Los trillizos del CEO.

—¿Estás segura de esto? —Preguntó Alan rompiendo el silencio que inundaba su automóvil. Anya asintió sin dudarlo—. Prometí que te apoyaría en todo, pero creo que no estás siendo objetiva. Si ese hombre se llega a enterar de que estás embarazada, no te dejará en paz. Los tipos como él son así de crueles.

—Lo sé. —Dijo Anya en un suspiro—. En un principio dejó claro que solo quería un heredero, por eso sé que tienes razón, pero no puedo deshacerme de mi hijo solamente por lo que pasó. —Añadió decidida—. Seré madre, Alan.

Alan apretó sus dientes, pero al ver la ilusión en el rostro de Anya y como sostenía su vientre como si fuera lo más preciado para ella, no pudo negarse. Anya era, lo más preciado para él y aceptaría cualquier decisión que ella tomara.

—Si eso quieres está bien por mí. —Susurró sin dejar notar su pesar—. Pero ¿Has pensado en que puede encontrarte incluso aquí? Por lo que me has contado es un hombre poderoso.

—Por eso no me quedaré contigo, lo más probable es que mi abuelo colabore con él para encontrarme, así que sabrá sobre ti. Por suerte encontré esta cabaña, que ni siquiera mi abuelo sabe que existe. —Dijo Anya decidida.

Alan no dijo nada, Anya estaba determinada en tener a su hijo y él no era quien para decirle que no debía.

Anya observó el paisaje a través de las ventanas cristalinas del automóvil; el sol brillaba imponente sobre los árboles, la carretera abandonada y las aves que sobrevolaban el caluroso cielo azul.

Soñó con mostrarle esto a su hijo algún día, porque estaba segura de que su hijo sería como ella y no como el monstruo del CEO.

(...)

Los meses habían pasado y la intensa búsqueda de Anya por cielo, mar y tierra no había cesado, pero hasta ahora no había tenido éxito, incluso al haber ofrecido un millón de dólares a quien la encontrase.

El todopoderoso CEO no podía estar más frustrado, en todos esos meses toda su vida se había convertido en un caos y todos sus planes habían sido en vano. No podía casarse de nuevo mientras estuviera casado con ella, de otra manera ya lo habría hecho porque se negaba a tener un hijo bastardo, fuera del matrimonio.

—CEO Vanderbilt, tiene una llamada en la línea tres. —Informó la secretaria.

Vanderbilt suspiró por enésima vez ese día, pero para distraerse cualquier cosa era válida.

“Su esposa está en el hospital.” Esas simples palabras lo alertaron y tras recibir la ubicación se apresuró hacia ella.

Condujo por todas las calles de Londres desesperado hasta llegar a las afueras de la ciudad, a un hospital público al que jamás habría ingresado de no ser por la situación.

El detective ya lo estaba esperando en las puertas del hospital y siguiendo el paso del CEO se apresuró a la habitación donde reposaba su esposa.

—Señor Vanderbilt. —Le llamó el detective en tanto estuvieron frente a la habitación de Anya. Edward detuvo sus pasos y lo miró enojado por su interrupción—. Quizás haya algo que necesite ver primero. —Dijo extendiéndole un sobre.

Edward tomó el sobre y miró el contenido, solo era una fotografía, pero fue más que suficiente, al verla quedó perplejo y la ira se apoderó de sí.

En esa fotografía, Anya estaba acostada en la camilla y Alan la besaba en los labios.

Abrió la puerta y vio a Anya, de pie mientras se apoyaba con dificultad en un bastón de hierro, mientras sonreía a una cuna frente a ella.

La escena donde ella sonreía le provocó aún más rabia ¿Cómo podía sonreír y revolcarse con otros hombres mientras él sufría por su causa?

Sin meditar sus acciones caminó a paso firme y al llegar frente a ella, la giró desde los hombros y la golpeó tirándola al suelo.

—¡¿Cómo puedes ser tan cínica?! —Vociferó enojado.

El ruido de su voz despertó a los bebés que dormían en el cunero y al verlos su expresión cambió. Eran tres niños, todos con la marca de nacimiento de los Vanderbilt; una pequeña mancha en su mano derecha.

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