Valeria
Había pasado la noche en la playa, aunque ni siquiera sabía cómo había llegado allí. La imagen de un desconocido aún rondaba en mi mente, su rostro borroso y su voz, profunda y seductora, resonando en mis oídos. El hombre de la playa, ese extraño con quien compartí un momento tan intenso, tan fugaz. Me desperté de golpe, con la sensación de que todo había sido un sueño. Un sueño que no podía recordar con claridad, pero que había dejado una huella difícil de borrar.
Miré el reloj en la mesa de noche, y el tiempo parecía haberse detenido. Mi boda estaba a solo unas horas de distancia, y a pesar de la claridad del día, el nudo en mi estómago no desaparecía. —Es lo correcto— me repetía a mí misma. Pietro, mi prometido, era el hombre con el que me casaría. Ese matrimonio no era una elección de corazón, sino una decisión tomada por razones de conveniencia y estabilidad. Mis padres y los suyos se habían encargado de que nuestras vidas se unieran, y no tenía derecho a cuestionarlo.
Mi