Valeria se ve obligada a aceptar un matrimonio concertado con Pietro Vanderweed, un hombre de familia poderosa que necesita casarse para consolidar su posición empresarial. Mientras tanto, Valeria obligada a salvar la compañía de su padre y proteger la casa familiar de una crisis económica que amenaza con destruirlo todo. A pesar de la falta de amor entre ellos, ambos ven este matrimonio como una solución estratégica a sus problemas. Desde el primer encuentro, Pietro desprecia a Valeria. La considera una joven ambiciosa y calculadora, alguien que solo busca sacar provecho de la situación para conseguir su propia estabilidad. Su desconfianza hacia ella es profunda, ya que su anterior esposa lo traicionó con un amante, dejándolo marcado y resentido con las mujeres que entran en su vida por interés. Pietro ve en Valeria un reflejo de esa traición, alguien que busca usar su nombre y su riqueza para sus propios fines. Sin embargo, con el paso del tiempo, Valeria demuestra ser una mujer muy diferente a lo que Pietro había imaginado. A pesar de sus diferencias, empieza a notar que ella no es la "aprovechada" que él pensaba. Valeria es fuerte, inteligente y capaz, y se preocupa profundamente por las personas que ama, incluida su familia y, de manera inesperada, por él. Poco a poco, Pietro comienza a descubrir que Valeria no solo es diferente a su exesposa, sino que tiene cualidades que él había olvidado valorar: lealtad, honestidad y una capacidad de sacrificio que nunca antes había experimentado. ¿Podrá Pietro superar su odio y desconfianza para reconocer en Valeria no solo una esposa, sino una mujer capaz de cambiar su vida y su visión del amor? ¿Y será Valeria capaz de encontrar algo más que un matrimonio de conveniencia en este hombre que al principio la despreciaba?
Leer másMe observo en el espejo del salón de mi casa. La luz suave de las lámparas de cristal acaricia mi rostro. El vestido de gala, blanco como la nieve, resalta mi figura y me hace sentir extraña. Hay algo en la tela, en los bordes del corsé que me aprietan, que no me deja respirar tranquila. No es solo la incomodidad física, sino el peso de una decisión que no tomo yo. Mi futuro, mi vida entera, está trazada por otros.
Mi padre decide que me casaré con un hombre al que no conozco. Un hombre multimillonario al que solo he visto una vez, en una fiesta de caridad a la que asistí sin querer, como si fuera una invitación obligada.
Ahora, mi nombre está vinculado al suyo, y soy una pieza más en su juego de poder.
—Relájate, Valeria. Ya verás que todo saldrá bien —dice mi madre, mientras ajusta el velo sobre mi cabeza, probando todo antes del día de mañana.
Ella insiste en que me pruebe todo hoy, como si el simple acto de verme vestida de novia pudiera calmarme. No entiende lo que siento. Mi alma se hunde cada vez que veo el reflejo de esa mujer que ni siquiera reconozco, que está a punto de convertirse en esposa de un extraño.
—No entiendo por qué esto es lo único que se puede hacer —murmuro, aunque ya sé que mi opinión no cambia nada.
En menos de veinticuatro horas estaré casada con este hombre al que no amo, con quien no tengo historia. Aún no hablo con Leo, a quien le pido que nos veamos esta noche para explicarle lo que está pasando.
Tengo dos años saliendo con Leo Leandres, un hombre caballeroso, aunque poco detallista. Sin embargo, me acostumbro a eso. Y me gusta, en serio me gusta. Su sonrisa, su forma de mirarme tan cálida. Es un buen hombre.
Él no merece esto.
Mi padre se detiene en el marco de la puerta y mira hacia mí. En el reflejo del espejo nuestras miradas se cruzan.
Lo miro. Veo su rostro, serio, contenido. No es que quiera que me miren con pena, no es eso, pero no puedo evitar sentir que nadie entiende la gravedad de lo que me obligan a hacer.
