Edward Vanderbilt, un CEO admirado por algunos y temido por otros, codiciaba un heredero más que a su propia esposa. Frío, distante y entregado a su amante, nunca tuvo intención de construir un hogar con Anya. Para él, su matrimonio solo era un acuerdo. Anya aceptó las condiciones; sería la esposa perfecta y daría un heredero a los Vanderbilt, pero en su primera noche juntos, fue abusada y marcada para Siempre. Así que huyó. Justo cuando está a punto de pedir el divorcio, la vida le juega otra mala carta: está embarazada. Para proteger a sus hijos y a ella misma, desaparece y encuentra refugio en el único hombre que siempre la cuidó; Alan Ashford, su mejor amigo de la infancia, quien la ha amado en secreto por años. Pero el pasado siempre regresa y justo cuando Anya da a luz, Edward la encuentra. Ciego de furia, la golpea. Pero todo cambia cuando el CEO ve la marca de nacimiento de los trillizos y se da cuenta de que son sus hijos. Ahora hará lo imposible por recuperarlos. Por recuperarla. Sin embargo, algunas heridas nunca sanan, algunos errores nunca se olvidan y hay matrimonios que nunca deberían haber existido.
Leer másBajo la luna llena de aquel frío invierno, una mujer semidesnuda corría por las lluviosas calles de Londres, tratando de escapar de un enemigo, que al parecer, solo ella podía ver.
Los pocos transeúntes que habían, la observaban despavoridos al verla correr bajo la lluvia, descalza y con nada más que un neglillé blanco desgarrado, que no dejaba nada a la imaginación, pero para Anya, su menor preocupación era su ropa rasgada o la mirada curiosa de los londinenses. Su corazón latía con fuerza, sus pies sangraban y apenas podía respirar, pero no podía detenerse, si lo hacía, él la encontraría y volvería a aquel infierno. Horas antes... Edward ajustó su corbata frente al espejo y arregló sus mangas con elegancia. Stella, su amante, lo sujetó desde atrás, contemplando junto a él, su reflejo en el espejo. —No puedo creer que vayas a casarte con esa aburrida mujer. —Es necesario. —Dijo sin dejar de ajustar su corbata—. Esta boda es la única solución. —¿“Necesario”? ¿“Solución”? ¿Qué hay de nosotros? —Dramatizó la mujer inflando sus mejillas pecosas y para Edward no había algo más adorable. Sonrió brevemente y se giró hacia ella tomando su rostro. —Tú eres a quien amo. Anya Everly, solo es la mujer que me dará un heredero. Después de que alumbre, sabes lo que pasará; la dejaré y me casaré contigo. —Afirmó con voz suave. —Todo esto es porque no puedo darte hijos. Si tan solo pudiera... —Susurró con rostro cabizbajo, pero Edward levantó su mirada, obligándola a verlo a los ojos mientras acariciaba levemente su mejilla. —Eso es lo de menos. Todo esto lo hago por ti y nuestro futuro, no lo olvides. —Susurró sobre sus labios antes de besarla. Sus lenguas danzaban una sobre la otra, explorando cada rincón de sus bocas, sumergiéndolos en una pasión incontrolable. Edward, dominado por el deseo, levantó las piernas de Stella y las enredó alrededor de su cintura, mientras ella rodeaba su cuello con sus brazos, atrayéndolo aún más cerca. Él la cargó y la dejó suavemente sobre el escritorio. Sus manos recorrieron su cuerpo, explorando cada curva. Stella gimió contra sus labios, y Edward consumido por el deseo se inclinó sobre ella, perdido en el fulgor de la pasión. (...) Anya exhaló intentando controlar su palpitante corazón. Hoy era su boda. Su tan ansiado encuentro con su futuro esposo. Lo había visto en ocasiones, sabía que era un importante CEO del Reino Unido, pero no conocía demasiado sobre él. Aunque eso era lo de menos, su abuelo ya la había dado en matrimonio, los Vanderbilt necesitaban un heredero y ella era la mejor opción. Accedió sin objeciones, había sido educada para ello; su abuelo siempre le había dejado en claro que debía retribuir su educación y todo lo que había invertido en ella, casándose con un millonario. Cuando las puertas del salón se abrieron y la melodía que anunciaba la llegada de la novia comenzó a sonar, Anya forzó una sonrisa, sostuvo el ramo de flores con una mano y se aferró fuertemente al brazo de su abuelo con la otra, mientras caminaba lentamente hacia su futuro esposo que se encontraba en el altar con una radiante sonrisa que la hacía tener esperanzas en el futuro. Edward sostuvo su mano para ayudarla a subir al altar y su abuelo la dejó ir al instante. Anya sintió un escalofrío recorrer su espalda. Pasó saliva, convencida de que era por la emoción del momento, o quizás un adelanto de las fuertes emociones que sentiría por su futuro esposo. Tal vez, incluso, el roce del velo en su espalda. Y aunque, algo en su interior le gritaba que escapara, la dulce mirada de Edward la mantenía atada. Se sentía afortunada de haber sido prometida a alguien como él. Él era apuesto; un metro ochenta, cabello castaño y mirada