Capítulo 20
La sirena de la ambulancia se fue apagando en la distancia.

La lluvia le golpeaba la cara pálida a Aitana, mezclándose con las lágrimas. Estaba de pie en el cemento frente a la casa; en los dedos aún sentía la viscosidad de la sangre de Dylan.

Un par de faros cortó la cortina del agua. El Maybach negro frenó en seco. Leonardo bajó sin abrir el paraguas y la envolvió con su gabardina.

—Aitana —la apretó como si quisiera guardarla en el pecho—. No tengas miedo. Te llevo a casa.

Aitana hundió el rostro en su hombro; olió su cedro familiar. El abrazo era tan fuerte que le dolieron las costillas, y, sin embargo, dejó de temblar.

En el auto, la calefacción estaba a tope. Leonardo la arropó con una manta, capa sobre capa. Solo entonces habló, bajo:

—Estas semanas contacté a siete grupos —asintió para sí—. Nos aliamos y les quitamos al Grupo López todo su terreno.

Hizo una pausa; en el retrovisor, los ojos se le veían oscuros.

—Ayer un juzgado congeló los bienes de Dylan. Está quebrado. Sin ca
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