Intenté seducir a mi prometido 999 veces. Ni desnuda frente a él logré que me mirara: lo único que le preocupaba era si tenía frío. Pensé que era un hombre correcto, de esos que quieren esperar a la boda. Pero el día de nuestro aniversario descubrí que, a escondidas, había reservado un hotel de parejas muy famoso en la ciudad. Esa noche, con el corazón en la garganta, fui a la suite VIP… y lo vi: a Hugo Rodríguez y a su amiguita de toda la vida besándose sin pudor, pegados como si el mundo se fuera a acabar, mientras la gente a su alrededor los azuzaba entre risas y porras. Me quedé horas afuera de esa puerta. Ahí entendí, por fin, que él no me amaba. Al salir del hotel llamé a casa: —Papá, no me caso con Hugo. Me voy a casar con Adrián. Mi papá escupió el té. —Hija, ¿estás loca? Dicen que el heredero de los Pérez tuvo un accidente hace años; que de la cintura para abajo ya no… Si te casas con él, ¡vas a ser viuda en vida! Se me apagó todo por dentro. —Con o sin hijos, ya me da lo mismo.
Leer másCuando por fin desapareció la cicatriz de mi muñeca, Adrián me llevó a elegir el vestido de novia.A la entrada de la boutique, después de tanto tiempo, Hugo volvió a cruzarse en mi camino.Traía un ramo de rosas rojas en los brazos, pero ya no tenían nada del brillo que un día me conmovió.—Sara, no me voy a casar con Valeria. En estos días entendí lo que siento: ahora solo te quiero a ti.El hielo y la soberbia de sus ojos se habían ido. Quedaba un ruego desnudo. Como cualquier ex que suplica volver.Sentí rechazo. Apenas verlo, la escena del hotel en nuestro aniversario volvió a pasar en mi cabeza en bucle: él y Valeria, enredados en la suite, jaleados por todos.Y ahora venía a decir “te amo” con la misma boca con la que besó a otra.Ridículo.Ni ganas me dieron de mirarlo. Desaliñado, con barba de días, no le llega ni a los talones a Adrián.Tomé del brazo a mi esposo para rodearlo y seguir. Hugo corrió y me agarró la muñeca.Me puso delante un fajo de expedientes médicos.—Valeri
No hubo boda. Mis papás me llevaron casi a empujones al Registro Civil y firmé el acta con Adrián. Temían que me arrepintiera, así que me dejaron oficialmente registrada en la familia Pérez.Con Adrián fui totalmente honesta sobre mi primera relación con Hugo.Él escuchó en silencio, tomó mi muñeca y, al rozar la cicatriz rosada, dejó ahí un beso que me estremeció.—De lo de las cámaras me encargo yo. Tú no te preocupes. Cuando tu muñeca esté bien, vamos por tu vestido de novia.Asentí y lo vi feliz, ocupado con los preparativos de nuestra fiesta de compromiso: elegir el lugar, mandar traer flores por avión, escribir las invitaciones a mano, contratar a un equipo para mi look de boda.Seis años giré alrededor de Hugo. Cortar con eso me dejó ligera, como si por fin me quitara un costal de los hombros.Entendí que el amor se corresponde: no es uno pidiendo y el otro dando sin fondo.A los dos días, Adrián me avisó que lo de las grabaciones estaba aclarado.En la empresa ya sabían que tod
Ya sin ese trabajo, dejé de perder horas estudiando informática, que ni me gustaba.Volví a lo mío: diseño de joyas. Abrí mis bocetos y mis plumillas.Por la tarde, en el invernadero de casa, estaba dibujando cuando Adrián apareció.Traía una tiara de perlas y diamantes. La reconocí al instante: una pieza antigua, de principios del siglo pasado, que había visto en un libro.Me enamoró el motivo de lazo de enamorados, y las perlas, de lustre perfecto, graduadas con una transición suave, engarzadas con diamantes como lágrimas prendidas a la corona.Me la tendió. Dije que no podía aceptarla.—Se la encargué hace tiempo para mi prometida —contestó—. Solo vuelve a su dueña.Al fin puse en voz alta la duda que me quemaba: el día que cumplí dieciocho, me encapriché con esa tiara… y alguien la compró antes, pagando una fortuna.Era Adrián.—¿Y cómo estabas tan seguro de que me iba a gustar?Adrián sonrió y me contó: a los dieciséis, en una isla caribeña, se desvaneció a la orilla del mar; una
Mis papás me escucharon y se les partió el alma.—Bien hecho —dijo mi papá con dureza—. Tenías que probar el amargo del amor para entender cuánto te cuidamos.Pero le vi las venas tensas en el dorso de la mano y una cara de pocos amigos, como si estuviera listo para arrastrar a Hugo de las orejas.Mamá me acarició la cabeza:—Ya está, mi niña. En casa no hablamos de cosas feas. Es un collar de diamantes y ya. Mañana te compro varios y los vas cambiando.El nudo en la garganta se me deshizo. Me reí llorando y dormí por fin una noche entera.A la mañana siguiente mi celular amaneció con más de 99 llamadas perdidas de un número desconocido.Duermo con el modo avión activado; al encender, empezó a sonar sin parar.Contesté por curiosidad.—¿Bueno?La voz me golpeó conocida:—Sara Molina, ¿piensas seguir con el circo? ¿Te mudaste del departamento? ¿Dónde estás?—Valeria ya te perdonó. No voy a obligarte a pedir disculpas. Solo vuelve a la empresa y te asciendo: serás mi asistente.Solté una
—Sarita, Adrián te quiere bien. Ha venido varias veces a pedir tu mano y pasó todas nuestras pruebas —dijo mamá.Asentí. Todo el camino, su cuidado estuvo a la vista.Pero pensar que hoy Hugo y Valeria se comprometían, recibiendo aplausos y bendiciones, mientras a mí me colgaban el robo de un collar… me apretó el pecho.Al final, les conté todo a mis papás.En la universidad, Hugo era el inalcanzable del campus. Yo le sacaba copias de apuntes, le prendía veladoras y lo perseguí dos años hasta que dijo que sí.Sabía vagamente que tenía una amiga de la infancia, pero nunca vi a Valeria cerca de él y no le di importancia.En su estudio tenía una pulsera de cuentas de madera. Una vez, limpiando, la toqué sin querer. Hugo saltó como si yo hubiera activado una alarma y me empujó.—No vuelvas a entrar a mi estudio. No vuelvas a tocar nada —me soltó, con la cara dura.Pero cuando tomó la pulsera, en los ojos se le llenó una ternura infinita.Desde el piso, alcé la vista y vi el grabado diminut
Como cualquiera en la empresa, también yo les dejé un “feliz compromiso” en redes a Hugo y Valeria. Después borré todos los contactos de Hugo de mi vida.El avión aterrizó y mis papás fueron a recogerme al aeropuerto.Mi mamá me tomó la mano, con los ojos húmedos:—Mi niña, estudiar y trabajar tan lejos… mírate, te me adelgazaste.Mi papá me dio un par de palmadas en el hombro:—Con que estés de vuelta, ya está.A su lado había un hombre de porte recto, hombros anchos, cintura estrecha. Se veía unos años mayor que yo. Traje tres piezas, rasgos marcados, mirada tranquila y una sonrisa leve que me sostuvo en silencio.Su mirada me quemó; me sonrojé y ya sabía quién era.—Sarita, él es Adrián Pérez —apresuraron mis papás.Le tendí la mano. Adrián la tomó con su palma grande y apretó apenas mis dedos.—Prometida, bienvenida a casa —dijo, con los ojos sonriendo.Mis papás, felices, me empujaron un poco hacia él. Adrián me quitó la maleta de la mano izquierda y, al instante, notó la quemadur
Último capítulo