penetrante. Era indudablemente perfecto. La boda era perfecta, su vestido era perfecto y estaba cubierta de joyas con las que siempre había soñado, él no había escatimado en gastos. Incluso el altar estaba decorado con detalles de oro entre los pliegues. Stella se acercó con paso elegante hacia el altar, sin dejar notar su incomodidad, mientras sostenía el cojín que portaba las alianzas matrimoniales. —Con este anillo, yo, Edward Vanderbilt, te tomo a ti, Anya Everly, como mi esposa. —Dijo Edward luego de tomar el anillo para la novia, colocándolo en el dedo anular de Anya. Ella asintió, pero Edward le dirigió una mirada amable, instándola a pronunciar esas palabras. —C-con este anillo, yo, Anya Everly, te tomo a ti, Edward Vanderbilt, como mi esposo. —Dijo esta vez Anya, luego de tomar el otro anillo dorado y colocarlo en el dedo anular de Edward. Ni bien los votos habían sido pronunciados, el juez deslizó el documento en la lujosa mesa en la que estaba sentado. Ella pasó saliva y con manos temblorosas, firmó el documento. Edward, en cambio, firmó con una precisión deliberada. —Yo los declaro marido y mujer. —Dijo el juez—. Puede besar a la novia. Edward se acercó a Anya y sostuvo su cintura, depositando un suave beso en sus labios. Ella se dejó llevar y correspondió al beso. Los aplausos de los invitados y los flashes de las cámaras de los reporteros no se hicieron esperar, mientras Anya disfrutaba de su primer beso y las mariposas que revoloteaban en su estómago. (...) Candelabros de cristal colgaban del techo y el suelo de mármol relucía. Las paredes, estaban revestidas con paneles de madera oscura y detalles dorados. Las mesas, tenían manteles de lino y arreglos florales con petunias y rosas. Los utensilios de plata y la cristalería brillaban bajo la iluminación de velas en candelabros de bronce. Y un cuarteto de violinistas tocaban en un rincón, la melodía del vals que Anya y Edward bailaban. Stella no pudo controlarse más al ver a "su hombre" sujetando la cintura de la mujer que le había robado el derecho a ser su esposa. Caminó a paso decidido e interrumpiendo a los recién casados se reclinó del brazo del CEO. —¿Puedo robarme al novio un momento? —Preguntó Stella con una hipocresía tácita. Anya, confundida por la situación, solo pudo observarla sujetar a su esposo. Edward sonrió restándole importancia al comportamiento de Stella. —Anya, ella es Stella Castelli. Y me disculpo, es mi prima, pero suele actuar por impulso, no piensa las cosas hasta después de hacerlas. —Comentó divertido. —¿Prima? —Preguntó Anya curiosa. —Prima política. —Aclaró Stella con descaro—. Mi madre se casó con el difunto tío de Edward hace unos años. —Es mi único pariente cercano, como sabrás; los miembros de la familia Vanderbilt se limitan a mi madre y a mí. —Comentó Edward tratando de enmendar la situación—. Es por ello que la elegí como la dama de honor, espero que eso no te incomode. —Ah, no. De hecho me alegra tener a una mujer en la familia, en la mía soy la única mujer, así que no tengo muchas amigas. —Oh, que pena. —Murmuró Stella con desdén Anya alzó una ceja sorprendida por su actitud, pero antes de que pudiera decir algo, Stella se alejó a paso firme y rápido, esperando que Edward la siguiera y él deseaba hacerlo, pero había demasiadas personas presentes, no podía correr tras su amante y desatar un escándalo. Así que optó por continuar con Anya. —No le prestes demasiada atención. —Dijo Edward tomándola por la cintura y continuando el vals donde lo dejaron. Anya se dejó llevar por la música y por los fornidos brazos que la rodeaban. El perfume de Edward la envolvía y en ese momento se sentía completa, era como si el tiempo se hubiera detenido y solo existieran ellos dos.Habían pasado cinco años desde aquel día. Al final, los rumores en la prensa, se esfumaron cuando Anya declaró públicamente.“Es cierto que no estaba preparada para tener hijos cuando mi esposo cambió mis pastillas anticonceptivas por placebos, pero lo perdoné porque lo amo y es el padre de mis hijos” Una verdad oculta entre la mentira para hacerlo más convincente.La prensa desistió al escuchar eso, porque creyeron haber confundido aquel audio y la noticia no era tan jugosa si el afamado CEO no había abusado de su esposa.Edward no estaba de acuerdo, pero finalmente fue decisión de Anya. Así que solo tuvo que aceptarlo.Ahora, cinco años después Anya, con una peineta rosa sujetando su cabello, trenzaba con delicadeza el dorado cabello de Elara, cuyos ojos azules brillaban más que su vestido azul pálido.—Mamá, quiero trencitas como las de la princesa que vimos en la tele. —Pidió Elara, girando la cabeza con impaciencia.—Te haré las trenzas más bonitas que hayas visto. —Respondió Any
