Capítulo 7
—Aitana, casi matas a Mía y ¿todavía tienes cara para dormir?

Aitana levantó la cabeza con esfuerzo. Manuel tenía los ojos encendidos de rabia; a su lado, Clara sollozaba con la mirada al piso.

—Hijita… —la voz se le quebró—. A tu hermana no le queda mucho. ¿Por qué no la dejas en paz? Lo de la ceremonia ya lo pasamos por alto, pero ahora… ahora fuiste a quitarle la vida.

Aitana apretó la sábana con los dedos hasta blanquearlos. No soportó una línea más del melodrama.

Se incorporó, sosteniéndose, y dijo, palabra por palabra:

—Lo de las maldiciones no lo hice yo. Tampoco la empujé del barranco. Si sigues consintiendo que Mía me ponga trampas, ¿no te da miedo que te alcance el karma?

La bofetada le tronó en la cara. Aitana dio medio paso hacia atrás; la sangre le asomó en la comisura del labio.

—¡Chamaca insolente! —Manuel temblaba—. Tu madre era igual: siempre echándole la culpa a los demás. ¡Y ahora tú…

—Viejo, cálmate —Clara le frotó la espalda—. Es culpa mía, no supe educar a Aitana…

—¡No es tu culpa! —cortó él, duro—. Si tan “capaz” te crees —le clavó los ojos a Aitana—, desde hoy ya no eres hija mía. No vuelvas a decir que eres de esta familia.

Dicho eso, salió con Clara y azotó la puerta.

Un relámpago rasgó el cielo; la lluvia se vino abajo con furia.

Aitana se dejó caer. Se hizo un ovillo y hundió el rostro en las rodillas. Las lágrimas le corrieron sin ruido.

En el vértigo del cansancio, volvió la voz de su madre, aquella tarde en el hospital. La mano huesuda, apretándole los dedos:

“Aitana, lo que venga… camínalo con la frente en alto. Yo te voy a mirar desde arriba.”

Durante años había comido a sus horas, dormido a sus horas. “Mamá, quería que vieras que, sin el amor de mi papá, igual podía hacerme una vida.”

“Y mírame ahora.”

“Te debo estar decepcionando.”

La lluvia siguió golpeando el vidrio. Aitana se abrazó a sí misma y, llorando, se quedó dormida.

***

Despertó en el sofá de la sala, sin saber quién la había movido. El fuego crepitaba en la chimenea.

Dylan estaba ahí, sentado, una colilla entre los dedos. El humo le circundaba la mano como una serpiente pálida.

—Dylan… —lo llamó, con la garganta en carne viva.

Él giró la cabeza. En esos ojos que alguna vez fueron abrigo no quedaba más que frío.

—¿Ya despertaste?

—¿Por qué estoy aquí? —intentó incorporarse; el cuerpo no le respondió.

Dylan no contestó a eso. Dijo, seco:

—Ayer iba a recogerte. Pero la galería donde exponía Mía se incendió. No se salvó ningún cuadro.

El estómago de Aitana se hundió.

Entendió el subtexto y se apresuró:

—No fui yo. Nada de esto lo hice yo. Puedes investigar…

—Aitana —la interrumpió, con una mirada que ya no reconocía—, el sueño más grande de Mía es ser pintora. Esas obras son su vida. Jamás destruiría lo que ama.

Aitana empezó a temblar de los dedos.

—¿Qué quieres decir?

Dylan se puso de pie. Desde arriba, su voz cayó como una sentencia:

—No le dije a Manuel ni a Mía que tú provocaste el incendio. Pero las cosas tienen un costo.

Bajó la vista. Aitana, entonces, lo vio: en su mano apretaba el muñeco de tela que su mamá le había hecho.

—Sé que esto es lo que más atesoras —sus dedos se cerraron; el muñeco se deformó—. Si lo destruyo, ¿te va a doler tanto como a ella perder sus cuadros?

—¡No! —Aitana prácticamente rodó del sofá y se lanzó hacia él.

Ese muñeco se lo había cosido su madre cuando ella cumplió diez. Ya estaba débil; apenas podía sostener la aguja, pero insistió en terminarlo. Al final, se lo apretó contra el pecho y murmuró: “Si me extrañas, abrázalo.”

Aitana, después, le cosió un poco de cenizas dentro. Con ese muñeco sobrevivió noches enteras.

Y Dylan iba a quemarlo.

—Te lo advertí —dijo él, sin titubear—: cuando Mía se vaya, todo volverá a ser como antes. Pero no obedeces.

Alzó el brazo y lanzó el muñeco a la chimenea.

—¡No! —el grito le desgarró la garganta. Aitana se arrojó al fuego sin medir el calor. Las llamas le lamieron los antebrazos; no lo sintió. Rescató el muñeco, ya negro, chamuscado.

Lo apretó contra el pecho. Las lágrimas cayeron a golpes sobre la tela quemada.

Dylan la rodeó y salió sin mirar atrás.

***

Lloró abrazada al muñeco toda la noche. Al clarear, con el cuerpo en automático, metió lo poco suyo en una maleta, tomó el muñeco destrozado y salió de la casa.

En el camino a la reja, la silla de ruedas de Mía se cruzó en el paso.

—Quítate —dijo Aitana, ronca.

—Ay, hermanita, qué carácter —Mía sonrió—. Te vas y, la verdad, ya casi no nos veremos. Con lo que creen de ti papá y Dylan, dudo que te dejen volver.

—Mejor —Aitana levantó la vista, fría—. Y como a ti ya te queda poco, tampoco nos volveremos a ver.

Mía soltó una risita. Luego, de pronto, se puso de pie. Caminó hacia Aitana, paso a paso.

—¿De veras te creíste lo de la enfermedad? Solo fue una jugada para Dylan. Cuando anuncie que fue una mala interpretación de los estudios, ¿no crees que va a llorar de alegría?

Se inclinó a su oído y bajó la voz:

—Otra cosita: tu acta de matrimonio es falsa. La legal soy yo.

Buscó en su rostro una grieta. No la encontró.

Aitana apretó la manija de la maleta hasta poner los nudillos blancos; la cara, sin una ondulación.

—Entonces, felicidades. Que les dure toda la vida.

Dicho eso, caminó hacia la salida sin volverse.

En la banqueta, mientras pedía un taxi, el sedán negro de Dylan se detuvo a su lado. Bajó la ventana.

—¿Te vas?

—Ajá.

—Hay que darnos un tiempo —dijo él, bajo—. Cuando regreses, arreglamos esto.

Aitana no respondió. Subió al taxi.

Vio su coche alejarse. “Dylan López, ojalá no te arrepientas cuando sepas la verdad.”

El motor vibró. Aitana miró por última vez la casa que había cargado con todo su amor y todo su rencor. Los ojos se le quedaron quietos, sin brillo.

—Al aeropuerto, por favor.

Los dos autos tomaron rumbos opuestos.

Como sus vidas: líneas que, desde ese momento, ya no se cruzarían.
Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP