Tras formalizar su relación con Leonardo, la vida de Aitana siguió en calma.
Solo que había algo que no la dejaba en paz.
Cuando Dylan la llevó al límite, Aitana perdió al bebé. La médica le explicó entonces que la hemorragia le había dejado el útero gravemente dañado y que, de ahí en adelante, sería muy difícil volver a embarazarse.
Leonardo le repetía que no le importaba tener o no hijos. Aitana lo creía. Pero también sabía que él era el único heredero de la Corporación Castillo. “Él puede no preocuparse… pero su familia, ¿sí?”
Ese pensamiento era una espina que no dejaba de picarle, de día y de noche.
Aquel día fue al Hospital Buenaventura para nuevos estudios.
La doctora leyó los resultados, suspiró y negó con la cabeza.
—Por ahora no hay un método confiable. Mi consejo es que no te obsesiones.
Aitana salió con el sobre en la mano. El papel pesaba nada, pero a ella le cayó como si cargara piedra.
Entonces oyó su nombre, muy bajo:
—Aitana…
La voz sonó lejana y frágil. Miró hacia un