Capítulo 5
Aitana abrió los ojos en una cama de hospital.

—Por fin despertaste —dijo la doctora con un suspiro; la miró con una compasión que dolía—. Tuviste un aborto con hemorragia. Si te traen unos minutos después, ni los santos te salvan.

Aitana se enteró por boca de la doctora: la había encontrado, al día siguiente, el personal de limpieza del salón que entró a dejar comida; estaba desmayada, fría.

—Tu familia no tiene perdón. ¿Cómo te hacen esto? Y tu esposo… teléfono apagado, ni quién conteste. Cuando llegue, yo mismo le voy a cantar las verdades.

—Doctora —Aitana la interrumpió, aferrando la sábana—. No le diga que estaba embarazada.

“Igual no me creería.”

“Y su corazón ya no está conmigo.”

“No quiero quedar atada a él ni por una palabra más.”

La doctora vaciló, negó con la cabeza y salió, impotente.

Durante la hospitalización, Dylan no apareció. En cambio, en los Estados de WhatsApp de Mía él estaba en todas partes.

Día 1: primer plano de un caldo de pollo. Texto: «Diez años y sigue siendo mi sabor favorito.»

Día 2: un hombre dormido, inclinado junto a una cama. Texto: «Otra vez pesadillas, pero abro los ojos y ahí estás.»

Aitana recordó. Cuando ella se enfermaba, Dylan también le hacía caldo. En las fiebres, él le apretaba la mano hasta que el sueño la vencía.

“Ahora lo entiendo.”

“Esa ternura nunca fue mía.”

“Me amaba a través de mí. Amaba… a otra.”

El día del alta, por fin sonó el teléfono.

—Salió algo urgente en la empresa. Mandé al chofer por ti —dijo Dylan.

Aitana no reclamó, no gritó; apenas un —Está bien.

Al cortar, se acarició el vientre ya plano.

“Dylan López.”

“Pronto serás solo un nombre más por borrar de mi directorio.”

“De ti, ya no espero nada.”

***

Al llegar a casa, lo primero que vio fue a Mía con el caballete frente a la pared del comedor, pintando a sus anchas. La foto de bodas y las polaroids de Aitana y Dylan yacían en el piso, embarradas de pintura por todos lados.

Mía sonrió al verla.

—¿Ya volviste, Aitana? Sentí esta pared muy caótica y quise redecorarla. No te molesta, ¿verdad?

Aitana barrió el desastre con la mirada.

—Haz lo que quieras.

“Este lugar ya no es mi casa. La próxima dueña no seré yo.”

En ese momento, Dylan salió de la cocina con una charola de fruta cortada. Cuando Aitana tomó las escaleras, él le bloqueó el paso.

—Mía está tratando de bajar la tensión. ¿Y así respondes?

—¿Y cómo quieres que reaccione? —la palidez le remarcaba el cansancio—. ¿De rodillas dándole las gracias por destrozar mis fotos?

Mía se apresuró a intervenir, con voz melosa:

—No la regañes, Dylan. Aitana no lo hace con mala intención…

—¿Sin mala intención? —él la cortó—. ¿Y las maldiciones de esa pantalla? —Le clavó a Aitana una mirada desconocida—. Me decepcionas.

Aitana no tenía fuerzas para discutir. Lo rozó con el hombro y subió.

Acababa de salir de una cirugía; el cuerpo le pesaba. Se quedó recostada apenas un instante cuando la puerta se abrió.

Mía entró sin golpear. La suavidad se le había borrado de la cara; en su lugar, un desdén sin filtros.

—¿Te duele verlo defenderme así? —sus labios se curvaron, hirientes—. Te lo dije: contigo solo jugaba. Y tú, mensa, te lo creíste.

Aitana se volvió de lado, sin ganas de responder, y se tapó la cabeza con la cobija.

Mía se acercó más, insistente:

—¿Sabes lo que dicen allá afuera? Dicen que te acostaste con el marido de tu hermana cuatro años y que, al final, no te dejó nada. Que vales menos que las del antro con tarifa.

—Aitana, ubícate.

—La familia Ramos no te necesita. Dylan no te necesita. Tú y tu mamá… puras cargas que nadie quiere.

Al oír a su madre en esa boca, Aitana ya no se contuvo. Se incorporó de golpe; los ojos le brillaron como navajas.

—¿Por qué te pones nerviosa? —soltó, tranquila y filosa—. ¿Miedo de que, en estos cuatro años, él ya me haya amado?

Mía parpadeó, sorprendida un segundo; luego soltó una risita.

—¿Amarte a ti? Si te amara, ¿me dejaría estar aquí parada, humillándote en tu propia casa?

Un portazo seco le cortó la frase final.

Aitana apretó la sábana hasta que le dolieron los nudillos. El frío se le metió a los huesos.

“Menos mal que me voy pronto. No voy a volver a ver estas caras.”
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