La mesa estaba servida. Los cubiertos perfectamente alineados, las copas brillantes, el vino decantando desde hacía más de una hora. Todo en su lugar. Todo impecable. Como siempre le gustaba a él.
A mi padre.
Valeria, sentada a mi lado, tenía una sonrisa contenida. Estaba hermosa, con un vestido azul oscuro que resaltaba su piel, y el cabello recogido en un moño elegante que dejaba ver su cuello largo y su expresión serena. Pero yo conocía esa sonrisa. Era la que usaba cuando estaba nerviosa. Cuando se preparaba para resistir. Y yo también estaba preparado. Había crecido con este hombre. Sabía cómo era. Sabía que esto no iba a ser fácil.
Cuando Kalos Vanderweed entró al comedor, el silencio fue inmediato. Sus pasos resonaron como si marcara el ritmo de un juicio. Nos miró con esa frialdad suya que no necesitaba palabras. Valeria se levantó con delicadeza, como indicaban las buenas costumbres, y le extendió la mano.
—Señor Vanderweed. Es un honor conocerlo finalmente.
Él la observó. La