuando llegaron, el mesero los condujo a un privado con vista: tres lados eran ventanales del piso al techo y la noche de la ciudad se abría completa a sus pies.En la mesa, un mantel de terciopelo rojo, candelabros de cristal y rosas ecuatorianas perfectamente dispuestas.Leonardo alzó su copa y la chocó apenas con la de ella. Luego, como si sacara un truco del aire, puso frente a Aitana un manojo de cartas atadas con un listón rojo desteñido.—Te traje una sorpresa. Ábrela.Aitana deshizo el nudo. La tinta de pluma en los sobres estaba lavada por el tiempo, pero la A en una esquina le cortó el aliento.—¿Esto…?—Son las cartas que le escribiste a tu amigo por correspondencia “L” en la prepa —dij
La sirena de la ambulancia se fue apagando en la distancia.La lluvia le golpeaba la cara pálida a Aitana, mezclándose con las lágrimas. Estaba de pie en el cemento frente a la casa; en los dedos aún sentía la viscosidad de la sangre de Dylan.Un par de faros cortó la cortina del agua. El Maybach negro frenó en seco. Leonardo bajó sin abrir el paraguas y la envolvió con su gabardina.—Aitana —la apretó como si quisiera guardarla en el pecho—. No tengas miedo. Te llevo a casa.Aitana hundió el rostro en su hombro; olió su cedro familiar. El abrazo era tan fuerte que le dolieron las costillas, y, sin embargo, dejó de temblar.En el auto, la calefacción estaba a tope. Leonardo la arropó con una manta, capa sobre capa. Solo entonces habló, bajo:—Estas semanas contacté a siete grupos —asintió para sí—. Nos aliamos y les quitamos al Grupo López todo su terreno.Hizo una pausa; en el retrovisor, los ojos se le veían oscuros.—Ayer un juzgado congeló los bienes de Dylan. Está quebrado. Sin ca
El tiempo pasó despacio bajo el afán de Dylan por agradarla.Mandó traer objetos raros y caros: antigüedades de subastas, vestidos a la medida… un desfile que llegó en oleadas hasta Aitana.Pero ya nada la conmovía.Se quedaba sola en el jardín, la laptop sobre las piernas, y el tecleo breve marcando un pulso propio.Al principio, Dylan creyó que era su manera de matar el tiempo. Hasta que, una tarde, el asistente le tendió una tablet.—Señor López… mire esto.En la pantalla, Aitana estaba serializando una novela. Bastaron unos párrafos para que a Dylan se le oscureciera la cara: la protagonista era Aitana. Las escenas, una réplica de lo vivido.Había convertido sus cicatrices en palabras y las había puesto en la red para que las leyeran y las juzgaran.Las lectoras, enganchadas, fueron tirando del hilo: la huida de Mía en la boda; la sustitución de Aitana; su traición…—Señor —apretó el asistente—, la empresa ya venía golpeada y ahora la opinión pública… Si no intervenimos, los socios
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