Ahí está, parado, mirando a su hija mayor de veintiséis años, probándose un vestido que no quiere, para casarse con un hombre que tampoco quiere, en una boda que él y mi madre han concertado.
—Sabes que no hay otra opción, Valeria. Si no te casas con él, perderemos todo. La casa, la empresa... todo —dice mi madre, tratando de convencerme con un tono que no me deja espacio para discutir.
Mi padre carraspea y, con una última mirada, se marcha.
—Ese pobre hombre la tiene difícil con su empresa, su hermano, sus padres... Es un acuerdo bueno para ambos. Estarás muy bien —añade mi madre.
Me duele, pero aún así la enfrento.
—No es un hombre pobre, es un multimillonario, mamá —replico, ya harta de la situación—. Y no es mi culpa que papá tome muy malas decisiones y ahora estemos así.
—¡Valeria! No hables así de él, por favor. No es apropiado —me reprende con su rigidez habitual—. Tu padre hace lo mejor que puede con todo… la muerte de tus abuelos en aquel vuelo…
—¡Fue hace dos años!
—Sabes muy bien que eso destruyó a Jean —dice, excusándolo, como siempre—. Ningún hijo está listo para perder a ambos padres de esa manera.
—Fue su decisión caer en el alcoholismo y las apuestas. Fue su decisión atrasarse con la hipoteca de la casa y, peor aún, fue su decisión aventarle aquel florero a la recepcionista que ahora lo está demandando. ¡Su decisión! —grito—. ¿Cómo es que ahora también es su decisión arruinar mi vida y obligarme a esto?
Para ella, siempre seremos sus hijas pequeñas, aunque tengamos años y un mundo propio. Siempre seremos las niñas que ella cría, y nunca tendremos el derecho de decidir lo que queremos para nuestras vidas.
—¿No te duele que le arruine la vida a Leo? —pregunto, con la voz rota, pero con la firmeza de quien sabe lo que esto representa—. ¿De verdad no te importa que haga esto por una cuestión de negocios? ¿No te molesta que tu hija sea vista con un hombre durante dos años para luego casarse con otro de la noche a la mañana?
Mi madre baja la mirada, como si las palabras se le hubieran quedado atascadas en la garganta. Es consciente de lo que pasa, pero no sabe cómo reaccionar.
Y, sin embargo, sé que no hace falta que hablemos más. Todo esto está mal, y ella lo sabe. Mi futuro está vendido por un poco de dinero, por una estabilidad que ni siquiera puedo tocar con las manos.
El vestido, tan hermoso, está hecho a medida por una diseñadora de renombre. Cuando me lo entregaron, supe que no se trataba de una boda planeada de un día para otro. No. Mi familia ya sabía que este matrimonio venía. Ya lo habían decidido mucho antes de que yo siquiera lo supiera. Mis deseos, mis temores, mis anhelos... no importaron en lo más mínimo.
No puedo decir que estoy enamorada de Leo, pero después de todo lo que hemos vivido, él no merece que lo deje por un hombre al que no conozco.
Un hombre que me mira en algún momento sin que yo me dé cuenta hasta que es demasiado tarde, con esos ojos fríos y calculadores, como si estuviera evaluando algo, como si ya me tuviera en sus manos.
Esa mirada helada que recorre mi cuerpo como una corriente gélida, la misma que me sigue persiguiendo cada vez que pienso en él.
Esa mirada, esa sensación, me hace saber que jamás seré feliz con él.
Nunca podré ser feliz con un hombre que te mira como si pudiera comerte o matarte... o ambas cosas, sin importarle lo más mínimo tus sentimientos.
—¿Cuánto tiempo llevaban planeando esto? —le pregunto a mi madre, mi voz tiembla de rabia y dolor.
Ella parece desconcertada por la pregunta. Sé que no esperaba que le preguntara eso.
—Sabíamos que algo así podía pasar... Tu padre había recibido una oferta de él hace meses. Al principio, no queríamos, pero las circunstancias cambiaron —me responde, nerviosa, mirando hacia otro lado—. Es un acuerdo entre ambas partes.
