La vida de Rebecca Morgan cambió por completo cuando su padre la vendió al hombre más rico de todo Buenos Aires, Edgardo Montenegro, empresario y líder de la mafia. Sin embargo, no todo resultó ser lo que parecía, y lo que empezó como un pago de deuda, se terminó transformando en amor y pasión; una de la que no podía escapar por más que quisiera.
Leer másLa tarde en Buenos Aires caía lentamente, tiñendo el cielo de tonos ámbar. En el penthouse de Edgardo, el ambiente era íntimo. Rebecca estaba sentada en la amplia cocina, con una taza de té entre las manos, mientras Edgardo la observaba desde la isla central. Llevaba la camisa con las mangas arremangadas y los primeros botones desabrochados, revelando el inicio de su pecho marcado. —¿Por qué me mirás así? —preguntó ella, sin atreverse a levantar la vista. —Porque todavía no entiendo cómo logras que mi mundo se detenga cuando estás cerca —respondió él, directo como siempre. Rebecca sintió una oleada de calor recorrerle el cuerpo, cada vez le era más difícil ocultar lo que sentía. Al principio era miedo, luego desconfianza, pero ahora, era algo mucho más complejo. Algo que le enredaba el estómago cada vez que Edgardo le hablaba con esa voz ronca y segura. —No soy tan importante como crees —susurró. —No digas eso. La tensión entre ellos era cada vez más palpable. Rebecca se l
La ciudad de La Plata amanecía con su cielo gris, como si presintiera lo que se avecinaba. Las nubes cubrían los edificios antiguos y las calles se mostraban húmedas, pero no había indicio de lluvia aún. Edgardo ajustaba el nudo de su corbata frente al espejo del penthouse que había reservado para esa reunión especial. Su reflejo no mostraba nerviosismo, pero por dentro, la inquietud se revolvía como fuego contenido.Rebecca, en la habitación contigua, terminaba de arreglarse. El vestido negro de satén abrazaba su figura con elegancia, dejando la espalda descubierta. Se miró una vez más en el espejo, respirando hondo. No era una simple reunión de negocios, era una prueba más. Desde que había llegado a la vida de Edgardo, su mundo se había desmoronado y recompuesto en formas que aún no comprendía del todo.Edgardo se acercó, y sus ojos la recorrieron con una intensidad casi dolorosa. —Estás hermosa —murmuró, sus dedos rozando su cintura. Rebecca bajó la mirada, asintiendo sin responde
El murmullo de la ciudad era un ruido constante que se filtraba por los ventanales del penthouse. Buenos Aires tenía ese encanto caótico que a veces parecía una canción triste: bocinas lejanas, el canto de un vendedor ambulante, el paso de colectivos que hacían temblar el suelo como si anunciaran algo inminente. Rebecca observaba todo desde el sofá, con una taza de café tibio entre las manos. La ciudad parecía tan viva allá afuera, y ella, tan enredada por dentro.—¿Estás bien? —La voz grave de Edgardo rompió el silencio.Ella asintió sin mirarlo, sabía que él podía leerla mejor que nadie, y en ese momento no quería ser leída. Había estado sintiéndose extraña desde aquella llamada anónima que recibió la noche anterior. No había contestado, pero el número era imposible no reconocerlo.Era de él.Él.Aquel que pertenecía a un pasado que había enterrado, o intentado enterrar.Edgardo, vestido con su impecable traje oscuro y con ese aire de poder que lo envolvía incluso en pijama, se sent
Rebecca caminaba sola por los jardines interiores de la mansión. Había despertado con una extraña sensación en el pecho, la conversación con Edgardo esa mañana le había dejado emociones entrelazadas: deseo, confusión, y una tensión que no quería entender, a pesar de haber sido suya toda la noche. Estaba confundida, procesando como todo había ido en un rumbo diferente al que tenía planeado.Hasta hace unos días quería irse. Escapar de las garras de ese hombre; pero ahora, solo quería seguir refugiada en esos fuertes brazos. Lo encontraba demasiado irónico, como si el destino se riera de ella en ese momento. Sin embargo, sabía cómo iba a terminar todo, y que ella no podía negarse a lo que venía. —Bonita mañana, ¿no crees? —La voz dulce pero punzante la sacó de sus pensamientos. Teresa estaba allí, sentada en uno de los bancos de mármol, con una taza de té en la mano. Iba vestida impecablemente, como si acabara de salir de una pasarela.Rebecca la miró un segundo, sintiéndose irritada
