Dylan frunció apenas el ceño; una punzada extraña le cruzó por dentro. Se masajeó la sien, empujó hacia abajo esa sensación de desajuste y dijo:
—La sesión del consejo no puede empezar tarde.
Mía se incorporó aún envuelta en la sábana; con la punta de los dedos dibujó círculos en su espalda.
—Entonces… ¿vuelves temprano hoy?
El rubor satisfecho le avivaba las mejillas; en los ojos, sin embargo, le brilló un cálculo frío. Apenas Dylan salió, Mía tomó el celular y llamó a Clara.
—Te lo dije —la voz de su madre se le desbordó de alegría contenida—: Dylan no te ha soltado. En el hospital ya quedó todo arreglado; el médico que te vio va a reconocer que fue una mala interpretación. En cuanto estés embarazada, quiero ver con qué te compite Aitana.
***
Dylan llegó a la empresa. Al cruzar a la sala de juntas, vio a varios consejeros arremolinados alrededor de un directivo, colmándolo de consideraciones.
—Benjamín, cuídese, por favor.
—Estas sesiones puede tomarlas en línea. No se esfuerce.
El h