Al día siguiente, Rebecca se levantó sintiendo una extraña sensación en el pecho. La noche anterior se había sentido demasiado incómoda, y creyó soñar ser vigilada en su habitación.
En la madrugada se despertó de golpe, algo en su intuición le decía que alguien más estaba en su cuarto; sin embargo, solo logró alcanzar a ver como la puerta de la misma se cerraba. Estaba completamente segura de que Edgardo era la persona que la estuvo observando toda la noche, pero esa idea le provocó un inquietante escalofrío. Se levantó de la cama despacio y se dirigió al gran armario que estaba en un rincón, de ahí sacó una bata que se colocó junto con unas pantuflas. Salió de la habitación y empezó a recorrer la mansión con curiosidad, todo en ella gritaba lujo y poder, pero para Rebecca no era más que una jaula. La puerta principal estaba custodiada por dos guardias y las ventanas eran demasiado altas para intentar escapar. No había forma de huir. Edgardo la observaba desde la distancia, aún conservando la imagen de esa chiquilla en su mente. No podía negar que su rebeldía lo intrigaba, tampoco quería que ella le temiera, pero no iba a permitir que se le enfrentara sin consecuencias. —Tienes todo lo que podrías desear aquí, ropa, joyas, cualquier capricho. Solo tienes que pedírmelo. —La voz de Edgardo asustó a Rebecca, quien se giró a observarlo con frialdad. —Lo único que deseo es mi libertad. Edgardo soltó una carcajada. —Eso es lo único que no puedo darte. La tensión entre ellos creció un poco más. Rebecca buscaba poder salir de este encierro, y Edgardo hacía todo lo posible para hacerla permanecer con él. Cada uno de ellos quería algo que no se les podía dar. —Con que aquí están. —Irrumpió Gabriel, ignorando el ambiente tenso—. Marta ya tiene el desayuno en la mesa y me mandó a buscarlos. —En un segundo iremos —contestó Edgardo, sin despegar los ojos de Rebecca. Gabriel sonrió levemente mirándola; sí, era ver como a una pequeña Elena, pero más rebelde. Su hermano tenía a una fiera que domar, sino salía domado él primero. —Será mejor irnos —susurró Rebecca, observando como Gabriel ya se estaba yendo, y caminando hacia el lado del comedor, sin esperar a Edgardo. Por más que intentara, Rebecca comenzaba a sentirse más sofocada con la actitud de ese hombre, y necesitaba mantenerse al margen de él. Tenía que buscar alguna manera de seguir manteniendo la distancia, y no dejar que Edgardo haga más estragos en su vida. ♤♤♤♤ El desayuno había pasado entre tenso y extraño, los hermanos Montenegro hablaban sobre cosas que Rebecca no entendía, hasta que Gabriel mencionó el nombre de Elena, su hermana. —¿Cómo sabes el nombre de mi hermana? —preguntó, observando al mayor de los hermanos con desconfianza. Gabriel sonrió, sin sorprenderse de que Rebecca lo haya olvidado. —Nos conocimos de jóvenes —respondió él, jugando con la copa de vino—. He ido a tu casa muchas veces, es normal que no lo recuerdes, eras una niña pequeña. Rebecca lo miró buscando algún indicio de que estuviera mintiendo, pero Gabriel parecía estar diciendo la verdad, y eso la inquietaba porque su padre nunca lo había mencionado. Edgardo notó el cambio de actitud en Rebecca y su mirada viajó a Gabriel que parecía estar bastante concentrado en el vino. Soltó un suspiro, preguntándose qué tan bueno fue que su hermano regresara. Después del desayuno las cosas siguieron un poco extrañas, pero nadie hizo mención de ella. Gabriel se había despedido apresuradamente de ambos, dejándolos completamente solos. —Iré a mí cuarto —habló Rebecca, levantándose de la mesa—. Quiero descansar. —Vives encerrada ahí, Rebecca —mencionó Edgardo, con un tono serio. —Es eso que pasar tiempo contigo —espetó, con rabia. —Ya hemos hablado de esto, no te dejaré ir, será mejor que vayas metiendolo en tu cabeza. —Edgardo se levantó furioso, provocando miedo en la mujer frente a él. Odiaba saber que quería irse, separarse de su lado, pero no la culpaba del todo, más por cómo había dejado guiarse por su hermano. Sin embargo, Rebecca debía entender que era ahí donde pertenecía ahora, y él no dejaría que se vaya así tenga que manchar todo Buenos Aires con sangre. Rebecca miró sorprendida como Edgardo salió del comedor y suspiró, sintiendo cómo su cabeza comenzaba a doler. Comenzaba a creer que ya no tenía caso seguir discutiendo con un tipo como él. Caminó a paso rápido hasta su habitación, ignorante de los pares de ojos que la observaban desde lejos. —Ella terminará sediento, tienes que ser paciente —murmuró Gabriel, indiferente a la situación —Mi paciencia se acaba, Gabriel —contestó Edgardo, frustrado. —Pronto todo acabará, te lo aseguro. Edgardo realmente esperaba que así fuera, porque estaba a nada de encerrar a Rebecca. ♤♤♤♤ Con el paso de los días, Rebecca comenzó a notar algo inquietante: la obsesión de Edgardo no tenía límites. No solo la vigilaba, sino que parecía estar al tanto de cada uno de sus movimientos. Hasta cuando se encontraba en el jardín, siempre con guardias detrás de ella. Estaba cansada de sentirse vigilada, así que le demostraría a Edgardo que iba a encontrar una manera de salir del lugar. Comenzó a analizar su entorno, tratando de encontrar alguna debilidad en la seguridad de la mansión. Pasaba horas observando los movimientos de los guardias, anotando mentalmente sus horarios y puntos ciegos, pero cada vez que pensaba que tenía una oportunidad, sin embargo, cuando creía llegar a algo, Edgardo le recordaba que siempre estaría un paso adelante. Una tarde, mientras paseaba por la biblioteca, lo sintió aparecer a sus espaldas. Su perfume, una mezcla de maderas y especias, la envolvió antes de que él hablara. —¿Buscando algo en particular? —preguntó, con voz grave. Rebecca se giró lentamente. —Un libro que me enseñe cómo lidiar con hombres arrogantes —respondió, con venenoso sarcasmo. Edgardo sonrió de lado, más fascinado por Rebecca y su personalidad rebelde. —Creo que aún no han escrito ese libro. Rebecca sintió su piel erizarse. No podía negar que él ejercía una atracción perturbadora sobre ella, aunque lo odiara con cada fibra de su ser, pero no quería estar ahí. Necesitaba con toda ansias volver a tener su anhelada libertad, porque no podía permitirse volver a vivir otro infierno. ♤♤♤♤ A las afueras de la ciudad, en un lugar escondido del ojo de las personas, se hallaba Gabriel nervioso y emocionado. —¿Cómo está? —le preguntó desesperado al hombre frente a él. —Está bien, señor, acaba de despertar —respondió, quien parecía ser el médico. Gabriel sonrió, y corrió hacia la habitación donde se encontraba su adorable esposa. Al entrar, odió ver todos esos cables en ella, porque eran un recordatorio de que él no había llegado a tiempo para protegerla. —L-llegaste —susurró Elena, con voz ronca. —Sí, amor mío, llegué. Elena sonrió con ternura tomando su mano. Lo había extrañado demasiado, y se sentía culpable por haberlo hecho sufrir por su ausencia. —Lamento ausentarme por tanto tiempo. —No es tu culpa, bonita, tu padre es el culpable de todo. Tú hiciste lo mejor que pudiste para proteger a Rebecca. —Lo sé, pero no logré sacarla de ese lugar. —Lo hiciste, bonita, la protegiste. —¿Qué quieres decir? —Rebecca está con Edgardo, y ambos vamos a encargarnos de que tu padre pague todo lo que ha hecho. Elena soltó un sollozo, su pequeña hermanita ahora se encontraba bien y a salvo, lejos de ese hombre.