—¿Qué cambió, mamá? —mi voz se quiebra. Ya no tengo fuerzas para ser delicada—. ¿No ves que esto es una mentira? Estoy a punto de casarme con un desconocido solo para salvar nuestra posición social. ¡Esto es un acuerdo absurdo!
—El amor no es lo más importante, Valeria. Lo que construyas con él se irá dando con el tiempo —mi madre trata de consolarme, pero sus palabras suenan vacías, como una excusa antigua.
—No me vengas con esas historias, mamá. El amor no se construye, se siente. No me hables como si estuviéramos en la Edad Media. No puedes justificar esto con frases vacías. Las personas ya no se casan por conveniencia. Las mujeres tienen derecho a decidir.
Ella no sabe qué responder, y yo tampoco sé si quiero escuchar algo más. Sus palabras no me calman. Al contrario, me hieren más. Es como si la mujer que soy no tuviera voz. Como si mi destino estuviera escrito en una hoja que ya nadie puede borrar.
Mi madre lleva un vestido beige y sencillo, con un aire anticuado que siempre me irrita. Ella nunca es extrovertida, nunca se atreve a romper las reglas. Yo, en cambio, quiero gritar. Quiero correr. Quiero escapar. Quiero ser yo misma, vivir mi vida, y no ser una pieza más en el ajedrez de intereses de otras personas.
—¿Y si él quiere... tener hijos conmigo? —le pregunto, con la voz temblando—. ¿Qué le diré si me exige que cumpla con su rol de esposa?
Mi madre me mira, pero sus ojos no tienen consuelo. Solo hay un silencio que lo dice todo.
—Le darás hijos —dice simplemente.
Cada palabra suya es como un martillo que golpea mi pecho, y lo único que quiero es desaparecer.
Su cuerpo a mi lado es un recordatorio de lo que había sucedido entre nosotros, de lo que acababa de pasar entre nosotros. Seducida por un hombre que no tengo idea, ni siquiera de porque rayos a decidido comprar una esposa si es tan bueno en el sexo, es millonario, tiene un avión privado y una mansión. ¿Qué puede estar mal con el como para no enamorarse de una mujer y casarse de forma convencional?¿Peor aún, qué diablos está mal conmigo que caigo tan fácil en las redes de un hombre tan solo porque me ha hecho llegar a la cima de un orgasmo arrebatador?Mi esposo comienza a levantarse de la cama. Y me mira desde arriba.Es imponente.Es enorme.Yo no soy una mujer de pequeña estatura, soy bastante alta, la verdad. Sin embargo, aquí recostada en la cama, mientras él está de pie, me siento pequeña frente a él.Cohibida, a pesar de haberle entregado mi cuerpo, me arropó con las sábanas cubriéndonos por lo menos la mayor parte de él.—Creo que es un poco tarde para que te cubras de mi. —
Me siento en la cama, con la mirada perdida en las luces suaves que iluminan la habitación. No logro dormir, ¿qué clase de noche de bodas es esta? El aire, espeso y denso, parece envolver todo a mi alrededor, y mi corazón late como si quisiera salir disparado. Todo ha pasado tan rápido que apenas puedo procesarlo. ¿Cuándo se volvió mi vida este caos? ¿En qué momento pasó de ser una vida simple, siendo maestra de artes, a convertirse en este desastre? No sé cómo un padre puede creerse con el derecho de vender a su hija para pagar una deuda. Me siento estúpida por haberle seguido el juego a esta tramposa decisión. Pienso en cada uno de los momentos acontecidos en el día. No hay nada de esto que me parezca real. Busco entre mis cosas mi celular y lo encuentro apenas después de haber sacado casi todo de la maleta. Ahora estoy viviendo en una casa que parece más un castillo, un castillo de cristal. Vivo con un hombre que ni siquiera sabe que me gusta y que no. Vivo con un completo extrañ
