El día en que la novela de Aitana ganó el premio, afuera comenzó a caer aguanieve.
Ella se quedó junto a la ventana mirando el paisaje. Leonardo apareció detrás sin que notara sus pasos y le puso una chamarra de cashmere sobre los hombros.
—Reservé en un restaurante giratorio. Hoy celebramos.
Cuando llegaron, el mesero los condujo a un privado con vista: tres lados eran ventanales del piso al techo y la noche de la ciudad se abría completa a sus pies.
En la mesa, un mantel de terciopelo rojo, candelabros de cristal y rosas ecuatorianas perfectamente dispuestas.
Leonardo alzó su copa y la chocó apenas con la de ella. Luego, como si sacara un truco del aire, puso frente a Aitana un manojo de cartas atadas con un listón rojo desteñido.
—Te traje una sorpresa. Ábrela.
Aitana deshizo el nudo. La tinta de pluma en los sobres estaba lavada por el tiempo, pero la A en una esquina le cortó el aliento.
—¿Esto…?
—Son las cartas que le escribiste a tu amigo por correspondencia “L” en la prepa —dij