Bajo la luna llena de aquel frío invierno, una mujer semidesnuda corría por las lluviosas calles de Londres, tratando de escapar de un enemigo, que al parecer, solo ella podía ver. Los pocos transeúntes que habían, la observaban despavoridos al verla correr bajo la lluvia, descalza y con nada más que un neglillé blanco desgarrado, que no dejaba nada a la imaginación, pero para Anya, su menor preocupación era su ropa rasgada o la mirada curiosa de los londinenses. Su corazón latía con fuerza, sus pies sangraban y apenas podía respirar, pero no podía detenerse, si lo hacía, él la encontraría y volvería a aquel infierno. Horas antes... Edward ajustó su corbata frente al espejo y arregló sus mangas con elegancia. Stella, su amante, lo sujetó desde atrás, contemplando junto a él, su reflejo en el espejo. —No puedo creer que vayas a casarte con esa aburrida mujer. —Es necesario. —Dijo sin dejar de ajustar su corbata—. Esta boda es la única solución. —¿“Necesario”? ¿“Solución”? ¿Qué
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