Pietro parecía cómodo en su papel, como si estuviera acostumbrado a manejarlo todo con precisión y sin margen de error. —Gracias Agnes. —dijo él una vez que llevaron todo a la mesa, desde tzatziki; pero no cualquier tzatziki. La crema de yogur era tan suave y ligera que parecía una nube. Sobre ella, láminas finas de pepino enrolladas como rosas y gotas diminutas de aceite de oliva que reflejaban la luz como oro líquido. Lo acompañaron con triángulos de pan pita recién horneado, perfumado con hierbas y un toque de ajo. Luego trajeron un dolmadakia, pero estos no eran los simples rollos que recordaba. Las hojas de parra estaban dispuestas como una flor abierta, y en el centro, un pequeño cuenco de porcelana contenía una reducción de limón y miel. Cada bocado era un contraste perfecto entre lo ácido y lo dulce.El plato principal fue un espectáculo: moussaka, servida en una fuente individual de cobre martillado. Las capas de berenjena, carne especiada y bechamel parecían talladas, tan p
Valeria GregorPietro cerró la puerta del coche tras ayudarme a bajar, y su gesto no delató ni un atisbo de emoción. Observé la mansión con detenimiento mientras avanzábamos hacia la entrada principal. Las enormes columnas blancas y las puertas dobles de hierro forjado parecían pertenecer más a un museo que a un hogar. Era un monumento a su estatus, a su poder, y a todo lo que yo no entendía de él.La mansión se alzaba frente a mí como un castillo, con su fachada blanca reluciendo bajo el sol y rodeada de jardines llenos de flores y árboles que parecían sacados de un cuento de hadas. Una mujer mayor con uniforme impecable se adelantó hacia nosotros. Su postura era perfecta, y sus manos se juntaron frente a ella en un gesto profesional. Debía de tener unos 50 o 60 años, no lo sé con exactitud. Sin embargo, su forma de pararse. Su uniforme bien planchado, Podría hasta jurar que lleva maquillaje puesto.Parece sacada de una caricatura d ellos años cincuenta de esas películas de millonar
El avión volaba tranquilo en el cielo despejado. La luz suave del atardecer se filtraba a través de las ventanas, tiñendo todo de un tono cálido que contrastaba con el torbellino de emociones en mi interior. Sentada junto a Pietro, que estaba absorto en su teléfono móvil, apenas podía concentrarme en el libro que había traído. Todo se sentía irreal. Solo unas horas antes, había pronunciado los votos que me unían a él en una ceremonia breve y sobria. Mi madre lloró, mi hermana parecía emocionada, pero yo… yo solo sentía nervios y un abrumador vacío de certezas.Estoy segura de que lloraba llena de hipocresía y lloraba, cargaba la emociones que no tenían nada que ver con el acontecimiento que se estaba dando ante sus ojos. Lloraba porque estaba obligando a su hija mayor a casarse con un completo desconocido. Lloraba porque se había visto seducida una vez más por los arranques de mi padre, por sus malas decisiones, por pensar con la cabeza caliente, por refugiarse en la muerte de sus pad
El aire estaba pesado cuando entré en la oficialía de registro, el lugar frío y rígido que me aguardaba para sella r mi destino. El sonido de mis tacones retumbaba en el silencio de la sala, como un recordatorio de lo irrevocable que era todo esto. Mis manos temblaban de forma incontrolable, y, por más que trataba de ocultarlo, era imposible. Podía sentir cada latido de mi corazón, acelerado, en mi garganta.Pietro estaba allí, de pie junto a una mesa, acompañado por su hermano Nikolas, supongo. Mi hermana se encargó de googlearlos antes de llegar a la oficialía en la limosina que el propio Pietro había enviado. Su figura se erguía con una distancia que me hacía sentir ajena, como si estuviéramos en dos mundos paralelos. La sensación de estar frente a un desconocido me invadió al instante. Su presencia estaba marcada por la frialdad, por la profesionalidad que tan bien había aprendido a adoptar para cubrir sus verdaderos sentimientos.Mis padres estaban a un costado, en silencio, con
Último capítulo