Aitana subió al elevador como en piloto automático. Cuando reaccionó, ya se había detenido en el nivel -1.
Se le acercó una practicante con una sonrisa profesional.
—¿Viene a la exposición de la señora Mía Ramos? Por aquí, por favor.
“Olvidé hasta presionar el piso.” Aitana, sin pensarlo demasiado, siguió a la chica y entró a la galería.
—Esta muestra la financió el señor López —explicó la practicante mientras caminaban—. Después habrá una gira nacional.
La mirada de Aitana se clavó en un óleo. Un hombre de espaldas, desnudo hasta la cintura; músculos definidos y, en la parte baja, una cicatriz inconfundible.
“Esa cicatriz.” La había recorrido mil veces en la oscuridad con las yemas de los dedos. Sabía perfectamente a quién pertenecía ese cuerpo.
Mía había pintado muchos retratos de Dylan. En la esquina inferior derecha, las fechas brillaban como agujas.
20 de junio. Dylan, de pie en la cocina, envuelto por una luz cálida.
- Era su tercer día encerrada. Ella estaba en huelga de hambre, con el estómago hecho un puño hasta desmayarse, y él… preparándole un atole a Mía.
1 de julio. Unas manos huesudas doblando con cuidado una bata de seda bordada con lirios; en el anular, la argolla brillaba con un destello frío.
- Era su día trece de encierro. Ella se había cortado la muñeca con una navaja; la sangre empapó medio juego de sábanas. Y él… acomodándole la ropa a Mía como si nada.
15 de julio. Dylan bajo un paraguas en una avenida arbolada. En el borde del cuadro, apenas se adivinaban dos manos entrelazadas.
- Era su día veintiocho. Su padre la había amarrado a la cama con cadenas para obligarla a ceder; ardía en fiebre, hecha bolita sobre las sábanas empapadas de sudor. Y él… paseando de la mano con Mía, tranquilo, a la hora dorada.
Cada cuadro fue una estocada. “Todo ese mes… no peleó por mí. Estaba con ella.”
Estrellar una taza ante Manuel, declararle amor en titulares, romper con la familia Ramos… “Puro humo.” Una cortina para engañar a todos, incluida ella.
Aitana cerró el puño hasta enterrarse las uñas. No sintió dolor. No pudo seguir mirando. Se dio la vuelta y salió de la exposición.
***
Agendó para dentro de una semana la interrupción del embarazo y fue a la casa familiar a recoger las cosas de su mamá. Apenas cruzó la puerta, Manuel le extendió un pase de abordar impreso.
—Hablé con Clara —dijo, como quien dicta una agenda—. Queremos que Mía viva con Dylan hasta… hasta que le llegue el momento.
Le puso otro papel encima.
—Vuelo en diez días. Vete a despejarte un rato. Te va a hacer bien.
Aitana apretó el boleto con los labios sellados. Sabía lo que pedían: dejarles el espacio. Solo si ella se iba, ellos podrían estar juntos sin esconderse.
—Aitana, no nos malinterpretes —intervino Clara con los ojos húmedos—. Solo queremos que Mía se vaya en paz…
Aitana la cortó, seca:
—Ya entendí. Me voy.
“Dylan, ya no quiero.” “Esta casa, tampoco.”
Manuel se sorprendió de lo rápido que aceptó. Creyó que, por fin, el carácter de su hija estaba domado. Bajó el tono.
—Le organizamos a Mía una ceremonia de despedida. Es en tres días. No faltes.
—De acuerdo.
***
De regreso en su departamento, Aitana sacó una caja de cartón y empezó a guardar todo lo que tuviera que ver con Dylan. Las tazas gemelas de su cumpleaños. Los boletos de la primera película que vieron juntos. Las fotos de cabina que él se dejó hacer a regañadientes.
Cuando ya casi terminaba, sonó la puerta del recibidor. Dylan había llegado.
Vio la caja llena a reventar y se le encogió el pecho. Avanzó de prisa.
—Aitana… ¿qué estás haciendo? —preguntó, avanzando de prisa.