Guerra fría.
El convoy de vehículos negros rugió hasta detenerse frente al hangar.
La luz de la luna apenas lograba iluminar el lugar, pero no parecía haber la más mínima oscuridad, por las luces reflejantes del lugar.
Anya bajó del coche con pasos cortos, siguiendo el movimiento de Edward que caminaba como si el mismo pavimento le debiera un agradecimiento por tener el honor de recibir sus pisadas.
El aeropuerto era uno pequeño de carga. Polvoriento, con apenas tres aviones en la pista, pero no había margen de error, todos los vehículos, más de cincuenta, estaban bloqueando uno solo.
Un jet gris con la insignia de la familia Castelli.
Anya no necesitó confirmación. La manera en que los guardias rodeaban el avión lo decía todo; ese era el que importaba, ahí estaban sus hijos y... Alan.
—¿Edward? —Preguntó Anya con voz entrecortada.
—Quédate cerca de mí. —Ordenó en un tono sereno—. Pase lo que pase, no interfieras.
Ella asintió, el aire era más incómodo que sus tacones y su corazón latiendo tan fu