Capítulo 6

Pietro Vanderweed

El sol comenzaba a asomar por el horizonte cuando finalmente abrí los ojos. Mi cabeza retumbaba, ese maldito dolor de cabeza no me dejaba en paz. Había bebido más de lo que debía la noche anterior, y sabía que ahora estaba pagando las consecuencias. Pero, al menos, no me había dejado llevar por el caos de mi hermano Nikolas, que siempre se excede con sus fiestas. Yo no era así. Nunca lo había sido.

Miré alrededor, y una sensación extraña me recorrió el cuerpo. El mar estaba a unos metros, y el viento aún traía consigo el aroma salado. Me senté, frotándome los ojos, intentando ordenar mis pensamientos. Recordaba fragmentos dispersos de la noche: la risa, la conversación, el alcohol que no dejaba de fluir… y, por supuesto, la mujer.

"Una mujer."

Pero, por más que lo intentaba, no lograba recordar quién era. Algo en su rostro, en su cuerpo, me era familiar, pero la neblina de la resaca nublaba mi memoria. Sentí una frustración creciente, no porque me arrepintiera de haber estado con ella, sino porque no podía recordar detalles importantes. ¿Con quién había estado? ¿Qué había pasado exactamente? Mi cabeza seguía dando vueltas alrededor de esa incógnita.

La última vez que dejé que una mujer se acercara demasiado a mí, pagué un precio muy alto. Hubo una mujer antes de Valeria. Alguien que parecía perfecta al principio, alguien que ganó mi confianza con el tiempo. Pero, al final, su amor no fue suficiente para evitar que me traicionara. Sus mentiras estaban tan cuidadosamente tejidas que nunca las vi venir, y cuando la verdad salió a la luz, todo se rompió. Desde entonces, aprendí a protegerme. Confiar en alguien era un lujo que no podía permitirme. Y ahora, el matrimonio era solo otro contrato, otro acuerdo. Un pacto de negocios, claro y sencillo.

Apreté los puños. No importaba. Lo que había hecho anoche no podía deshacerse. La realidad era que tenía un compromiso que cumplir. Esta noche no importaba, no más que lo que venía después. Hoy, a las doce en punto, me casaría con Valeria. Un matrimonio concertado, sí, pero uno necesario, parte del acuerdo familiar y de lo que se esperaba de mí. No había espacio para sorpresas, no más incertidumbre.

Valeria era una mujer que, aunque apenas conocía, encajaba perfectamente en el papel que debía desempeñar en mi vida. Sabía que no la amaba, pero eso no importaba. Yo necesitaba estabilidad, y ella sería esa estabilidad. Nuestras familias llevaban años en este pacto, y no había espacio para dudas ni equivocaciones.

El matrimonio ya no debía ser sobre el amor. Ya no debía ser sobre la pasión ni la confianza. Era un contrato, un acuerdo firmado por ambas partes para garantizar seguridad. No más sorpresas, no más engaños. Solo una vida construida sobre el entendimiento mutuo, donde las emociones no tenían cabida. Lo había aprendido por las malas. Mi confianza estaba reservada para pocas cosas, y ninguna de esas cosas eran las mujeres.

Me levanté con dificultad y comencé a caminar de regreso a la casa. El aire fresco me ayudó a despejar un poco la cabeza. Al llegar, vi a uno de los sirvientes de la familia, que ya había traído los trajes para el matrimonio. Tres opciones cuidadosamente seleccionadas por mi madre, como siempre. Me entregó los trajes con un tono casi reverente.

"Elija el que prefiera, Señor Pietro," me dijo, sonriendo con respeto.

Observé las opciones. El primero era un traje oscuro, elegante, con un corte impecable que combinaba sobriedad con estilo. El segundo, un poco más arriesgado, era de un tono azul marino profundo, algo que no había considerado antes pero que de alguna manera me atraía. El tercero era el clásico, de un gris plateado con detalles de hilo dorado que brillaban a la luz.

Me detuve frente al espejo del vestidor, mirando cada traje, pensando que todo esto, la boda, el matrimonio, era parte de lo que debía hacer. No había cabida para la duda. Valeria me esperaba. Mi familia me esperaba. Hoy, más que nunca, tenía que ser fuerte. Tomé el traje azul marino, el más osado de todos, y me lo puse sin pensarlo demasiado. Lo que había hecho la noche anterior quedaba atrás. No importaba. Hoy era el día en que mi futuro comenzaba, y no iba a dejar que nada me distrajera.

Mientras me ajustaba el chaleco, una sombra fugaz pasó por mi mente. Algo sobre la mujer de anoche, el calor de su cuerpo, la suavidad de sus besos, su aroma… Pero no había espacio para recordar. No era el momento de cuestionarme. Lo único que debía hacer ahora era prepararme para la boda, para cumplir con mi compromiso.

"Hoy es el día," me dije en voz baja, tratando de recobrar mi compostura. "Hoy me caso con Valeria. Nada más importa."

Así que me vestí, me aseguré de que todo estuviera en su lugar y, al final, me sentí preparado. Estaba listo para lo que venía. La boda era el siguiente paso, y no podía dar marcha atrás. Ni siquiera si la memoria de esa mujer misteriosa seguía rondando por mi mente. Hoy tenía un papel que cumplir, y no podía fallar.

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