El tiempo pasó despacio bajo el afán de Dylan por agradarla.
Mandó traer objetos raros y caros: antigüedades de subastas, vestidos a la medida… un desfile que llegó en oleadas hasta Aitana.
Pero ya nada la conmovía.
Se quedaba sola en el jardín, la laptop sobre las piernas, y el tecleo breve marcando un pulso propio.
Al principio, Dylan creyó que era su manera de matar el tiempo. Hasta que, una tarde, el asistente le tendió una tablet.
—Señor López… mire esto.
En la pantalla, Aitana estaba serializando una novela. Bastaron unos párrafos para que a Dylan se le oscureciera la cara: la protagonista era Aitana. Las escenas, una réplica de lo vivido.
Había convertido sus cicatrices en palabras y las había puesto en la red para que las leyeran y las juzgaran.
Las lectoras, enganchadas, fueron tirando del hilo: la huida de Mía en la boda; la sustitución de Aitana; su traición…
—Señor —apretó el asistente—, la empresa ya venía golpeada y ahora la opinión pública… Si no intervenimos, los socios