Embarazada del CEO.

Había pasado un mes desde aquella noche y Anya ya no podía sentir nada, debió ir a la policía y levantar una demanda por lo ocurrido, pero estaba demasiado asustada. No por lo sucedido, si no por no tener apoyo. De no haber sido por Alan, estaría durmiendo en la calle.

—Café. —Ofreció el chico con una sonrisa amable mientras se sentaba frente a ella.

Anya lo tomó, pero no hizo ni siquiera un gesto de agradecimiento.

—Anya, hay algo que debo preguntarte.

Ella levantó la mirada de su café y lo miró detenidamente, Alan era delgado y alto, tenía el cabello rubio y un semblante de príncipe de cuento.

Había sido, desde su infancia, su primer amor, pero por temor a arruinar su amistad, decidió seguir siendo su mejor amiga y no confesar sus sentimientos.

Ahora, ya de adulta, no podía ver esos sentimientos como algo más que una ilusión infantil de lo que significaba tener un príncipe azul.

—¿Sobre qué? —Preguntó tomando un sorbo de café.

—Has estado aquí desde hace un mes, pero todo Londres ha estado cuestionando tu paradero. Tu esposo está preocupado, ha salido incluso en las noticias. —Comentó sin afán—. Me enteré de que te casaste, ¿Tan mal estuvo tu primer día como esposa?

—No quiero hablar sobre eso. —Sentenció Anya.

Alan asintió en un suspiro.

Al ver su estado aquella noche podía imaginar lo que había sucedido, pero no podía hacer nada si ella no le decía y conocía perfectamente a su amiga, solo de esta manera le sacaría la verdad. Se levantó de la mesa y caminó a paso certero hacia el teléfono.

—Tal vez debería llamar al señor Everly y avisar que estás aquí. —Dijo más como una amenaza. Anya se levantó rápidamente y colgó el teléfono—. Es una persona mayor, debe estar preocupado. —Susurró sintiendo como su corazón se aceleraba por la cercanía de la rubia.

—Por favor... Alan, no me hagas regresar a ese lugar. —Suplicó Anya con voz temblorosa.

El corazón de Alan se estrujó al ver las pequeñas manos de Anya temblar sobre el teléfono.

Se giró levemente y al ver las innumerables lágrimas recorrer el rostro de Anya no pudo hacer más que abrazarla.

Anya se quedó en su pecho, sintiendo la cercanía del único ser que podía comprender su dolor y por fin, pudo soltar todo el llanto que había contenido durante semanas.

Lloró y gritó tan fuerte que los pájaros alrededor de la ventana volaron asustados por el ruido.

Alan sostuvo su cabeza y acarició su dorada cabellera sin poder hacer nada más por ella.

(...)

—¡Lo mataré! —Sentenció levantándose de su asiento abruptamente cuando Anya le confesó lo sucedido. Pero Anya lo abrazó deteniendo su impulso.

—No puedes, si lo haces, me quedaré sola porque irás a prisión. —Susurró—. Eres el único con el que puedo contar. —Susurró sobre su espalda.

Alan suspiró y al girarse tomó las manos de la rubia y depositó un suave beso sobre ellas.

—¿Qué debo hacer ahora, Anya? —Inquirió—. Solo quiero encontrar a ese hombre y matarlo de una vez por todas.

—También yo. —Confesó, pero al tomar aire negó con la cabeza—. Pero ahora solo puedo anular ese matrimonio. Incluso si levantara cargos penales en su contra, todos pensarán que no hubo violación porque es mi esposo, incluso mi abuelo lo piensa.

—Anya. —Susurró acariciando su rostro—. Tan solo dime qué necesitas, lo haré por ti.

Anya, conmovida por la amabilidad de Alan lo rodeó en un abrazo y suspiró en su pecho.

—¿Puedes llevarme al hospital? —Preguntó avergonzada—. Hace días que mi periodo ha estado yendo y viniendo, no puede ser normal.

—Te llevaré al mejor hospital del país. —Sentenció. Anya sonrió.

(...)

—¡Es la quinta vez que pasa esto esta semana! —Le reclamó Stella a Edward que yacía frustrado a un lado de la cama.

Él solo suspiró mientras observaba la desnudez de la pelirroja que solo llevaba esas bragas de leopardo que tanto lo enloquecen, pero ni siquiera esa deleitable imagen podía provocarle una erección.

No, se excitaba igual que antes, pero al final sus pensamientos lo traicionaban y le recordaban el daño que le había causado a su esposa.

Stella se levantó de la cama abruptamente y se dirigió a la puerta de salida.

Había intentado hacer de todo; desde un baile erótico hasta sujetarlo con cuerdas, pero eso solo le recordaba aún más a Anya.

Fue en el momento en que vio a Stella marcharse que se determinó a encontrar a su esposa. Si lograba tener un hijo con ella, tanto Stella cómo él vivirían correctamente, dejando a esa mujer a un lado.

(...)

—Se le conoce como sangrado de implantación. —Informó la doctora sentada en su escritorio, Anya, que estaba sentada frente a ella miró a Alan que estaba de pie tras de sí, pero al parecer ninguno entendían nada—. Es una señal temprana de embarazo que ocurre cuando el óvulo fecundado se adhiere al útero y no suele ser preocupante. —Explicó la doctora escribiendo en su recetario. Anya, desconcertada pellizcó su rodilla, creyendo que estaba teniendo alguna pesadilla—. Le haré una receta para evitar un aborto espontáneo por si las dudas ¿Le parece bien?

—¿Qué está diciendo? —Inquirió Anya en apenas un susurro. La doctora alzó la vista y al ver las lágrimas de la chica no pudo decir nada—. ¿E-estoy embarazada?

—Así es. —Confirmó. Escucharlo para Anya fue un golpe de agua helada y sin medir sus acciones comenzó a llorar a cántaros.

Alan que había quedado en shock se inclinó y tomó la mano de Anya en señal de apoyo.

—No llores, Anya. Lo descubrimos a tiempo, así que puedes abortar al feto. —Opinó sin medir sus palabras.

Pero Anya no respondió, solamente siguió llorando desconsolada.

—Abortar no siempre es la mejor solución, aveces solo causa más cicatrices en un matrimonio y ustedes son jóvenes, encontrarán la manera de educar a su hijo. —Opinó la doctora.

—¡No es mi hijo! —Exclamó Alan exaltado —. Si lo fuera...

El susurro de Alan sonó arrepentido y eso aclaró instantáneamente los pensamientos de Anya.

Había sido forzada a concebir a ese bebé, lo sabía, odiaba ese hecho y al padre del niño, pero era suyo, si fuera hijo de Alan, él jamás dejaría de luchar por tenerlo. Y ella no podía simplemente deshacerse de su hijo por quién era el padre.

Con su mano libre secó sus lágrimas y con la otra le dio un breve apretón a la mano que Alan sostenía, en señal de agradecimiento.

—Pero es mi hijo,Alan, no voy a matarlo. —Sentenció sin más antes de levantarse del asiento y salir del consultorio. Alan quedó sin palabras, hincado frente a la silla que Anya ocupaba.

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