La habitación del hospital estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz que se filtraba entre las cortinas cerradas. Gabriel se encontraba sentado junto a la cama, con una mano firme sobre la de Elena. Ella lo miraba con una mezcla de ternura y tristeza, sus ojos cargados de palabras que aún no se atrevían a salir.—Has cambiado —murmuró Elena con voz suave, rompiendo el silencio—. Ya no eres el mismo desde que desperté.Gabriel apretó su mano ligeramente.—Es que te perdí por mucho tiempo, Lena. —Sus ojos se humedecieron, pero su voz se mantuvo firme—. No sabía si volvería a ver tus ojos abiertos otra vez.Elena suspiró, ladeando el rostro hacia la ventana.—Y sin embargo, no me has dicho nada sobre Rebecca.Gabriel desvió la mirada, tenso.—No es momento para hablar de eso —contestó, casi en un susurro.—Sí lo es —murmuró ella—. ¿Qué le estás ocultando? ¿Por qué no me has dejado verla?—Porque no está lista, y tú tampoco. —Se incorporó ligeramente—. Rebecca está muy involucrada c
El sol filtraba sus rayos cálidos por los ventanales del comedor, bañando la estancia con una luz dorada que contrastaba con el frío que Rebecca sentía por dentro. Llevaba puesto un camisón de seda que le había dejado una de las mujeres de la casa en su habitación esa mañana. Aún no entendía del todo por qué estaba comenzando a preocuparse por su aspecto, pero era una costumbre que había adoptado inconscientemente desde que empezó a convivir con Edgardo.Él ya estaba sentado a la mesa, con un periódico en la mano y una taza de café humeante frente a él. Como siempre, llevaba una camisa perfectamente planchada, con las mangas remangadas hasta los codos, dejando ver los antebrazos fuertes y marcados. Rebecca apenas desvió la mirada cuando él levantó los ojos del periódico y la observó en silencio.—Buenos días —dijo ella con voz baja, tomando asiento al otro extremo de la mesa.—Dormiste bien —no era una pregunta, era una afirmación dicha con esa voz profunda y calmada que siempre logra
La noche había caído sobre la mansión con una pesada elegancia. Las luces tenues de los pasillos daban a la casa un aire de lujo y peligro, como si cada rincón ocultara secretos demasiados grandes para ser revelados de día. Edgardo no estaba en casa luego de esa pequeña sesión de besos que tuvieron esa tarde, había salido a resolver unos asuntos relacionados con los casinos. Eso dejaba a Rebecca sola con sus pensamientos y, para su incomodidad, con Teresa. Quien había vuelto como si lo que pasó en la mañana no hubiera existido.Rebecca bajó las escaleras vestida con un top blanco ceñido al cuerpo y unos jeans que marcaban perfectamente sus curvas. Llevaba el cabello suelto, desbordando por su espalda como una cascada negra. No tenía intención de impresionar a nadie, era su forma de sentirse fuerte aunque por dentro aún luchara con los efectos de lo que sentía por Edgardo.Al pasar por el salón principal, Teresa levantó la mirada desde uno de los sillones. Llevaba una copa de vino entr
Rebecca no podía dejar de pensar en Teresa, esa mujer se había convertido en una presencia constante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos con demasiada libertad. Lo que más dolía no era su presencia, sino cómo Edgardo la permitía.Lo había visto con ella varias veces esa semana, como si lo que hubiera pasado entre ellos no fuese importante.Había algo en su cercanía que le revolvía el estómago, y no eran solo celos, sino más bien, era una mezcla amarga de inseguridad, frustración y miedo.Temía que esa conexión que apenas empezaba a formarse entre ella y Edgardo, se deshiciera sin siquiera haber tenido una oportunidad.Aquella tarde bajó las escaleras con la intención de salir a caminar por los jardines, pero al pasar cerca del salón, escuchó una risa que le resultó insoportablemente familiar. Teresa, quien parecía querer ser la dueña y señora de la casa.Se asomó, impulsada por algo que ni siquiera ella entendía, y allí estaban. Teresa de pie junto a él, demasiado cerca
El amanecer se coló por las cortinas de la habitación, pero Rebecca ya estaba despierta desde hacía mucho. Se había pasado la noche reviviendo lo que había pasado en el estudio con Edgardo. Sus labios aún ardían por los besos, su piel temblaba al recordarlo, y su mente se encontraba hecha todo un caos de emociones. ¿Cómo podía odiarlo tanto y, al mismo tiempo, sentir esa atracción feroz?No podía permitirse sentirse así, tenía que recuperar el control. No era suya, no lo amaba, no podía dejarse llevar por los impulsos, y sin embargo, la noche anterior había cedido.Con el corazón revuelto, se arregló para el desayuno. Al bajar las escaleras, lo vio hablando con una mujer elegante, de cabellos castaños y ojos verdes intensos. Ella reía con familiaridad mientras posaba una mano en el brazo de Edgardo.—Rebecca —dijo él—. Te presento a Teresa, una amiga de la familia.Teresa le tendió la mano, examinándola de pies a cabeza.—Encantada, he oído hablar mucho de ti.—¿Ah, sí? —preguntó Rebe