A través de los cristales.Stella bajó del jet con pasos cuidadosos, tenía a los niños en el fular y lo último que quería era caer de allí.Cuando bajó del jet, el sonido de sus tacones resonó sobre el pavimento, como si cada paso fuera una cuenta regresiva hacia ellos.Anya la observó acercarse sin moverse y sin siquiera pestañear.Sólo se quedó allí, temblando, con los brazos abiertos sin siquiera darse cuenta.Stella se detuvo frente a ella y sin decir palabra, sin mirar a nadie más, soltó el fular. Los niños comenzaron a moverse, somnolientos, ajenos al caos que los rodeaba.—Tómalos. —Susurró Stella.Anya los tomó rápido, como si temiera que se arrepintiera en Isabel le ayudó a acomodarse el fular, mientras ella y Stella sujetaban a los niños.Tan pronto estuvo hecho Anya los abrazó con fuerza, escondiendo el rostro entre ellos, no podía hablar, no podía pensar, su cerebro parecía concentrado en crear lágrimas de la nada.—Lo siento, Anya. —Susurró Stella—. No quería lastimarte
Edward fue el primero en dar un paso al frente. Anya lo miró levantar la mano, con la mirada fija en el jet, mientras sus guardias estaban atento a sus órdenes.El silencio abrumador contuvo el aire, mientras una nube negra pareció oscurecer todo.La tensión era palpable y el aura de Edward amenazaba con asesinar tanto a Alan cómo a Stella.Sin embargo, antes de que cualquier orden saliera de labios de Edward, Anya lo sostuvo del brazo.—¡Edward! —Dijo en un grito ahogado, mientras temblaba, como si ese único gesto fuera todo lo que tenía para detener una tragedia.Él la miró con los ojos entrecerrados y aunque mo respondió, tampoco avanzó.Anya soltó su brazo y corrió hacia Alan, esquivando el vacío entre ambos ejércitos como si el pavimento fuera un campo de minas.—Por favor… —Jadeó frente a él, con lágrimas brotando a borbotones—. Esto no tiene que acabar así. Te lo suplico, termina con esto. Deja ir a mis bebés.Alan ladeó el rostro con sus manos en los bolsillos, como si no ente
Dos semanas atrás...Alan no sabía por qué había ido. No tenía respuestas, ni argumentos, ni excusas que le permitieran darle sentido a lo que estaba a punto de hacer.Pero estaba allí, parado frente al mismo edificio donde una vez pensó que nunca regresaría.Un edificio viejo, de pintura desgastada, con las escaleras rotas desde hace tanto tiempo que hasta el polvo parecía parte de la arquitectura.El mismo edificio donde vivía Stella.Tocó la puerta, una vez, luego otra. Y después cinco veces más.Suspiró profundamente, no sabía porqué había creído que ella seguiría allí, había estado en el hospital, luchando por su vida las últimas dos semanas, además había visto a Isabel en el hospital después del accidente, era evidente que la llevaría a otro lugar.—Stella. —Murmuró sin entender sus propias emociones ¿Por qué se sentía tan triste?Esperanzado, esperó por alguna señal de Stella, algo, lo que fuera que le hiciera creer que ella estaba allí.Sin embargo, en aquel pasillo con lo
El convoy de vehículos negros rugió hasta detenerse frente al hangar. La luz de la luna apenas lograba iluminar el lugar, pero no parecía haber la más mínima oscuridad, por las luces reflejantes del lugar.Anya bajó del coche con pasos cortos, siguiendo el movimiento de Edward que caminaba como si el mismo pavimento le debiera un agradecimiento por tener el honor de recibir sus pisadas.El aeropuerto era uno pequeño de carga. Polvoriento, con apenas tres aviones en la pista, pero no había margen de error, todos los vehículos, más de cincuenta, estaban bloqueando uno solo.Un jet gris con la insignia de la familia Castelli.Anya no necesitó confirmación. La manera en que los guardias rodeaban el avión lo decía todo; ese era el que importaba, ahí estaban sus hijos y... Alan.—¿Edward? —Preguntó Anya con voz entrecortada.—Quédate cerca de mí. —Ordenó en un tono sereno—. Pase lo que pase, no interfieras.Ella asintió, el aire era más incómodo que sus tacones y su corazón latiendo tan fu
El mundo de Anya se detuvo al pensar que sus hijos no volverían a su lado, pero el de Edward no. Seguía girando con más intensidad. Porque cuando algo importante está en peligro, es cuando el poder tiene valía. Anya seguía de pie frente a él, pero sus labios y todo su cuerpo temblaba. Sus palabras seguían en la cabeza de Edward como un eco persistente; “Alan… se robó a mis bebés” Las palabras no habían terminado de salir de labios de Anya cuando Edward ya había girado sobre sí mismo, como si su cuerpo actuara por instinto. Caminó a paso certero fuera de la habitación, mientras Anya lo seguía por inercia. Llegaron al despacho y Edward fue directo al escritorio. Tomó el teléfono sobre el escritorio, mientras Anya comenzaba a llorar. No podía consolarla, ni siquiera lo intentó. Él no era el tipo de hombre que consolaría a su esposa ante una crisis, no sin antes resolver el problema. Encendió la pantalla y entró a sus contactos, donde algunos de ellos resaltaban entre todos los
Último capítulo