Rebecca despertó de golpe, al sentir la puerta de su habitación abriéndose. Se sentó asustada, con el corazón acelerado siendo observada por Edgardo, que estaba de pie en el umbral, mirándola con una intensidad que la hizo contener la respiración.
—¿Por cuánto tiempo vamos a hacer esto? —preguntó, acercándose y cerrando la puerta detrás de sí—. Debes entender que este es tu lugar ahora, y que perteneces aquí, siendo mía. Ella frunció el ceño, apretando los labios para no decir algo que lo provocara aún más. Sabía que Edgardo no era un hombre con el que se pudiera jugar. —¿Qué significa eso exactamente? —preguntó con cautela. —Significa que nadie más te tocará, nadie más te mirará como yo lo hago. Y si intentas desafiarme, haré que lo entiendas a mi manera. —Rebecca sintió un escalofrío recorrer su espalda ante la sutil amenaza de Edgardo, pero no se dejó intimidar de esa manera. —Jamás seré tuya, y voy a encontrar la manera de escapar de ti. Edgardo sonrió, observando con gracia la rebeldía de su mujer, preguntándose hasta dónde sería capaz de llegar con tal de obtener lo que quería. Negó, sabiendo que Rebecca pronto caería; no obstante, podía seguir jugando al gato y al ratón por un rato más. —Vendrás a mí, pequeña, en el fondo lo sabes. Edgardo salió de la habitación riendo con diversión, dejando a Rebecca iracunda y negada a creer las palabras de ese maldito hombre. —¡No sabes cuanto te odio, Edgardo! —El grito de Rebecca resonó por toda la mansión, los empleados observaron a Edgardo que sonreía con bastante entusiasmo mientras miraba algo en su celular. Era la primera vez que una mujer lo confrontaba de esta manera, imponiéndose ante él; no obstante, eso no les asombraba tanto como verlo a él disfrutándolo. —Carlota, cuando se calme llévale el desayuno, yo saldré un rato —La ama de llaves asintió con confusión, al parecer su jefe no estaba para nada molesto por el actuar de Rebecca, diferente a como se comportaba con Teresa y por alguna razón eso le gustaba. Ella podía notar que Edgardo era él mismo cuando de Rebecca se trataba e iba a agradecerle a la joven muchacha. Edgardo salió rápido de la mansión mientras era observado por Rebecca. Instintivamente ambas miradas se encontraron por breves segundos, Edgardo sonrió con arrogancia y algo más que Rebecca no pudo descifrar, y subió a su auto. Algo en eso le provocaba una sensación de incomodidad, pero Rebecca entendía que no debía meterse para nada en esas cosas. ♤♤♤♤ Gabriel se encontraba furioso por la noticia que Elena le había dado. Él sabía que Luis Morgan era un maldito, pero esto iba más allá de cualquier cosa. —¿También te lo hizo a ti? —preguntó, con miedo a saber la respuesta. —No le servía —respondió Elena, sintiendo el recuerdo llegar a su mente—. Vió una oportunidad en Rebecca cuando cumplió los 15. —Dos años antes de que se concretara nuestro matrimonio. Decir que Gabriel estaba sorprendido era estar mintiendo, Rebecca y Elena habían pasado por tanto, pero al bastardo de Morgan le había parecido bien descargar sus porquerías en su hija menor. Por un breve segundo imaginó a Elena en el lugar de Rebecca, y no le gustó para nada eso; se sentía un completo imbécil. Elena se dió cuenta de hacia dónde se dirigía la línea de pensamientos de su esposo, y le tomó la mano para intentar calmarlo. —Esto no es tu culpa, mi amor —susurró, apoyando su frente contra el abdomen de su marido—. Nada hubiera cambiado. —Posiblemente no, pero se pudo haber intentado. A Elena le partió el corazón ver a ese hombre, quien siempre tenía un semblante frío y serio, mostrarse de una manera tan vulnerable y lamentable. Se levantó como pudo de la cama para poder abrazarlo, Gabriel se desmoronó en los pequeños brazos de su mujer, dejando que ella lo consolara. —Ahora ella está bien, mi amor, está protegida. —Gabriel abrazó con fuerza a Elena y ocultó su cara en su cuello. Sí, Rebecca ahora estaba mejor, y pobre de aquel que se atreva a hacerle daño. ♤♤♤♤ Edgardo llegó al bar demasiado rápido para su gusto, al entrar fue recibido por una eufórica Teresa que se colgó a su cuello. —¡Mi amor! —gritó la mujer, pegando sus pechos a él de manera sugerente—. Te has tardado mucho en venir. Edgardo la separó de su cuerpo sintiendo asco, que no demostró, y caminó hacia Diego, quien lo esperaba con todo lo que estaba necesitando. —¿Eso es todo? —preguntó Edgardo, tomando el expediente. —No, habrá más cuando cometa alguna estupidez —respondió Diego, con seriedad. —Bien, sigue vigilándolo, no lo pierdas por ningún motivo. Diego asintió y se retiró del bar, dejando a Edgardo solo con una muy molesta Teresa. —No me gusta cuando me ignoras. —Edgardo suspiró con pesadez, y tomó a Teresa de la cintura para hacer que se siente en sus piernas. —Lo lamento, he tenido muchas cosas en la cabeza. —No tienes que preocuparte, pero puedes compensarlo. Edgardo besó los labios de Teresa con fuerza, acomodandola mejor en sus piernas. Los brazos de Teresa se enredaron en su cuello, profundizandolo más. Las manos de Edgardo bajaron a su trasero apretando con fuerza, arrancandole un jadeo a la mujer encima de él. —Vamos arriba —susurró Teresa, separándose un poco de sus labios. Edgardo se levantó con ella encima de él y comenzó a caminar hasta las escaleras, dejando su celular en la barra. Antes de desaparecer le avisó al bartender no ser molestado por nada del mundo, olvidando que en su mansión lo esperaba una impaciente Rebecca. Cuando Edgardo volvió a aparecer en la mansión ya era pasada la medianoche. Al entrar se encontró con Rebecca que estaba leyendo en el sofá del living; por un momento sintió culpa al dejarla por mucho tiempo y dejarla para tener sexo con Teresa, pero lo olvidó recordando todo lo que Luis Morgan había hecho. —¿Qué haces despierta todavía? —preguntó, intentando sonar casual. —Leo —respondió Rebecca, sin levantar la vista del libro. —Me gusta que me vean a la cara cuando hago una pregunta. Rebecca levantó la vista con fastidio, para notar un chupón y la marca de un labial en Edgardo. Algo en su pecho se removió con molestia y cerró el libro con fuerza. Edgardo arqueó una ceja confundido, pero Rebecca lo ignoró. —Me iré a dormir —murmuró levantándose y pasando por al lado de Edgardo. Frunció el ceño cuando el olor de un perfume demasiado dulce golpeó su nariz, e hizo una mueca de asco que no pasó desapercibida por el hombre a su lado. —¿Qué te pasa? —exigió saber indignado. —Tu olor me da asco —espetó Rebecca, siguiendo su camino. Edgardo se quedó en medio del living, observando como la pequeña silueta de Rebecca se perdía por las escaleras. Se sintió un idiota por haber retrocedido demasiado con respecto a su convivencia con Rebecca, pero sabía cómo solucionarlo ahora que descubrió los celos de ella. —Pequeña, eres tan predecible, y eso me encanta. Con una gran sonrisa, apagó la luz de la mesita a su costado y se dirigió a su habitación, mañana sería un día realmente interesante para Rebecca.